Juan Santaella : «La buena literatura, alimento de espíritus inquietos»

La Literatura es un baluarte necesario para fomentar y entronizar lo humano, un proyecto de desarrollo, un medio para vivir mejor, un recurso para permitirnos una vida más feliz, para hacernos más humanos, un exorcismo frente a las amenazas consumistas y alienantes, un medio seguro para no pertenecer a la amplia sociedad de analfabetos funcionales… Gracias a ella, podemos ver la diferencia de civilizaciones, de razas y de culturas no como situaciones antagónicas que hay que resolver con las armas, como los yihadistas pretenden hacer, sino como realidades complementarias que se enriquecen mutuamente gracias al diálogo y al entendimiento.

  Toda buena literatura es un cuestionamiento radical del mundo en que vivimos. Por eso la literatura no dice nada a los seres humanos satisfechos. Ella es alimento de espíritus indóciles y propagadora de disconformidad.

Para Mario Vargas Llosa, gracias a la Literatura, los seres humanos “se reconocen y dialogan, no importa cuán distintas sean sus ocupaciones y designios vitales, las geografías y las circunstancias en que se hallen, e, incluso, los tiempos históricos que determinen su horizonte”. Por eso, nada enseña mejor que la Literatura a ver, en las diferencias étnicas y culturales, la riqueza del patrimonio humano y a valorarlas como una manifestación de su múltiple creatividad. Leer, por tanto, buena literatura es divertirse, aprender de manera directa e intensa la experiencia vivida a través de las ficciones, quiénes somos y cómo nos comportamos.

Además del valor dialógico de la Literatura, ésta ejerce también una influencia decisiva sobre el lenguaje, puesto que una comunidad lingüística que careciese de Literatura tendría una lengua con menos matices, más pobre y más oscura que aquella otra que cuente con una literatura escrita, a través de cuyos textos ha ido cultivando y perfeccionando la lengua. Por ello, una humanidad sin lecturas, no contaminada de literatura, se parecería mucho, según Vargas Llosa, “a una comunidad de tartamudos y de afásicos, aquejada de tremendos problemas de comunicación debido a lo basto y rudimentario de su lenguaje”. Esto vale también para los individuos, porque una persona que no lee, o lee poco, o lee sólo basura, puede hablar mucho, pero dirá siempre pocas cosas, porque dispone de un repertorio mínimo y deficiente de vocablos para expresarse.

Ninguna otra disciplina puede sustituir a la Literatura en la formación del lenguaje con que se comunican las personas. Además, sin ella, desaparecería en el mundo el espíritu crítico y la capacidad que los pueblos tienen para luchar contra las injusticias y las contradicciones del sistema, en cuanto que toda buena literatura es un cuestionamiento radical del mundo en que vivimos. Por su carácter transformador, la Literatura no dice nada a los seres humanos satisfechos consigo mismos, sino que es alimento de espíritus indóciles, y propagadora de disconformidad. Gracias a ella, somos otros: más intensos, más ricos, más complejos, más felices, más lúcidos de lo que seríamos en la limitada rutina de nuestra vida real. No existe mejor fermento de insatisfacción frente a lo existente que la buena literatura. Para formar ciudadanos críticos e independientes, difíciles de manipular, en permanente movilización espiritual y con una imaginación creadora, no hay nada como una buena lectura.

Carlos García Gual destaca el papel que la fantasía narrativa ocupa en la educación de los jóvenes, tal y como manifestaba M. Nussbaum, estudiando relatos y canciones infantiles, lo cual permite al joven relacionarse con los hombres y con los animales, y hacerse más humano y creativo: “Los niños aprenden a atribuir vida, emociones y pensamientos a figuras cuyo interior les está oculto. Esos relatos se combinan con sus propios intentos de explicar el mundo y sus propias acciones en él. Un niño privado de cuentos está privado, a la vez, de ciertas maneras de ver a las otras gentes”.
En las culturas arcaicas ese aspecto creativo y vivificador que proporciona la Literatura, lo facilitaba la mitología. Luego, ya, en civilizaciones con escritura, es la Literatura la que ofrece narrativamente una imagen del mundo previa a cualquier imagen de información científica. La Literatura es, en gran medida, conocimiento de trasfondos fabulosos, y con sus ficciones configura una visión del mundo que a menudo determina nuestras simpatías y afectos.

Esa capacidad que el ser humano tiene, por tanto, a través de la Literatura, de comunicarse con hombres de otros tiempos y de otras civilizaciones, esa sensación de pertenecer al género humano, representa el grado máximo de cultura al que el hombre puede aspirar y a ese nivel puede llegar a través de la Literatura el hombre de todas las generaciones. El que lee Literatura, además de ampliar su cultura y perfeccionar su lengua, entra en contacto con otros hombres y con otros mundos, con lo que puede comprenderlos con mayor facilidad, y, por ello también, a sus coetáneos y a su propia civilización. No hay una finalidad mayor en el estudio de las Humanidades que ésta: conocer a otros hombres y a otras culturas para hacerse más humano y más tolerante.

Y es que cada obra es un diálogo con el mundo, que se enriquece gracias a la experiencia del lector, porque a la información que nos ofrece el autor, siempre añadimos la nuestra propia. Y es en este proceso de apropiación de la obra y de intercambio con el autor donde reside buena parte del placer de leer, de que los libros nos atraigan y subyuguen porque con ellos “aprendemos cosas y llegaremos a ser más sabios”, decía Saramago.

Juan Santaella López
(Publicado en Ideal, el domingo, 29 de noviembre de 2015)

 

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