Este artículo tiene una doble lectura: la explícita, que desgrana el “Caso Dreyfus”, por el que a este ingeniero y capitán del Estado Mayor General del ejercito francés se le juzga y condena con pruebas falsas, y la segunda o implícita, que revela el poder de la prensa en la ciudadanía (en este caso francesa) poniendo de manifiesto que llamarle “El cuarto poder” no es baladí.
“Alfred Dreyfus, es usted indigno de portar armas en nombre del pueblo francés por lo cual os degradamos”. Así gritó el general Alfred Darras designado para presidir su degradación. Un suboficial arrancó los galones y los botones de la chaqueta de Dreyfus. El general Darras desenvainó su espada, uno de los secretarios de la Corte leyó el veredicto, y enseguida se oyó la voz de Dreyfus: “¡Soldados, estáis degradando a un inocente. Juro que soy inocente. Lo juro por mi esposa y mis hijos. Viva el ejército y viva Francia!” Así lo recoge Paul Johnson en “La historia de los judíos” (2023, pág. 599).
Un consejo de guerra formado por seis jueces juzgaron a Alfred Dreyfus, ingeniero y capitán del Estado Mayor General del ejercito francés: era de origen alsaciano y fe judía. Fue acusado injustamente de haber entregado documentación secreta a Alemania. Lo acusaron y condenaron por unanimidad por delito de alta traición a la patria. Veredicto: cadena perpetua y deportación a la colonia penal de la Isla del Diablo de la Guayana Francesa donde sobrevivió a unas condiciones muy adversas. Los habitantes de dicha isla eran él y los soldados que lo custodiaban.
Distintas figuras del mundo político e intelectual comenzaron a cuestionar la culpabilidad de Dreyfus. La más importante y la que tuvo mayor trascendencia fue la del escritor y periodista Émile Zola. El 13 de enero de 1898 denunció a la jerarquía militar en una carta publicada en la portada del núm. 87 del periódico L´Aurore, una publicación matutina creada en octubre de 1897 de una sola página. Dicha misiva llevaba este título: “J´Acusse…! Lettre au président de la République”, que a la sazón era Félix Faure. Zola anunció desde el principio directamente la inocencia de Dreyfus. Manifiesta que su deber es hablar y que no quiere ser cómplice de un crimen que éste no cometió. Su artículo finaliza ofreciendo al público los nombres de los culpables de la condena. Lo acusan y condenan por calumnia pública por violar la ley de prensa vigente.
La carta puede considerarse un ejemplo paradigmático del poder de la prensa, en este caso, contra el abuso de poder y la prevaricación de los jueces. Zola compareció en febrero de 1989 ante un tribunal que lo condenó por calumnia pública a un año de cárcel y a una multa de siete mil quinientos francos. Se exilió en Londres y regresó a París cuando se revisó el caso y hubo un nuevo juicio. No obstante, su acusación no cayó en terreno baldío: sacó a la luz de los defectos de la acusación contar Dreyfus y el caso fue revisado.
Desde 1896 el Estado Mayor General del ejército de Francia dispone de elementos para exculpar a Dreyfus y de que la traición es responsabilidad del mayor Walsin Esterhazy, reconocido por el teniente coronel Georges Picquart, pero no se hace nada al respecto. La familia de Dreyfus no se conformó con el veredicto y siguió lidiando con la justicia. Su insistencia llevó a la revisión del caso que fue apoyada por personalidades relevantes como Anatole France, Claude Monet o Marcel Proust. Recogieron 1482 firmas a favor de dicha revisión. En junio de 1899, el Tribunal de Casación anuló la sentencia y decidió que Dreyfus compareciese ante un nuevo consejo de guerra que se celebró en la ciudad de Rennes el 15 de junio de 1906. De nuevo fue declarado culpable y condenado a 10 años de prisión, antes de ser finalmente absuelto, rehabilitado y reintegrado al ejército como Jefe de Escuadrón el 12 de julio de dicho año. Acabó su carrera militar como coronel y murió el 12 de julio de 1935 a los setenta y cinco años. Émile Zola, que falleció el 29 de septiembre de 1902 asfixiado en su casa debido a las emanaciones de una chimenea, no pudo ver su rehabilitación. El caso provocó disturbios en muchas ciudades de Francia y dividió en dos a la ciudadanía francesa: partidarios de Dreyfus (dreufystas) y detractores (antidreufystas).
El verdadero traidor, el mayor Walsin Esterhazy, fue identificado y llevado ante un consejo de guerra el 11 de enero de 1898 del que fue absuelto por unanimidad. La enorme injusticia fue que se condenó a un inocente y se absolvió a un culpable: “Liberté, Égualité y Fraternité”, los principios en los que se asienta la República Francesa desde el siglo XVIII, saltaron por los aires. Juan Pedro Cavero afirma que “El caso Dreyfus reveló la existencia de un antisimetismo contumaz en parte de la sociedad francesa, conllevó años de sufrimiento para el inocente Alfred Dreyfus y demostró la valentía de Zola”: “Breve historia de los judíos” (2021, pág. 167).
Este hecho ha trascendido hasta nuestro tiempo. En 1985 Jack Lang, ministro de Cultura de François Mitterrand, encargó una estatua de Dreyfus al escultor Louis Mitelberg de 3.5 m. de altura para emplazarla en el patio de la Escuela Militar, el mismo sitio donde había sido humillado y degradado. La escultura, por intervención del ejercito, no pudo instalarse en dicha Escuela y fue a parar a un rincón de los Jardines de las Tullerías. En la actualidad se halla situada en la Plaza Pierre-Lafue de París.






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