Se acerca el 20 de noviembre y las charlas y conferencias sobre distintos aspectos de la Memoria Democrática, se suceden. Pero hay una cuestión que no aparece por ningún sitio. O al menos yo no la he visto y por eso me veo en la necesidad de refrescar la memoria en este punto. Los mas vulnerables siempre son los últimos. Hay cosas tan vergonzosas que se ocultan a toda costa, sobre todo a las victimas. Pero sacar la verdad a la luz, aunque duela, es sanar el dolor y también la vergüenza. Es dar la oportunidad de hacer justicia, de perdonar y ser perdonado, de dar visibilidad y consuelo a las almas heridas para cerrar estas definitivamente y poder emprender un nuevo camino en paz, conjuntamente.

Recuerdo la mañana de aquel 20 de noviembre de 1975 con total nitidez. Me vi envuelta, de forma sucesiva, en una serie de emociones contradictorias y confusas. Aún no era consciente de lo que había supuesto Franco en nuestras vidas ni tampoco lo era de la repercusión que tendría su muerte. Contaba con catorce años recién cumplidos y estaba empezando a abrir los ojos a la realidad histórica de España. Aquel día el anuncio de la muerte de Franco fue para mi un gran regocijo, un regocijo inconsciente. Teníamos por primera vez un examen de mineralogía y el anuncio de la muerte de Franco hizo que se suspendieran las clases. Corrí la calle abajo en busca de mi amiga gritando:
– ¡ Olé, Antonia que se ha muerto Franco, olé no tenemos examen! Cuando entré de nuevo en mi casa mi madre vino rápidamente hacia mí, pálida y diciendo:
– ¿Pero tu estas tonta?¿Cómo se te ocurre gritar olé que se ha muerto Franco?¡Que nos pueden llevar a la cárcel!
Franco estaba muerto y el miedo se dibujaba en su rostro. El miedo acumulado durante cuarenta años. El dolor del hambre padecida y de la que no se podía hablar, el miedo a las enfermedades, el miedo a que se supiera el secreto de que el hermano del abuelo vivía exiliado en Francia y del que yo no sabría de su existencia hasta el año 77. El sufrimiento de la ausencia del padre que tuvo que emigrar a Alemania Todo eso habitaba en los ojos de mi madre. Y también el dolor de las secuelas de la pandemia nos impregnaba cada día sobre todo, a ella y a mí. Nadie habló nunca públicamente de una pandemia ni del gran número de niños que murieron. Durante aquellos cuarenta años la mortandad infantil era algo natural y frecuente.

Y dirán muchos de ustedes: ¿Qué pandemia?
Entre los años 1950 -1964 tuvo su punto mas álgido la epidemia de poliomielitis que afectó a mas de 300.000 niños causando miles de muertes y discapacidades. Los datos aún no están claros. Se desconoce el numero real de muertes. Los síntomas durante los tres primeros días son muy parecidos a los de la gripe. Ya en 1955 se había demostrado en EEUU la eficacia de la vacuna de la polio de Jonas Salk. La vacuna Salk es un inyectable de virus inactivado. En 1961 se creó la vacuna Sabin, una vacuna oral de virus vivo atenuado. Desde 1955 a 1957 hubo en España mas de 3.200 casos de polio y unas 426 muertes pero no se produjo ninguna vacunación. En 1958, cuando la epidemia alcanzaba uno de sus picos mas altos, se llegó, incluso, a negar la existencia de la misma y se minimizó la importancia de los casos que salían a la luz. Para mas inri, la gestión de la polio se convirtió, además, en una pugna por el control de la sanidad entre algunos grupos de poder del régimen como el Ministerio de Gobernación (militares católicos) y el Ministerio de Trabajo (falangistas). Esta rivalidad también supuso una demora añadida a la implantación de las vacunas.
Quienes podían acceder a las vacunas tenían que pagar por ellas un precio elevado. Las clases pudientes iban a Francia y a Gibraltar a comprarlas. En la mayoría de los pueblos y entornos rurales ni siquiera existía información alguna, se desconocía la existencia de las vacunas. Se llegó a decir incluso que la vacuna que había no valía. Sin embargo, esa vacuna se la pusieron a los hijos de los altos cargos del franquismo. Negar la epidemia fue una decisión política del régimen, por razones de presupuesto. Entre 1958 y 1963 en España no se llegó a vacunar ni a la tercera parte de la población infantil menor de 5 años. Las secuelas de la polio, en los niños pequeños, son devastadoras y duran de por vida, llegando a agudizarse incluso décadas mas tarde, en la edad adulta, con lo que se denomina síndrome post-polio (SPP).
Hasta finales de 1963 no se puso en marcha la primera campaña nacional de vacunación masiva. Para muchos de nosotros ya era tarde. Todas las dificultades políticas, técnicas, administrativas y económicas no se solucionaron hasta pasado 1975 cuando se fueron implantando nuevos modelos estratégicos de salud pública.

El último caso de polio en España fue en 1988. Desde ese año no ha habido transmisiones comunitarias y los casos registrados han sido importados o relacionados con algunas cepas de vacunas como el caso que se dio en 2021.
Son muchos los que ya han ido falleciendo a lo largo de los años. Actualmente, el virus está erradicado en España pero las secuelas de la poliomielitis y el síndrome post-polio (SPP) siguen aún afectando en torno a unas 36.000 personas en España. La falta de investigación sobre las patologías que presenta este colectivo crea dificultades a la hora de hacer intervenciones que mejoren su salud y su calidad de vida. Es un colectivo que ya supera en su mayoría los 60 años y que la proximidad de su desaparición hace que sea en gran parte ignorado. Aún así la ley de Memoria Democrática abre, al menos, una puerta de reconocimiento y consuelo. En la disposición undécima de la Ley de Memoria Democrática 20/2022, de 19 de octubre se establece:
Disposición adicional undécima. Reconocimiento a las personas afectadas por el poliovirus durante la dictadura franquista.
En reconocimiento del sufrimiento padecido por las personas que fueron afectadas por el poliovirus durante la pandemia que asoló a España a partir de los años cincuenta del siglo XX, el Gobierno promoverá investigaciones y estudios que esclarezcan la verdad de lo acaecido respecto de la expansión de la epidemia durante la dictadura franquista, así como las medidas de carácter sanitario y social en favor de las personas afectadas por la polio, efectos tardíos de la polio y post-polio, que posibiliten su calidad de vida, contando con la participación de las entidades representativas de los afectados sobrevivientes a la polio.

La polio aún sigue presente en algunos países de África y Asia como Pakistán y Afganistán.
Ya hace setenta años que se creó la vacuna de la poliomielitis y cuesta creer que una enfermedad que se ceba con la población infantil y que deja unas secuelas, físicas y psicológicas, tan devastadoras, aún no ha sido erradicada del mundo. Probablemente, se necesite muy poco presupuesto pero el mundo tiene otras prioridades, sobre todo armamentísticas.
Ocultar las pandemias y sacar provecho de ellas es condenar a la Humanidad a repetir el dolor una vez tras otra.
Yo, personalmente, sueño con ver un día en los noticiarios un titular que diga : ”La polio ha sido erradicada del mundo.” ¡ Como me gustaría vivir para verlo!
Sin embargo, las palabras de Albert Camus, al final de su libro “La peste” nos ponen en alerta, con respecto a la peste. Una reflexión aplicable a cualquier pandemia.
“para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.
Pero sabia que, sin embargo, esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva. No puede ser mas que el testimonio de lo que fue necesario hacer y que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma infatigable“ . Albert Camus






Deja una respuesta