Tened muy en cuenta que el tiempo –al igual que nuestras costumbres y formas– “afectan” al sentido de las palabras que utilizamos con mayor o menor asiduidad.
Un ejemplo: “corifeo”. En la tragedia griega, el “director del coro”. En el panorama actual, “Persona que es seguida por otras en una opinión, una ideología o un partido” (RAE).
¿Y si, en el segundo sentido, pluralizamos? “(…) suele aludir a los partidarios o seguidores de una organización, un movimiento, etc. (…) “Los corifeos del presidente se limitan a repetir sus palabras, sin reflexionar sobre ellas”” (definicion.de).
Por ello, no es de extrañar la dualidad que, como arma arrojadiza, vienen empleando tirios y troyanos a la hora de subirse a un atril o estrado para, lanzando diatribas sin ton ni son, sus congéneres, enardecidos, irrumpan en clamorosos aplausos, casi siempre motivados por una inflexión de voz o un silencio “a caso hecho” (a veces, basta con un gesto previamente acordado como el de aclarar la voz con un sorbo de agua).
Si en los diarios de sesiones, entre otros “guardianes de la memoria”, se refleja fielmente lo dicho –cosa que no dudo–, tengo una, quizá malsana, curiosidad: ¿cuántos de estos “discursos”, normalmente con exordio intencionado, han alcanzado su publicación en, por ejemplo, formato libro y cuántos han resistido el paso del tiempo? Al respecto, os invito –y me invito– a leer detenidamente –o releer, también detenidamente– las Catilinarias: “(…) son cuatro discursos de Cicerón. Fueron pronunciados entre noviembre y diciembre del año 63 a. C., después de ser descubierta y reprimida una conjura encabezada por Catilina para dar un golpe de Estado” (es.wikipedia.org) –“Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?” (¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?)–.
Quizá sea “Miedo al vacío, miedo a no-ser, vértigo ante la inanidad; en el arte, necesidad de que todo espacio esté “relleno” de algo” (“Miedo al silencio”, Ignacio Pérez Sarrión, administracionpublica.com).
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