Esta novela se publicó hace años, en 2004, en Argentina, pero ahora aparece en edición española. Tuve la suerte de escuchar en persona a la autora en el Palacio de Carlos V presentada por Gracia Morales en el Festival Cultur_ALH celebrado en Granada en octubre de 2025, acompañada de mi amiga María José Garnica. Entonces no había leído a la autora y a raíz de aquel día mi marido me regaló este libro porque a él le pareció el más social de la escritora.
La autora, en aquella entrevista en el Festival granadino, contó que le preocupaba la realidad social de Sudamérica e intentaba plasmarla en su narrativa. Afirmó creer que la muerte ha estado y está muy presente en el día a día de los distintos países de América del Sur y tener la necesidad de plasmarlo en su obra. Así ha sido, nos recordaba, de forma diferente, por las dictaduras, por ejemplo, en Chile y en Argentina, o, por otra parte, con los asesinatos de mujeres en México.
En concreto, el libro sobre el que hoy escribo nos presenta un relato descarnado de la vida de un adolescente en la Argentina de la crisis económica de comienzos de los 2000. La trama es sencilla pero brutal. La situación personal y familiar por la que se ve y se ha visto obligado a pasar el protagonista le hace emprender una huida hacia delante en un intento de “desaparecer completamente” tras vivir numerosas experiencias aciagas en su propia persona y en miembros de su familia.
En la obra, aunque está presente de forma implícita en toda ella, también se dice explícitamente que la pobreza puede llevar a las situaciones terribles que se describen, la autora deja claro que los problemas sociales que se plantean no son algo casuales sino causales. Incluso se describen problemas físicos espeluznantes derivados de la miseria, que nos recuerdan a Galdós y a otros autores/as naturalistas y realistas del s. XIX o principios del s. XX. El sistema y la injusticia social propician el surgimiento de monstruos de distintos tipos que luego la sociedad rechaza y que llevan a seres humanos a vivir en lugares “invivibles” (concepto este último con el que recordamos a la autora Nieves Muriel).
El libro nos obliga a recordar y a reflexionar sobre lo que tienen que pasar diariamente (y han pasado en otras épocas) niños/as y jóvenes en distintos lugares del mundo por la inexistencia o incapacidad de los estados, los miserables barrios y las familias vulnerables, a los que las administraciones abandonan.

Es más, aunque no aparezca en la novela, es inevitable pensar en qué ha devenido posteriormente la situación política, económica y social de este país. Y es que, por desgracia, las cosas siempre pueden ir a peor. A los males que ya se representan en la novela como la pobreza, la delincuencia, los asesinatos por ajustes de cuentas, etc. añadámosle que una mayoría de la población por desesperación y hartazgo decide votar a un candidato que propone soluciones drásticas y absurdas y que, una vez llegado al poder, no hace más que acrecentar los problemas.
Regresando al libro, este está bien escrito, mantiene la tensión narrativa y los personajes son creíbles. Se recomienda anotar en un pequeño esquema los nombres de estos para no perder el hilo. Tal vez, a veces, se hace algo repetitivo o pesado a pesar de no tratarse de una novela muy extensa.
No obstante, la novela merece la pena. Un gran valor de esta es el destacar las consecuencias de sufrir un maltrato o un abuso, las cuales hacen que esa víctima no pueda disfrutar igual que otra que no haya vivido esas realidades. Y también el mostrar cómo quien ha sufrido algo terrible prefiere escuchar y no hablar, por miedo a contar su desgracia, y a que lo excluyan o lo dañen por ello. Además, se representa que la desgracia hace que, a veces, las familias se vean abandonadas, se queden solas.
Frente a ello, destacamos otro valor positivo de la novela, la aparición, aun en ese entorno aciago y miserable, de amigas y amigos jóvenes y mayores dispuestos, en la medida de sus posibilidades, a ayudar al protagonista.
Otros temas secundarios que se abordan de una forma más parcial son la búsqueda del morbo, el sensacionalismo y la poca utilidad que suponen los medios de comunicación. Así mismo, por otra parte, aparece el aprovechamiento de la miseria que hacen las supersticiones y ciertos cultos o creencias, en cuyos foros se llegan a confesar delitos, en espera de milagros, sin que estos devengan en denuncias o consecuencias penales.
Sin querer desvelar mucho más de la trama y el desenlace, qué duda cabe de que en los tiempos que corren, vivimos, a menudo, un bombardeo de noticias o informaciones que aportan poco y que nos hacen perder la capacidad de separar lo importante de lo accesorio, perder el norte e, incluso, el sentido común.
Además, en una época y sistema en los que la competitividad, el individualismo, la desconfianza, el miedo, la envidia o la falta de empatía pueden llevar a algunos/as a creer que vivimos en una selva en la que aplastar, invisibilizar o ignorar a las personas que se encuentran alrededor con sus dificultades y problemas, y, más aun, callar ante estas situaciones, puede ser algo lícito.
En tiempos como estos, un canto a la esperanza, a la búsqueda de salidas, a los/as que auxilian al prójimo por solidaridad o amistad sin esperar nada a cambio, a los que ayudan porque recuerdan que una vez ellos/as necesitaron que les socorrieran y recibieron apoyo, no puede estar demás.






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