Darío Estévez, Fernando de Villena y José A. López Nevot, en un momento de la presentación / A. ARENAS

José A. López Nevot realiza una brillante presentación de ‘El testigo de los tiempos’, de Fernando de Villena

Darío que se presentó como granadino residente en Sevilla desde hace bastantes años le gusta regresar a Granada pues «ese soplo de la Sierra para mí es como volver a mi infancia. Me siento en casa y además pues con esta acogida pues más todavía». A continuación aprovecharía para hablar un poco «de la edición técnica del libro» destacando la labor del editor Ángel Moyano que ha sido quien se ha encargado de la edición, en tanto de la cubierta el responsable ha sido Darío y del epílogo José Lupiáñez, donde hace un recorrido tanto por la propia novela como por la trayectoria narrativa de Fernando. «Es una obra que aspira a ser una edición definitiva de este testigo de los tiempos. Es una novela total, en el sentido de que construye un mundo que ha sido nuestro mundo desde el año 0 o 33 hasta prácticamente la Edad Contemporánea. Pero no solamente es un mundo construido de forma histórica, o sea, ser un eje vertical, si así se quiere, sino también horizontal», explicaría antes de añadir que es un viaje por ciudades, por países, por geografías y además es un viaje humanista en el más amplio sentido de la palabra. Es una novela en la que vemos historia, vemos filosofía, vemos teología, arte, literatura, arquitectura y asimismo los grandes temas como el amor, la muerte, la trascendencia humana, la espiritualidad. En definitiva, es un placer de novela que me congratulo mucho de contar con ella en nuestro sello editorial».

Darío Estévez, de niñalobaeditorial al inicio del acto ::A.A.

Respecto a la intervención de José Antonio López Nevot nos pareció tan brillante que le solicitamos el texto para que, quienes lo deseen puedan leerlo, también escucharlo puesto que se recoge en el vídeo del final:

El testigo de los tiempos, de Fernando de Villena, por José Antonio López Nevot

Tuve el honor y la satisfacción de presentar la primera edición de El testigo de los tiempos de Fernando de Villena, publicada por la editorial Quadrivium, el día 29 de octubre de 2008, en la sede de la Asociación de la Prensa de Granada y de la Fundación Andaluza de la Prensa, ubicada en el antiguo Hospital de Peregrinos de Granada. Una casualidad simbólica, pues El testigo de los tiempos es, en buena medida, la historia de un peregrinaje.

Un año después, la novela de Fernando obtuvo el Premio Andalucía de la Crítica en la modalidad de Novela, reconocimiento que venía a confirmar la excelencia del libro. Ahora se publica de nuevo en Niña Loba, editorial que, según reza su lema, confía en la estética, la inteligencia y la originalidad literarias como método de exploración de los enigmas humanos. El libro se enriquece con un Epílogo firmado por el poeta, narrador, crítico literario y académico de Buenas Letras José Lupiáñez.

Pero mi intención es recuperar para ustedes aquella primera presentación de El testigo de los tiempos, que me ofreció la posibilidad de volver a frecuentar los círculos literarios, siempre de la generosa mano de mi amigo Fernando de Villena.

Amigos y seguidores siguen atentamente la presentación de ‘El testigo de los tiempos’ / A.A.

Quizá pueda extrañar que sea yo quien presente la última entrega narrativa de Fernando de Villena, El testigo de los tiempos. Sería más bien él quien debiera presentarme a mí ante un auditorio literario. Pero tal vez la posible sorpresa se disipe si les hablo de una antigua amistad, que con el tiempo fue también literaria, pero que al comienzo fue solo eso, una amistad entre dos compañeros de colegio. Luego llegaron las lecturas: los libros míticos, los libros difíciles, los libros prohibidos. Recuerdo que Fernando me sorprendía siempre con el hallazgo de un raro ejemplar encontrado en alguna librería de viejo, o con la cita de un autor desconocido, despertando en mí en seguida el deseo de superarle con el descubrimiento o la lectura de un autor aún más difícil o secreto. Huelga decir que solo por accidente lo conseguía.

Creo que aquella emulación constante pudo ser un eficaz antídoto contra cualquier provincianismo intelectual, al estimular la búsqueda de un canon literario personal, más allá de los catecismos y recetarios al uso, que limitaban a media docena el número de autores que un escritor en ciernes debía conocer. La vocación literaria de Fernando se afirmó temprana e irrevocablemente, y no es necesario recordar aquí su impecable trayectoria, primero como poeta, y luego, como narrador. Pero quisiera subrayar esa cualidad de Fernando, esa perseverante pasión por los libros y la lectura, esa curiosidad insaciable que sabe contagiar a quienes le escuchan, porque explica muy bien su amor al pasado.

La Historia es, sin duda, la protagonista de su última novela. No es la primera vez que Fernando de Villena narra la experiencia histórica. Baste citar a tales efectos su Relox de peregrinos, que mereció el Premio Literario Ciudad de Jaén en 1988. Pero El Testigo de los tiempos sorprende por la magnitud del empeño y la ambición omnicomprensiva de sus páginas.

