“¿Qué podría responderle a un hijo cuando me preguntara por qué otros niños tenían un abuelo y él no?” LADISIAV MNACKO : “La noche de Dresde”
El día ha estado gris y esta noche huele a cadáver, a muchos cadáveres. No hay incienso suficiente para tapar ese olor a muerto y lodo; ni manos suficientes que apoyar en los hombros de tanta buena gente sin esperanza; ni hombros suficientes en los que reposen sus cabezas – desesperados, muertos de frío, de sed y de hambre, exhaustos- los que lo han perdido todo y ya no esperan nada. El mundo se ha tragado una zona de España como un caimán que abriera sus fauces para engullir su presa. Es una noche tristísima y en mi dispositivo suena, como es costumbre en mí por estas fechas el “Cuarteto para cuerda, nº 14. La muerte y la doncella” de Franz Schubert”. No cabe mayor desolación, ni cabe mayor miedo, ni cabe mayor horror. Ya no cabe tanta desesperanza. Y a mi memoria vienen los versos de José Hierro de su poema “Vida”: “Después de todo, todo ha sido nada,/a pesar de que un día lo fue todo./Después de nada, o después de todo/supe que todo no era más que nada.
Lo peor para todos estos conciudadanos es que la tragedia parece hacerse infinita, y no me refiero sólo a esa otra riada de incertidumbres y de tristeza que, como un taladro permanentemente activo horada las mentes de las personas, sino al comportamiento de todos aquellos que no han hecho sino echar toneladas de sal en las profundas heridas de esa Comunidad. Porque ante la magnitud de una tragedia de tamañas consecuencias lo único que tiene un valor ético es el SILENCIO, así con mayúsculas , el silencio como símbolo de respeto, de solidaridad y de empatía, tan alejado del deleznable y repugnante ruido, cuando no de la algarada, -¡cuánta ruindad por un puñado de votos!- a la que, atónitos, estamos asistiendo tantos y tantos ciudadanos en estos malhadados días. El silencio para compartir con todas esas gentes su profundo dolor , su infinita pena y su impotencia ante lo irremediable. El silencio porque ya no hay palabras para expresar tanto sufrimiento. El silencio que acompaña el duelo y el luto instalados en el corazón de tantísimos seres humanos cuyas vidas se han visto truncadas repentinamente por “un manotazo duro un golpe helado/ un hachazo invisible y homicida/” que diría el gran poeta de esa Comunidad.
Si dijera que el comportamiento de la clase política –ya saben, la peña del ruido y la algarada-, que su incompetencia sin límites; que su perversidad ética y moral me ha sorprendido, estaría mintiéndome a mí mismo y a ustedes. Porque la mayoría de estos sujetos pertenecen , como diría Félix J. Palma en “El mapa del tiempo”, “a esa clase de individuos pertrechados de una seguridad en sí mismos que es a un tiempo gracia y condena, una confianza tan inquebrantable que, al menor descuido, acaba trocándose en una arrogancia extrema, cegadora.” Porque la mayoría de estos fulanos –sin distinción de siglas ni banderías- son de una bajeza moral nauseabunda cuyo hedor supera con mucho el lodazal de la tragedia. Carentes de escrúpulos, dispuestos a utilizar cualquier pretexto para atizar el fuego de la confrontación, sin valores ni, menos aún, convicciones democráticas, peleles de la demoscopia, carentes de criterio y abonados a la mentira como instrumento útil para salvar su culo, merecen el desprecio de la sociedad entera que paga sus impuestos para, en ocasiones como esta, contemplar cómo colapsan todos los instrumentos del Estado dejando a miles de ciudadanos abandonados al albur de los acontecimientos ¡Vomitivo!
Vivir en la época de la mentira, del bulo, de la maldad en definitiva, habla muy a las claras del tipo de sociedad autodestructiva en la que nos encontramos y creanme cuando les digo que esta situación sólo beneficia a unos pocos. El negacionismo, como corriente anticientífica, nos devuelve al mundo de las cavernas y se impone un esfuerzo supremo para combatir tal subversión del sistema. Por eso, como si no tuvieran suficiente con las redes sociales, no puedo comprender cómo estos tipejos tienen acogida en los medios de comunicación. A los que somos conscientes del cambio climático cada vez nos cuesta más esfuerzo esgrimir elementos racionales de denuncia de esta situación, hasta tal punto que he decidido no hablar jamás de esos asuntos con un negacionista. Pero es que además, en su arrogancia, se creen más listos que nadie y consideran a los demás como pobres diablos que nos dejamos engañar por no sé qué estados u organizaciones que están detrás de todo esto. En fin, y vuelvo de nuevo a Félix J. Palma y a su obra citada con anterioridad : “son de los que creen que Dios ha creado el sol con el único propósito de hacer madurar sus nísperos, y con eso veo innecesario añadir nada más”.
Motril, 06-11-2024
(Nota: Este artículo de Blas López Ávila se publicó en la edición impresa de IDEAL, correspondiente al viernes, 15 de noviembre)
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