Thomas Mann, fotografiado en 1905

Jesús A. Marcos Carcedo: «150 años de Thomas Mann, el diseccionador de la decadencia»

Se cumplen ahora 150 años del nacimiento de Thomas Mann. El presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, encabezó en Lübeck, donde la casa de sus abuelos se ha convertido en museo, el homenaje que Alemania está dedicando a uno de los escritores más prestigiosos de su siglo XX. Pero los actos se extienden por todo el mundo y también se ha hecho eco del recuerdo el Instituto Goethe de Madrid. A cualquier persona de mediana cultura le suenan como familiares los títulos de, al menos, dos de sus novelas, La montaña mágica y La muerte en Venecia. Ésta última gozó de redoblada fama cuando en 1971 el entonces elogiado Visconti la llevó al cine.

Casa familiar en Lübeck y referencia para Los Buddenbrook

Thomas Mann no es un autor fácil y algunas de sus novelas pueden resultar pesadas para el lector común. La montaña mágica o Doktor Faustus no sólo contienen reflexiones teóricas que merman el dinamismo narrativo, sino que también insertan “fichas” extensas o teorías sobre enfermedades o composiciones musicales. O en los Buddenbrook se anotan minuciosamente todos los pormenores de las reuniones familiares. Por otro lado, las descripciones del comportamiento de sus personajes son tan detalladas y contienen tanto afán de profundidad que pueden aburrir o ser difíciles de entender en su pretensión de sentido simbólico, como cuando Mann se detiene en la manera de entrar, con un portazo, de la negligente madame Chauchat en el comedor del sanatorio en el que transcurre la acción de su obra más famosa. Además, Mann quiso experimentar con cauces nuevos para la novela y, aunque no llegara a los extremos de Joyce, enredó con la literatura y la hizo discurrir por caminos difíciles de seguir por muchos.

Interior de la casa, hoy museo.

Se han escrito infinitas páginas sobre él y su obra, pero las más lúcidas, seguramente, son las que le dedicó Marcel Reich-Ranicki. Para este destacado crítico alemán, la fuente secreta de la fuerza creativa de Mann radica en una aguda sensibilidad para el sufrimiento propio, vinculada a su manera de ver su sexualidad y, como en tantos otros creadores, a su aversión a las limitaciones de la existencia humana. Thomas Mann era muy egocéntrico e hipocondriaco y, sin embargo o precisamente por ello, fue capaz de alzar un edificio intelectual válido para todos.

Davos, en Suiza, donde se sitúa el sanatorio de La montaña mágica.

De las muchas cosas de las que se puede tratar a propósito de Mann, yo no me quedaría, desde luego, con las concernientes a sus actitudes políticas, tan reivindicadas -aunque olvidándose de las de la primera parte de su vida- ahora que Alemania vuelve a necesitar de referentes que oponer al ascenso de la extrema derecha. El valor fundamental de su obra, a lo que aplica todo su depurado arte literario, es la pericia en la disección del conflicto interior de los individuos, de sus desgarros íntimos, de las luchas que hacen y deshacen a cada uno de los hombres. Es cierto que ese trabajo puede tener y tiene una proyección sobre el conjunto social, como correspondencia entre los males particulares y los que colectivamente nos asedian, pero no está en eso lo fundamental, sino que se da por añadidura. Mann subrayó las conexiones de sus personajes con el destino de Alemania y de Europa solo a medida que fue creciendo su personalidad pública.

La montaña mágica llevada al cine en 1982

Se caracterizan los argumentos de sus relatos por la labor de zapa de la seguridad de los protagonistas. Su aparente fortaleza inicial deviene, con el correr de las páginas, malestar y conflicto y pronto se les intuye una larvada decadencia anímica que, finalmente, los arrastrará a la enfermedad, la locura o la muerte. Así ocurre con los de las tres novelas que he mencionado antes. Hans Castorp es un joven desvitalizado, emocionalmente apagado, que queda atrapado con pasmosa facilidad en las redes de un sanatorio que incita más a dejarse morir que a recuperarse. Adrian Leverkhün, compositor, y Gustav Aschenbach, escritor, son intelectuales que viven encapsulados en su mundo y que pretenden recuperar la fuente de su arte recurriendo a vender su alma o a viajar a la mítica Venecia en busca del descanso reparador. Felix Krull, personaje principal de su última e inacabada novela, oculta debajo de ciertas dotes seductoras su incapacidad para salir de la cama por las mañanas y su tendencia al parasitismo y la estafa.

Venecia, la ciudad decadente para el decadente Aschenbach

Forma parte del estilo de Mann servirse de marcos y de ambientes que subrayan ese corazón decadente de sus héroes o, más bien, antihéroes. Seguramente, la localización de la tragedia de Aschenbach sea la más conmovedora: Venecia, con toda su belleza, no es sino la sombra de lo que fue, un mero ornamento que poco o nada tiene que ver con la poderosa república de los dux, amenazada ahora por el mar y diezmada por una peste escondida y corrosiva. La peste veneciana es el equivalente de las manchas de la tuberculosis en los pulmones de los pacientes de la residencia de la pretendida montaña sanadora. Suiza es sólo una trampa para quien quiere huir de los males que socavan su espíritu. Otras veces o al mismo tiempo son los exóticos personajes que le rodean los que constituyen el entorno en el que se va a ir hundiendo el protagonista, como la señora Chauchat en Suiza, el jovencito Tadzio en Venecia o, en el caso de Thomas Buddenbrook, su propio hijo Hanno, opuesto a él por su artística sensibilidad.

Pero no es que los protagonistas busquen deliberadamente esos mundos terminales, sino que, al contrario, su aventura se inicia cuando, precisamente, quieren huir de la percepción desoladora de sí mismos. No puede negárseles el mérito de sostener, mientras pueden, una guerra encarnizada contra las pasiones que oscurecen su alma. Para ello se dirigen siempre a los lugares en los que creen que la naturaleza les devolverá la vitalidad o en los que esperan que el sano espíritu de los pueblos europeos no industrializados les inyecte en las venas las ganas de vivir que a ellos se les desvanecen. El mar y la montaña, tópicos regeneradores para la burguesía de la época, están siempre presentes en las novelas de Mann, pero también hay otros motivos más específicamente suyos, como cuando Felix Krull descubre la potente manera de ser de los portugueses, sin duda reverberación de su propia madre, de origen brasileño.

Dirk Bogarde protagonizó la versión de Visconti de Der Tod in Venedig

Todo esto está en sus novelas, pero el detalle de la disección anímica y de las sugerencias que la envuelven sólo se saborea con la lectura detallada de sus páginas, que puede costar a veces, pero que otras muchas embelesa. Y aunque, desde mi punto de vista, Thomas Mann tiene la mirada puesta en el individuo, su obra puede interesar mucho a quienes busquen conocer las mentalidades dominantes y la conflictividad social y moral de su época. La propia decadencia en su dimensión social e histórica fue explícita y obsesivamente abordada por los pensadores de finales del XIX y de la primera mitad del XX (Nietzsche, Spengler, Fromm…) y tanto el fascismo como el comunismo prosperaron presentándose como enérgicos remedios contra ella. Mann, en sus obras de madurez, especialmente en Doktor Faustus, también se adentró en el análisis de la decadencia espiritual y política de las sociedades europeas, que había llevado a su propio país a la aberración del régimen nazi.

Jesús A. Marcos Carcedo

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