El problema que había con los desbordamientos del agua del río en verano era que, por este sector comprendido desde La Trampa hasta el Puente de los Vados, el cauce era muy ancho y poco profundo. De hecho, había muchas tomas de agua del río para regar en ambos lados del cauce, sobre todo, en la parte correspondiente al término de Purchil, que estaba más baja.
También se acumulaban allí muchas piedras y cantidad de arena fina muy recomendada por todos los constructores, pues en estos años no existían las canteras de hoy en día para sustraer la mayor parte de arena utilizada en las obras. Y todo aquel que quería construir algo en su casa, incluidas las empresas dedicadas a la construcción, recurría a ese lugar ideal donde conseguir la mayor cantidad y de mejor calidad. En verano siempre se veían grupos de obreros especializados en esta tarea, con camiones y carros en medio del río buscando un buen remanso de esa arena fina especial para la construcción. Toda la arena que se empleó en el barrio del Zaidín o en la Chana fue sustraída de este tramo.
Cargando arena en este lugar del río presenciaría uno de los acontecimientos más trágicos que conmovió al pueblo de Maracena…
Serían años después, al final de los años cincuenta o principio de los sesenta, cuando fui requerido por un cuñado de Paquito el de la Luz —con el que trabajaba últimamente— para hacer esa urbana tarea que consistía en buscar en los remansos del río la arena fina especial.

Antes de que viniese el camión debíamos tener preparada la carga: un total de cinco metros cúbicos aproximadamente, que era lo que le cabía a la caja del camión por transporte. Y así, un viaje y otro hasta echar la jornada. De los tres o cuatro que estábamos haciendo este laborioso trabajo, dos de nosotros, una vez el vehículo estaba cargado, nos subíamos en él y nos desplazábamos hasta el lugar donde se ejecutaban las obras para descargarlo, puesto que el camión no tenía basculante.
Fue en uno de estos viajes cuando, mi compañero Chicharrilla y yo, supimos de la desafortunada desgracia que le había ocurrido a esta vecina de Maracena con el tren a su paso por el Puente de Hierro. Era hija de la Cruz y persona muy querida en el pueblo.
Lo cierto es que era un tiempo en el que, bien por la escasez de dinero o por lo cerca que estaba la capital, muchos maraceneros, sobre todo mujeres, hacían el camino andando. No sé si querían comprar algo especial que no hubiera en el pueblo, o llegarse al economato militar, donde la mujer del hijo mayor de Eulalia la de los Perdigones, quien le acompañaba, tenía un familiar. O, simplemente, por acudir a la tercena de La Caleta para comprar naranjas. Había montañas de ellas a un precio muy económico. No sé cuál fue el motivo que propició el desgraciado accidente. Teniendo en cuenta que este cruce de la vía del tren era poco recomendable por los maraceneros, era preferible hacer el de los Cuarteles de Artillería que te dejaba en la entrada de Granada. Puede que estas dos mujeres tuvieran otro propósito en ese día de muerte fatal, llevándose el tren a una de las dos por delante.
Cuando pasamos bajo el Puente de Hierro con el camión cargado de arena, la sangre aún permanecía viva en el asfalto de la carretera…





