Cientos de familias de Sevilla, Osuna, de Jaén, de las Albuñuelas, de la Alpujarra, se desplazaban para trabajar dos o tres meses si venía buena la campaña de la caña de azúcar.
Los críos durante ese tiempo, nos sabíamos la hora por los pitidos de la fábrica y estábamos deseando salir para perseguir el acarreto y sacar una caña para degustar su rico néctar, sentados en el borde de una acera en la calle Cristo, con toda la cara llena de churretes.
Decir que Salobreña daba trabajo a más de cien familias, parece una exageración, pero el pueblo parecía otro con la llegada de los monderos. Las tiendas abrían cuenta a cada familia, para abonar semanal, mensual o al finalizar la campaña. Recuerdo aun la libreta que tenía mi tía María Casanova en la tienda que fue de Teresa Montes y los apuntes de cada familia.
Tiempos aquellos de trabajo y sudor, pero de reconfortante alivio el ver cómo familias podían vivir unos meses con la dignidad que da un trabajo duro, pero bien pagado, para aquellos tiempos.
Los aperos se llenaban de alegría y jolgorio, cuando los hombres volvían del campo después de una dura jornada de faena, arreglar los mulos y bestias para el día siguiente y asearse ellos en el pilón del agua, para ponerse medio decentes y tomar el sustento de cada día.
Trabajo, negocio, vida en definitiva para el pueblo, que durante dos o tres meses olía a sudor, a humo de las fábricas y por encima de todo el aire huele azúcar, pues ya llegó la primavera.