Utensilios necesarios para construirse una buena canasta de mimbre

Francisco Ávila: ‘Adora la gitana’ (11)

Ante tanto alboroto, mi hermano Manuel y yo cogimos a la cabra del ronzal del pescuezo y, entre los dos, pudimos amansarla y encerrarla atada en el gallinero hasta que la gente se tranquilizó y se dispersó.

Fue entonces cuando Adora reaccionó y comprendió la actitud de la cabra, ese instinto animal que se arriesgaba ante todos por defender a sus hijas. Se acercó decidida al gallinero y, cariñosamente, estuvo durante un largo tiempo abrazada a esta segunda madre, muy agradecida por haber velado y criado a sus queridas niñas durante su ausencia.

Durante su convalecencia, Adora, como era una mujer que no podía estar parada a expensas de los hijos mayores y de su marido, quienes apenas encontraban un trabajo estable para mantener a la familia…

Eran años muy malos esos de la posguerra, incluso para las familias pudientes y acomodadas. El resto de la población difícilmente podía echar una semana completa de trabajo y, cuando lo encontraban, el dinero que ganaban se fundía antes de llegar a la mesa. En esas circunstancias de escasez de trabajo, en su mayoría trabajos prestados de «hoy voy contigo y mañana vienes tú conmigo» y, otros tantos, alojados por cuatro perras gordas mal contadas…, ¿quién iba a dar trabajo a Rafael, que era gitano y vivía aislado en una humilde choza al amparo de las inclemencias de cielo?

– Hay que hacer algo —les decía Adora a sus hijos -. No podemos estar aquí todo el día en la choza de brazos cruzados viviendo como la cabra, de todo lo que se encuentra por ahí. Ni ponerse a pedir cuando la mayoría de la gente está igual que nosotros o peor, porque ellos tienen otras obligaciones con el pueblo. No creo que eso sea el remedio.

En ese momento de razonamiento de Adora con sus hijos, la cabra se presentó de improviso en la choza, berreando, casi afónica. Traía liado al cuello una vara de mimbre que la estaba ahogando.

– ¡Ya está! —dijo Adora viendo el cielo abierto— ¡Ya tengo la solución! Desde mañana, me voy a dedicar a la artesanía de las canastas. Vosotros me buscáis la mimbre y yo me dedico a hacer canastas como mi papa, que todavía me acuerdo cómo las hacía, que eran muy bonicas y de todas las variedades. Si no la encontráis por aquí cerca, que la cabra os acompañe y os lleve al sitio donde ha encontrado esa vareta de mimbre. Ya veréis cómo se acuerda para no enredarse más. Y, si no, os alargáis al Camino del Cementerio de Purchil, que allí crecen muchas en las acequias.

A la semana siguiente, ya se veían cantidad de haces de mimbre al sol junto a la choza. Unos haces que la cabra no hacía nada más que mirar con recelo. Y cuando una de las mellizas se acercaba a gatas para coger una rama, la cabra se ponía delante y le berreaba, cual madre que no quiere que sus hijos se metan cosas extrañas del suelo en la boca.

Había que preparar primero las herramientas, que eran muy simples: un cuchillo pelador y una navaja bien afilada. El cuchillo pelador se extraía de la propia mimbre, de un junco fuerte sin separar de la membrana como este del dibujo. Hacía falta también una silla baja y un caldero de agua o una palangana para ir mojándola.

Redacción

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