¡Poco me ha faltado para entrar al trapo!… Pero, desde luego, no voy a dar la espantá, a modo y manera de El Gallo, maestro de la tauromaquia –como si no hubiese querido saber nada del lidiado ejemplar, en vez de destapar el tarro de las esencias–.
“Los medios de comunicación nunca han respetado a las instituciones públicas. Su agresividad y falta de sutileza profesional ha fomentado que se confundan determinadas malas prácticas individuales y colectivas con debilidades y deficientes capacidades institucionales” (Carles Ramió, espublico).
El artículo del catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona) no tiene desperdicio en cuanto supone un feroz ataque a la profesión periodística, cogiendo el rábano por las hojas y metiendo a todo dios en el mismo saco. Da igual el medio para el que se trabaje o la ética personal que se mantenga.
De lo que estoy seguro es de la forma y el fondo de este tipo de embestidas generalistas: un canto de sirenas –lanzado más allá de las fronteras de la propia isla descrita en la Odisea– en fallido intento de atrapar conciencias y atarlas a rumbos de ideologías personalistas.
Lo cierto es que este tipo de idearios están floreciendo a lo largo y ancho de nuestra piel de toro –cosa que me ocupa y me pone los pelos de punta–. Quizá (y sin quizá) sea por ese desmedido afán de afrontar cualquier tema a toda prisa, sin reflexión alguna, entregando a aficionados, fieles a sus estómagos agradecidos, lo que corresponde a profesionales de trayectoria intachable.
Pondré un ejemplo: la imagen de una ciudad, de sus ciudadanos y de sus tradiciones no puede estar “a manos” (como consecuencia) de “Los grandes inventos del TBO” (Ramón Sabatés), siempre que no queramos trapacear por activa y pasiva.
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