El otoño nos trajo a Granada la celebración de la cuarenta y cuatro edición del “Festival Internacional de Jazz”. El jazz, y la ciudad de la Alhambra, conforman un interesante ecosistema musical. “La música del diablo” está incrustada en el ADN de Granada merced a este festival, que en sus inicios se llamó “Festival de Jazz y de Blues”. Data de 1980 y en sus orígenes fue impulsado por el promotor José Mª Ojeda, uno de los acontecimiento musicales más importante de España y Europa, y el único que forma parte de la “Red Europea de Festivales Europe Jazz Network”. Unos historiadores sitúan sus orígenes en el año 1895 (donde aparece la palabra jazz) y otros en 1917 en el que la “Original Dixieland Jazz Band y los solistas King Oliver y Louis Armstrong realizan sus primeras grabaciones.
El jazz no es sólo un movimiento musical, sino “Uno de los fenómenos artísticos y estéticos más importantes del siglo XX”: Gunther Schuller, “Los comienzos del jazz. Sus raíces y desarrollo musical” (2023). Nace de la combinación de tres tradiciones: la autóctona estadounidense, la africana y la europea. Las primeras manifestaciones musicales afroamericanas, que nos llevan hasta Nueva Orleans, eran una mezcla de ritmos e instrumentos asociada a la vida de los esclavos interpretadas como canciones de trabajo y de diversión colectiva. Este género es el resultado de la evolución y la combinación del blues, la música espiritual, la música popular y el ragtime. “Un anciano negro está sentado sobre un gran tambor cilíndrico. Empleando los dedos y el borde de la mano golpea repetidamente su extremo. Otro percusionista con su instrumento entre las rodillas se le une. Un tercer hombre de color puntea un instrumento de cuerda al que le ha dado forma a partir de una calabaza. Una voz canta y enseguida se le unen otras. Esta escena podría desarrollarse en África, pero en realidad se trata de Nueva Orleans, en Congo Square (Plaza del Congo)”. Así comienza Ted Gioia su prolija obra “Historia del Jazz” (2018).
Igualmente, Gunther Schuller, en la obra citada de 2023, nos pone de manifiesto que aunque es imposible delimitar la fecha exacta del nacimiento del jazz, durante la década de 1910 Estados Unidos estaba desarrollando de manera silenciosa, casi en secreto, un lenguaje musical autónomo que surgió en el Nuevo Mundo desde África y Europa al que se le bautizó con un nombre poco musical: jazz. En él la improvisación, o ejecución espontánea sin el soporte de la música escrita, es el corazón y el alma de este género. También manifiesta que Buddy Bolden, que tocaba con su banda en el Globe Hall, es considerado el primer músico de jazz. Igualmente nos dice que el disco inicial en el que apareció la palabra jazz lo grabó la “Original Dixieland Jazz Band” en enero de 1917 en Nueva York.
Los músicos de jazz tuvieron su primer hogar en Nueva Orleans, capital del Estado de Louisiana, donde llegaron grandes expediciones de esclavos negros de la zona occidental de África. Allí encontraron sus primeros trabajos pagados tocando en los locales de mala fama en el barrio denominado “Storyville”. Los blancos y criollos del Delta del Mississippi la hicieron suya añadiendo piano, saxofón e improvisación. Figuras pioneras fueron, entre otras, Papa Jack Laine (“El padre del Dixieland”) o Nick LaRoca que grabaría el primer disco de esta música.
De entre toda la magnífica pléyade de músicos de jazz quiero destacar a Billie Holiday (nacida como Eleanora Fagan) y conocida como “Lady Day”. Después de empaparme un prolijo reportaje sobre su trepidante vida, me resultó muy especial, interesante, y con una enorme personalidad. Criada en la calle, vivió la bohemia en los suburbios del jazz, era bebedora y consumidora de heroína. La internaron diez meses en un correccional y durante su adolescencia “trabajó” en un burdel y tuvo numerosos problemas con la ley.
Cantaba con mucho sentimiento y sus interpretaciones llegaban hasta lo más profundo de la canción dando lugar a una música excelente. Luchó contra el racismo y se le atribuye la creación de la primera canción protesta de la historia: “Strange fruit” (Fruta extraña, 1939), una composición sobre un linchamiento que le dio un matiz político a su imagen pública: “Los árboles del sur tienen un fruto extraño. Sangre en las hojas y sangre en la raíz. Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña. Extraños frutos colgando de los álamos”. Así arranca la letra de esta creación compuesta y escrita por Abel Meeropol. Para parir estos versos se inspiró en una fotografía de los cuerpos de Thomas Shipp y Abram Smith (dos jóvenes afroamericanos) colgados de un árbol tras un linchamiento que se produjo en Marion (Indiana, 1930). Billie murió por cirrosis hepática el 17 de julio 1959: tenía cuarenta y cuatro años y menos de un dólar en el banco.
Al hilo del artículo, quiero traer a colación una obra inmensa e imprescindible para todos los amantes de esta música, que con una finalidad informativa, pero principalmente didáctica, vio la luz en 2019. Se trata de “Los 100 mejores discos: una introducción al jazz moderno (1953-1962)”. Sus autores son Diego A. Manrique, Iker Seisdedos y Jordi Soley, y tiene como objetivo “Repasar discos esenciales de una década apasionante y reinterpretardos gráficamente a partir de los textos de estos tres periodistas”. El libro abre con “Somethin´s Else” de Cannonball Adderley y cierra con “The Jazz Giant” de Lester Young.
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