El autor que siempre había tenido este viaje a Rumanía como una asignatura pendiente pues considera que la única forma posible «o al menos la más objetiva y honesta, de conocer este particular fenómeno migratorio, era viajar allí e intentar descubrir de primera mano las razones que habían empujado a un considerable número de mujeres rumanas a trabajar ejerciendo la prostitución en clubes, pisos y calles de nuestro país». Viaje que inicialmente pensó realizar en avión pero que debido a la influencia de una persona cercana finalmente haría en tren, con sus ventajas e inconvenientes que termina valorando de forma muy positiva hasta afirmar que «ir en tren es viajar, desplazarse en avión es ir de un lado a otro». De esta forma ha sido en tren como ha cruzado Europa partiendo desde Granada hacia Inglaterra y después hacia Escandinavia y centro y sur de Europa. Especialmente emocionante considera el hecho de atravesar varias fronteras en corto espacio de tiempo, «fronteras que nada tienen que ver con las de nuestro entorno» y la llegada a las estaciones de las grandes ciudades pues son como «un micromundo» .
De su primer viaje a tierras rumanas, realizado en 1979, recuerda que fue desde Estambul a la ciudad de Constanza, en barco a través del Mar Negro para llegar a «la mítica ciudad de Brasov» en su denodado intento de localizar el castillo del famoso conde Drácula y encontrar el mito de esa leyenda que tanto le cautivaba desde la infancia, así como conocer personalmente el ambiente de un país comunista pues «siempre he pensado que la verdad solo la puedes descubrir por uno mismo». A este viaje le seguirían otros dos, el último en 2014 en el que se propuso regresar en tren a Ucrania, cuyo itinerario iniciaría en Granada para seguir hacia Madrid, Irún, Hendaya, París, Londres, Harwich, Hoek van Holland, Rotterdam, Frankfurt, Múnich y Salzburgo, hasta llegar a Viena y desde aquí hasta Brasov, atravesando Hungría. «Acomodados en el compartimento en literas, el ambiente era menos concurrido y muy distinto al que estábamos acostumbrados los occidentales. Atrás quedaba la masificación y ante mi surgía el paisanaje y la naturalidad de los latinos, y, por supuesto, el trapicheo típico de los países menos desarrollados», escribe.
Viaje en el tiempo
Cuando llega al corazón de Transilvania indica que de nuevo asiste a un viaje atrás en el tiempo por «los pueblos típicos de arquitectura milenaria y campos habitados, cultivados y transitados como en la España de mi niñez y juventud, que han desaparecido para siempre». Tras su llegada e instalación en el hotel decide dar una vuelta por Brasov, momento en el que se produce el encuentro con Rosanna, «cuya cara angelical y seductora» le terminarían enamorando. Después, aunque sus ganas de abandonar Transilvania eran nulas, vendría su viaje a la «frenética» Estambul en cuyo tren volvería a agradecer el «benéfico efecto colateral de las telenovelas, pues muchos pasajeros rumanos hablan perfectamente español».
«Sabía que había cierta similitud con nosotros pero cuando llegas allí te sorprende lo que es su psicología y forma de ser, te cautiva que un considerable número de personas hablen castellano como nosotros al igual que me encontré cuando viajé al Sáhara y me encontré, gente alta de tez morena, hablando con acento andaluz», cuenta el escritor y viajero. Respecto al tema de la prostitución explica que «no era mi propósito escribir sobre esto pero hay una serie de acontecimientos, bastantes agradables, que te llegan al alma y al corazón. Te dices que merece la pena que se cuente el porqué tienen que hacer un trabajo que no le gusta a casi nadie pero lo tienen que hacer para poder sobrevivir en este mundo», indica a este autor que ha completado su relato viajero con 36 páginas con fotografías a todo color de este y otros viajes por él realizados pues «en un extremo de la tierra puedes recordar momentos similares vividos en otras latitudes».
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