Cubierta del libro con la imagen de Frederic Edwin Church, Cross in the Wilderness (1857)

En el Prólogo, Fernando de Villena declara que «ésta es la mejor de (sus) novelas, la más ambiciosa, la que ha sido escrita y revisada con más amor». A mi juicio, es la más lograda y mejor acabada de su autor. Hace años tuve oportunidad de leer una primera redacción del texto, bajo distinto título, y puedo asegurar que la novela ha sido sometida a una esmerada revisión que finalmente ha devenido en una obra en buena medida diferente.

El asunto del libro es la historia de Ahasverus, el Judío Errante, el Isaac Lakedem de los flamencos, el Buttadio de los italianos, el Boutedieu de los franceses, el Juan de Espera en Dios (o Juan de Vota Dios) de los españoles. Con este último nombre aparece designado en la novela. La leyenda es conocida: un oscuro judío de Jerusalén, zapatero en la calle de la Amargura, se encuentra con Jesús camino del Gólgota y, ante su ausencia de compasión por la Pasión, es condenado a errar incesantemente por el orbe hasta el Juicio Final. En Europa, el mito del Judío Errante penetró en el folklore, pero también en la literatura culta, inspirando la obra de autores tan dispares como Goethe, Schlegel, Chamisso, Lenau, Andersen, Heine, Sue, Kipling o Apollinaire. En América, Borges llamó Joseph Cartaphilus, otro de los nombres de Ahasverus, al protagonista de El inmortal, y Mujica Láinez le dejó aparecer fugazmente en El Unicornio y en Bomarzo.

En España, la leyenda de Juan de Espera en Dios se mantuvo viva en la conciencia popular, al menos hasta el siglo XVIII. Más aún, en el siglo XVI hubo quienes llegaron a fingir ser ese personaje imaginario, como un Antonio Rodríguez, natural de Medina del Campo, procesado y condenado por la Inquisición de Toledo en 1547. En la novela aparece uno de estos simuladores, narrando su historia en una plazuela de Logroño. La historia real de Antonio Rodríguez pudo servir de inspiración a los autores del Crotalón o del Viaje a Turquía, donde reaparece nuestro Judío. Durante el siglo XIX, y una vez suprimido definitivamente el Tribunal del Santo Oficio, el mito de Juan de Espera en Dios siguió difundiéndose a través de traducciones o adaptaciones de la obra de Sue, y de la literatura de cordel.

El autor durante la lectura de un fragmento /A.A.

Así pues, el reto que afrontaba Fernando de Villena al emprender la redacción de El testigo de los tiempos residía en construir un relato, no sobre una ausencia, sino sobre una presencia, y nutrida, de textos anteriores, hilvanados en torno a la figura del Judío Errante. A mi entender, ha logrado superar con creces el reto, ofreciendo al lector un espléndido ejercicio narrativo. La novela es una autobiografía fingida de Juan de Espera en Dios, donde el protagonista narra su vida o, mejor, sus vidas. Antes de iniciar la narración, Juan advierte que va a morir pronto, en otras palabras, que se halla próximo el Fin de los Tiempos. A partir de entonces, el protagonista nos invita a acompañarle en una fascinante peregrinación a través de tres milenios de historia, que es también un viaje interior hacia sí mismo. A diferencia de los decrépitos struldbruggs o inmortales que comparecen en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, Juan nunca envejece, lo que tarde o temprano suscita la desconfianza de las gentes y, finalmente, le obliga a abandonar el lugar donde vive para reemprender su errática existencia. El testigo de los tiempos se convierte así en una novela de ciudades, en una novela cosmopolita.

Asistimos a las tribulaciones de Juan, quien, consciente de que ha de expiar su pecado, se debate entre el arrepentimiento y el olvido; en el interior de Juan se entabla una querella entre devoción cristiana y sensualidad pagana. Pero, agazapada en un repliegue de su mente vive la esperanza de redención. En un pasaje de la novela se compara con el ave fénix, renaciendo eternamente de sus cenizas, eco tal vez de cierta tradición, según la cual, cada centuria, el Judío enfermaba gravemente hasta el punto de sentir la angustia de la muerte, para luego sanar y volver a la edad de treinta años.

En la novela, la historia del Judío Errante se entrevera con la historia mítica de España, patria adoptiva de Juan: el mito de la Cueva de Hércules en Toledo, vinculado al mito de los Libros Plúmbeos del Sacromonte y, finalmente, la clave interpretativa de la novela, Iram la de las columnas, prefiguración de una Alhambra hermética. Hay otro leitmotiv, la aparición recurrente de un misterioso personaje que, en cada reaparición adopta una encarnación distinta, y cuya identidad me guardaré muy mucho de revelarles.

Fernando de Villena dedica ejemplares de su libro /A. A.

