Fueron unos seis largos meses los que estuvo Adora internada en este Hospital de la Virgen. Volvió a su casa ya recuperada y lo primero que hizo, sin saludar a nadie, fue preguntar por sus mellizas, porque aún no sabía si la estaban engañando para que no volviera a recaer. Y fue María quien le dio la sorpresa saliendo de la choza con las niñas en brazos.
¡Aquello estuvo impresionante! Los chillidos de alegría de Adora abrazando a sus pequeñas nos hicieron llorar de emoción a todos los presentes. Les miraba las manos y después los pies…, y se los comía a besos de una alegría convertida en lágrimas. Cuando dejaba de abrazar a las niñas, se abrazaba a su hija María que seguía con las mellizas en brazos. Las niñas empezaron a llorar atemorizadas por los apretones de su desconocida madre. Pero Adora, con toda la emoción y las lágrimas en los ojos, no se daba cuenta ni conocía a nadie.
En ese momento, nuestra peculiar ama de cría, que había sentido llorar a las niñas, salió de su cuchitril encabritada con las patas en alto, dándole topetazos a todo aquel que se le ponía por delante impidiéndole el paso para protegerlas.
Lo que hasta ahora eran lágrimas de emoción se mudaron en multitud de carcajadas y risas nerviosas de todos los presentes. Emilio, el hermano menor, y Ángel, el hijo del pocero, empezaron a lidiar a la cabra con un trapo rojo queriendo apartarla para que no hiriera a nadie con sus finos cuernos y los tremendos topetazos que daba a derecha e izquierda.






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