Gran parte de la humanidad padece el cáncer del desencanto y la desesperanza. De ahí que haya veces que a la gente buena le asalte la tentación de dudar si aun habrá razones para vivir en la alegría. Tentación que nos salpica también a la gente de Iglesia. Las noticias en su seno parecen “cotizar a la baja”: notable depreciación del hecho religioso y una cierta infravaloración del compromiso personal… ¡Según encuestas!
El panorama, ciertamente, parece evidenciar una constante preocupación en el seno de nuestras comunidades cristianas. Hay datos que reflejan un descenso en la mayoría de los indicadores que miden su vitalidad. Con todo, hemos de constatar el “fuste feliz” de muchos colectivos de Iglesia, bien lejos de ser puras estaciones de servicio sacramental. Y, tal vez debido, de manera especial, a la asunción al papado de Francisco que, a lo largo de sus doce años de pontificado ha recreado el “aire fresco” iniciado por el bendito Juan XXIII, y que hoy León XIV trata de seguir “inyectando”.
A pesar de ese mal que dibuja anquilosamiento o involución, hay, pues, razones poderosas para creer que, por muchos errores humanos que ensombrezcan la vida cristiana, no conseguirán nunca eclipsar el carácter inalienable de lucha y paz, que nos configura con Cristo.
En este contexto de luces y sombras -¡horizonte de esperanza!-, no puede pasar desapercibido el nombramiento de un nuevo párroco para nuestras comunidades cristianas de Huétor Santillán y Beas de Granada.
Así es. Septiembre nos ha traído esa novedad de cambio pastoral. El nombramiento del nuevo párroco José Albaladejo Hernández, el cura Pepe, ha sido un regalo de nuestro arzobispo, don José María, que agradecemos mucho.
El cura Pepe durante trece años de ministerio sacerdotal ha ejercido como párroco de la Iglesia Mayor de la Encarnación de Motril, como capellán del Hospital Santa Ana y como consiliario de las Hermandades Cofrades: todo un bagaje que encierra profunda admiración por su trayectoria pastoral y humana. Testimonio de vida que permanecerá arraigado en el pueblo tropical. “Imposible de olvidar”, dicen sus gentes. De ahí que su despedida de Motril, haya estado tan cargada de ternura y sentimientos evangélicos. Nos recuerda la despedida del apóstol Pablo de su comunidad en Mileto Sus fieles le acompañaron hasta el barco entre lágrimas por la separación (cf. Hech 20, 36-38). Del mismo modo, los feligreses motrileños han manifestado profunda pena ante la marcha de su pastor.
La desazón de un pueblo inmensamente empatizado con “su cura” es esencialmente lo que hemos apreciado en una parte muy representativa de la comunidad motrileña que se desplazó a nuestro pueblo para testimoniar el cariño que “ha dejado atrás” este hombre de sonrisa fácil, mirada noble, de buen corazón y genuina sencillez… No sólo lo dicen los motrileños, nosotros ya lo constatamos en el poco tiempo que lleva en nuestra parroquia.
Pepe, que acaba de inaugurar una nueva etapa pastoral a nuestro lado, ya sabe que somos su “nueva familia”, dispuesta a colaborar en la misión de seguir haciendo presente el Reino de Dios en Huétor y Beas. Seguro que su ministerio entre nosotros será fructífero, alegre y lleno de bendiciones. Él ha sido una figura señera, cordial, jugando un gran papel histórico y profético en la costa granadina, y no va a ser menos en nuestras tierras serranas. Es un honor y una alegría darle la bienvenida como el nuevo pastor de nuestras parroquias. Su llegada trae consigo la esperanza de escribir un nuevo capítulo de vida sacerdotal como nueva opción evangélica.
Motril nos ha pasado el testigo (¡y qué “testigo”!). El cura Pepe ya lleva días estrenando parroquia a nuestro lado y ha dado señales inequívocas de querer encarnarse gozosamente en nuestra piel serrana…
El cáncer del desencanto y la desesperanza que salpica a una gran parte de la humanidad, seguro que no nos salpicará a tu lado, querido amigo… ¡Ah, y mil gracias, cura Pepe!






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