Ángel Peralta Molero, el Alguacil

Una vida de entrega. Entrevista a Ángel, el Alguacil

Cuando he tenido conocimiento de ausencias o fallecimientos en mi localidad natal, como el más reciente, de hace apenas unos días, de mi tía Carmen Osorio Valenzuela, siempre me da por pensar en el extraordinario cúmulo de experiencias y vínculos comunitarios que nos hemos ido perdiendo en el imparable suceder de los años. Lenta e irreversiblemente, los hombres y las mujeres que un día conocimos –y que nos acompañaron en nuestro recorrido por la vida– se fueron marchando. Muchas veces dejando el regusto amargo de que no les escuchamos lo suficiente y con el desconsuelo añadido de que, tras su marcha, sólo nos quedaba el más atronador de los silencios: un vacío muchas veces tan difícil de llenar como duro de olvidar.

Para tratar de no incumplir con nuestra sagrada obligación de preservar sus desvelos y esperanzas nos queda el sano ejercicio de la memoria colectiva. Esa que, sin duda, está constituida –o debería estarlo– por la suma de memorias individuales que la componen. Un tanto conscientes de ello, pero tarde –¡siempre es demasiado tarde!– hace años iniciamos en Cogollos unas gratificantes y emotivas entrevistas a nuestros mayores (que después publicábamos en la revista Aljibe). Pretendíamos con ello que, de algún modo, las voces de nuestros coetáneos no fueran arrastradas por el ingrato manto del olvido y que la niebla que tantas veces cubre el pasado nunca hiciera mella en ellos.

Hoy, mucho tiempo después, vuelvo a revivir antiguas sensaciones. Lo hago para charlar con un vecino ejemplar, con un amigo y compañero de Ayuntamiento cuando yo recién estrenaba mi etapa de alcaldía y él ya encaminaba los últimos meses de vida laboral. Ciertamente, nos conocíamos de antes, pero de otro modo. Lo que es seguro es que desde ese momento he sentido siempre presente su estima y aprecio. Su nombre es Ángel Peralta Molero y el próximo 15 de diciembre cumplirá 94 años.

Celebración en Cogollos: compartiendo la tradicional copa de anís y unas bandejas de pasteles

Hola, Ángel, antes de nada me gustaría referirte el primer recuerdo que guardo tuyo. Fue una tarde de verano, yo debería tener unos nueve o diez años, y no sé bien cómo un grupo numeroso de críos acabamos en una batalla de piedras en el entorno del depósito de agua que aún se conserva en las eras de los Cerrillos. En el transcurso de la misma alguien gritó: ¡qué viene Ángel, el Alguacil! Todos salimos a correr. Otro amigo y yo nos fuimos a esconder detrás de una junquera. Sin darnos cuenta, tú llegaste por la espalda. La sorpresa fue mayúscula, pero más aún el desenlace: sin enfadarte, sin formas bruscas y con muchísimo respeto nos hiciste ver lo inadecuada de nuestra acción. Nos marchamos tranquilamente y desde ese día tu figura siempre me pareció cargada de honestidad y confianza. Hace mucho que no nos vemos ¿cómo te encuentras?

Bien, bien… Gracias a Dios no me duele nada. Y agradecido porque te hayas acordado de mí.

En contraste con mi confidencia inicial, me gustaría que nos hablases de ese tiempo tan fugaz que suponía la infancia para los niños de tu época; tan prematuramente obligados a ayudar en los duros trabajos del campo. ¿Qué recuerdos guardas de esa etapa de la vida?

Poco recuerdo ya… La escuela era hasta los 11 ó 12 años. Mi maestro era bueno y no castigaba. Estábamos los niños y las niñas juntos. Luego todo cambió… Cuando salí de la escuela ya ayudaba a mi padre con los animales y me impresionó la primera vez que escuché la radio; íbamos todos los niños a la ventana a escucharla. También me viene a la memoria las nevadas que caían entonces; que nos cubrían al abrir la puerta de la calle y creo que tuve que padecer algún tipo de artritis porque me llevaron a unos baños calientes.

Una joven pareja cogollera: Pepita Navarro Fernández y Ángel Peralta Molero

Sin duda, el hecho de trabajar en el Ayuntamiento ha debido marcar un antes y un después, ¿qué otras vicisitudes laborales tuviste antes de entrar al mismo?

La vida era dura. El trabajo era en el campo, con los animales o plantando pinos. Siempre muchísimas horas, con mal calzado y con frío o con calor. A los 15 años me mandaron a guardar ovejas a la sierra de Jérez del Marquesado. En toda la primavera no fui a Cogollos. Dormía en un corral con paredes de piedra y un techo de plástico junto al cortijo del tío Sebastián el Pío, que vivía con su hijo pequeño, Eugenio. Que, por cierto, un día desapareció y estuvimos buscándolo durante dos días y, al final, apareció, sano y salvo, en las “Piedras de Vicente”.  Recuerdo también los veranos trillando durante toda la noche con el primer trillo manual al que llamaban el “trillo-loco” y por la mañana, junto con mis hermanos, cargaba los sacos del grano para subirlos a la espalda hasta a tres pisos de altura en la casa del Domitilo. El servicio militar lo pasé en Zaragoza. El tren era de carbón y entraba todo el humo dentro; no había cristales, y creo que ni asientos. Allí no lo pasé tan mal, pues había un paisano, Rafael Peralta Molero, que estaba casado con una “maña”. Creo que era arquitecto y tenía muchos contactos, así que, al tener sus mismos apellidos, tuve un trato un tanto especial. Además, él y su esposa fueron muy buenos conmigo y les recuerdo con mucho cariño.