Siguiendo las enseñanzas de Mujica Láinez, Fernando de Villena ha sabido sortear los peligros del presentismo en el que incurren muchos autores de novelas históricas, al proyectar hacia el pasado las ideas y conceptos del presente; por el contrario, cada capítulo de la novela es una evocación límpida y exacta, recreada con sabiduría y sensibilidad históricas, de una cultura pretérita; en vano buscaríamos en la narración la sombra de un anacronismo. El protagonista de la novela se contagia del signo de los tiempos en que le es dado vivir: converso al cristianismo, eremita y filósofo en la antigüedad, guerrero y monje en los siglos oscuros, poeta y soldado en el Renacimiento, músico en el Siglo de las Luces, siente cómo se acentúa su conciencia crítica en vísperas de la Revolución.

Aún así, en el protagonista he creído advertir algunos rasgos del yo del autor: la pasión por los objetos bellos y antiguos, el amor a ciudades y lugares taumatúrgicos y misteriosos (Venecia, Toledo, La Alhambra, el Sacromonte), pero también el desarraigo y la inevitable soledad, la carencia de asideros, la fugacidad de las personas y las cosas, el melancólico escepticismo ante las utopías colectivas y la sola esperanza en el perfeccionamiento individual.

Como Alonso Quijano, Juan de Espera en Dios descubre un día que su singular historia, supuestamente real, andaba impresa en un libro. El hallazgo del texto tiene lugar en Nuremberg, en el siglo XVIII, y el narrador confiesa que, pasado el tiempo, llegó a coleccionar todas las obras literarias que hacían referencia a su vida, incluyendo un breve poema de Fernando de Villena. Aquí, el plano del autor y el del narrador se entrecruzan en un juego metaliterario. Pero el mismo Juan de Espera en Dios ya había iniciado siglos atrás la tarea de fijar su vida por escrito, cuando profesó de eremita junto al lago Meris, en Egipto. Mucho después, en Venecia, sigue escribiendo su vida «con un estilo lleno de arcaísmos y vocablos extraños propio de quien ha vivido mucho y en muchos territorios diferentes».

Ese estilo arcaizante y poblado de vocablos extraños es precisamente uno de los grandes aciertos del libro. Pero sólo un artista del lenguaje, tan extraordinariamente familiarizado con la tradición clásica y con los registros estilísticos de la literatura aurisecular como Fernando de Villena, habría podido recrear esa voz intemporal y a la vez enraizada en la historia que nos acompaña a lo largo de la novela.

El autor dedica un ejemplar a su amiga y también escritora, Josefina Martos Peregrín /A, A.

Como no podía ser menos, en las páginas de la novela aflora también la voz lírica de Fernando de Villena, con imágenes y metáforas de una audaz belleza: así, Jerusalén yace «aupada sobre el monte Sión como sobre vetusto atril el Libro Santo»; en Egipto, «el sol caía con la fuerza de una legión romana». Las escenas son descritas con una plasticidad y colorismo de pintor. El encuentro entre Juan y Emilia en la isla de Kea evoca irresistiblemente una pintura de Alma Tadema.

Por las páginas de la novela transitan personajes reales, como Saulo de Tarso, Agustín de Hipona, Belisario, Carlomagno, Guillermo IX de Aquitania, Pietro Torrigiani, Haendel, Mozart, García Lorca, Mujica Láinez, o el mismísimo Fernando de Villena; personajes imaginarios, como los de la materia de Bretaña: Arturo, Morgana, Perceval. Pero son, sin duda, los personajes de ficción, creados por el autor, quienes dejan una más honda resonancia en la memoria del lector: el indio del Perú Tobías Bartolomé Cumpián, el devoto caballero de Méjico Felipe Manuel de Osorio y Moctezuma, y, sobre todo, los delicados retratos femeninos, como los de la romana Emilia en la isla de Kea, la portuguesa Ana de Sousa en Sevilla, la india María del Buen Consejo en Méjico, o la judía Ana Újed en Praga.

Pepe Salobreña también se llevó para casa un ejemplar firmado /A.A.

Estos personajes ficticios, verdaderamente memorables, aportan frescura y vivacidad al discurso narrativo, al dialogar con el protagonista, o narrar a su vez su propia historia, convirtiendo El testigo de los tiempos en un mar de historias, en una novela de novelas. En 1913 escribía Arthur Schnitzler: «Mi oficio es crear personas, y lo único que debo demostrar es la multiplicidad del mundo». Sería difícil sintetizar en menos palabras el oficio de narrador. Pues bien, creo que Fernado ha logrado crear personas y mostrar la multiplicidad del mundo en su última novela.

Leer El testigo de los tiempos es sumergirse en un universo fascinante, donde la historia, el mito, la imaginación, el misterio y la belleza del lenguaje seducen al lector desde las primeras páginas. No exagero al afirmar que este libro consagra a su autor, Fernando de Villena, como un novelista de relevancia indiscutible en el panorama actual de la narrativa hispánica.

José Antonio López Nevot

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