En Salobreña, en la calle Cristo, justo en la acera de las casas de Salustiano y esquina con el callejón donde estaba el Juzgado de Paz y la Fábrica de Gaseosas de Encarnita Martín y terminaba en los Corrales de Don Hipólito. En la misma esquina se encontraba la Peluquería del maestro José, gran profesional y una excelente persona.
Era estupendo cuando mi padre me llevaba a pelarme o cortar el pelo como se dice ahora, el ambiente era muy familiar y en el que todos éramos amigos y vecinos de Salobreña. En aquellos tiempos el ir bien afeitado o pelado era de obligado cumplimiento, pues significaba aseo y limpieza.
El maestro José era una persona mayor pero con una habilidad pasmosa con la maquinilla de pelar, pues entonces el corte no se hacía con navaja o tijera, sino con la maquinilla que tenía un regulador para cortar el pelo al número que desearas. Hasta el punto de que para los hombres era típico el corte de pelo » militar», o al cero, ya que era más cómodo y se les obligaba a llevarlo cuando realizaban la «mili».
El oficio se transmitía de generación en generación, de modo que un aspirante a barbero comenzaba de aprendiz con el maestro, e iba adquiriendo el conocimiento de todos los secretos del oficio. Ahí en la barbería del maestro José conocí a José el que años después fue mi peluquero hasta los treinta años y que puso su propia peluquería en la calle Cochera, justo al lado de la tienda de Pepe Hernández.
Aún recuerdo la radio sonando en la barbería, el canto del canario amarillo que tenía el maestro en su jaula, el periódico, los hombres fumándose el pitillo, las broncas sobre el futbol, el olor a “Floïd” y la destreza del maestro afilando la navaja en la correa. |
Para los hombres, no hay que olvidar el pasado, hay que mirarlo como una historia. Una historia que nos cuenta que siempre se necesita no olvidar aquellas cosas y vivencias que nos hicieron felices. Aún recuerdo la radio sonando en la barbería, el canto del canario amarillo que tenía el maestro en su jaula, el periódico, los hombres fumándose el pitillo, las broncas sobre el futbol, el olor a “Floïd” y la destreza del maestro afilando la navaja en la correa,
Algunos domingos, incluso venía a mi casa, pues mi padre estaba enfermo o no había podido ir en toda la semana y venía afeitarlo, mi madre le trataba como uno más de la familia y le preparaba un gran tazón de café con leche y pan recién tostado para migar.
Aún estoy viendo a ese niño sentado en el escalón de la puerta de la barbería esperando mi turno y viendo la destreza del maestro José con la maquinilla.