Después vendría lo de buscar una ocupación más menos estable, ¿verdad?

Sí, al casarme estuve plantando pinos en la sierra; las alpargatas las cosíamos cada dos por tres. Luego emigré a Barcelona, donde viví la riada del Llobregat. Me planteé con un compañero marchar a Bélgica pero, mientras, estudiaba por las noches para presentarme a agente judicial en Madrid. Allí fui en busca de una familia que tenía tierras en Cogollos para que me ayudaran a encontrar el lugar del examen. Cuando llegué lo pasé mal, se presentaron montones de guardias civiles y comprendí que iba a ser difícil entrar. No tiré la toalla y me presenté en nuestro pueblo cuando salió la plaza de municipal. Hacía de todo: desde encender y apagar las farolas manualmente a controlar las aguas potables, y hasta organizar las fiestas; porque no existían las concejalías. De noche ayudaba a mi esposa con el papeleo de la farmacia. También destacaré que mi hobby fue la electrónica y que incluso me llegué a comprar los libros y todo, aunque lo tuve que abandonar por falta de tiempo. Otro aspecto que me gustaría destacar es que llegué a participar de “extra” en los rodajes de las películas que se hacían en Almería. Entre ellas en Lawrence de Arabia y Cleopatra. Íbamos con los caballos desde Cogollos hasta Tabernas y, por cierto, estábamos muy bien pagados.

Ángel, el Alguacil y Paco, el Lobo

El desempeño de tus cometidos en la administración local del pueblo variaría a lo largo de los años, pues viviste todo el proceso de transición de los ayuntamientos de la dictadura a la democracia, ¿cómo fue tu relación con los distintos alcaldes que hubo?

Al principio los alcaldes se colocaban solos; siempre personas influyentes del pueblo. Desde Juan José Carreño Tejada, un buen hombre querido y respetado, a Rafael Jiménez Tapias, gran persona y maestro de Cogollos que fue elegido al llegar la democracia y que también fue impulsor del pozo de las Cañadillas. Guardo buenos recuerdos de casi todos los gobernantes. Alguno, no negaré que me lo hizo pasar peor. Mi entrega fue total con el pueblo, aunque habrá personas que no me hayan querido tanto. Yo siempre he ayudado hasta donde he podido. Los primeros secretarios llegaron estando la dictadura. Alguno estuvo sólo 24 horas; cuando veían el desbarajuste que había salían corriendo. El día del referéndum sí lo recuerdo como algo grande, aunque la gente creía que seguiría el franquismo pero sin Franco. Los partidos eran muchos y a quienes les fue bien durante la dictadura se consideraban de derechas y a quienes les fue peor lo eran de izquierdas.

Encuentro almeriense de dos paisanos nonagenarios: Ángel Peralta y Ángel Fernández, el Capón

Ángel, por tu larga entrega y constante dedicación pública, has sido fiel testigo de la evolución de Cogollos y sus gentes a lo largo de todos estos años, ¿cuáles destacarías como los mayores aciertos o fracasos habidos y cuáles piensas que han podido ser los principales retos que se tuvieron que afrontar?

Yo diría que el principal acierto ha sido la extracción del agua del pozo, pues se sacó al pueblo de las restricciones que había en verano con las sequías. Además, puso fin al consumo del agua de la balsa de riego, que, a pesar del cloro, no era la idónea. En ese momento hubo mucha unión entre los vecinos y en el Ayuntamiento. Otros de los grandes retos fueron la canalización de las acequias y la recogida de la basura por las calles, primero con un carro tirado por un mulo y después con un camión. El principal hecho lamentable podría ser el de la riada del año 1973, cuando un carro taponó el puente y se lo llevó; dejando de ese modo interrumpido el acceso a Cogollos. Se tardó tres años para que lo arreglaran. En su conjunto fue un gran cambio, yo mismo a veces hasta renuncié a las vacaciones porque pensaba que eso era para quien no quería trabajar. Es decir, lo consideraba un lujo ya que aún no se entendía de derechos.

Por último, ¿qué te gustaría decir al conjunto de tus vecinos y vecinas? Y, ¿cómo te gustaría que te recordaran?

Me gustaría darles las gracias por todo lo conseguido juntos y les pediría que haya más unión por Cogollos que, a fin de cuentas, un día también seremos “vecinos” todos allí arriba.    

Gracias a ti y, en su nombre y en el mío, recibe un cálido y afectuoso abrazo. ¡Muchas felicidades!

Un saludo afectuoso para todos.

Jesús Fernández Osorio

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