La frase tiene autor, Diego Riera (gacetanautica.es): «Aprender a remar no tiene mucho secreto, pero remar bien y no dejarte la espalda ya es otro cantar». Y creo –estoy seguro– que hoy nos viene al pelo, sobre todo si nuestra barca está varada en el fango. Y no me refiero sólo a danas, gotas frías, vientos y demás fenómenos meteorológicos que nos han azotado en las últimas fechas, mientras discutimos sobre el cambio climático pidiendo peras al olmo (sin hacer demasiado caso a los avisos, cada vez más palpables).
Embarrarse –sin que las ‘hidrolimpiadoras’ más potentes sirvan para eliminar ni una gota de lo adquirido– está siendo algo habitual en todos los ámbitos de nuestra sociedad, olvidando, intencionadamente, la tan imprescindible higiene de cuerpos y almas para poder vivir en paz (sin generar molestias y traiciones), anteponiendo a la melancolía y al pasotismo un ánimo brioso de energía.
Sí, ya sé que son muchos los problemas que se van acumulando en nuestras ‘mochilas’ particulares y que nos impiden –la mayoría de las veces– actuar con la necesaria reflexión, pero, precisamente es ahí donde hay que ejercer nuestra mayor batalla y, por qué no, nuestra más honrada entrega.
Permitidme, pues, según lo escrito, que os espolee –que me aguijonee– a tomar este nuevo camino de confianza recíproca, siempre y cuando no nos olvidemos de poner los medios necesarios para que el resultado sea la meta deseada, evitando, de este modo, equivocarnos de senda.
Y todo ello, pienso que, de forma infalible, no sólo es aplicable a nuestro estado personal y a nuestras relaciones, si no que también deberían tenerlo en cuenta todas las instituciones y sus dirigentes que, en la actualidad, gobiernan nuestra existencia, pues, realmente, todos estamos necesitados de una gran cantidad de esperanza en el porvenir –y del mejor tiempo actual–.
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