Hacía casi tres lustros que no pisaba el Lejano Oriente y, digamos, había un gusanillo que decía: es hora de volver, visitar nuevos lugares, añadir nuevas experiencias, cumplir viejos sueños, trotar, en fin, por esos mundos llenos de sorpresas cuando estás preparado para cualquier cosa que te pueda acontecer en el deambular por el planeta.
Y con esas miras llegaba la oferta de un viaje que abría camino por aquellos lejanos contornos tras varios años sin operar, en el mismo estaban las escalas que buscaba y precisamente encontramos la que queríamos: Taiwán. La maquinaria de las reservas la engrasamos y se puso en movimiento casi un año antes de la partida. Eso mantuvo en vilo al viajero porque, al final del camino, uno se pregunta ¿lo permitirá la salud?, un simple resfriado, una gripe, algo usual, puede complicarnos la vida; en cualquier momento te están controlando la temperatura corporal y pueden echarte para atrás. Las máquinas lo dominan todo y poco a poco nos acorralan, están las de reconocimiento facial y ya no pudimos escaparnos: Hong Kong, Dubai, Barcelona… tres veces tuvimos que enfrentarnos a ellas en el viaje de retorno. ¡El mundo cambia en un instante!
Se trataba de atar las conexiones aéreas, inicialmente vía Estambul, finalmente sería Dubai volando con Emirates, el vuelo casi un 60% del pasaje iba para el Costa Serena que nos esperaba en el otrora viejo aeropuerto de Kowloon, reconvertido en flamante terminal de Cruceros.

Nada más ser recogidos en el nuevo aeropuerto, impoluto, funcional e inmaculado levantado en un plis-plas en terrenos ganados al mar; se trabajó duramente durante varios años las 24 horas, unas infraestructuras vitales para una de las regiones económicamente más dinámicas del continente. El viajero queda noqueado por varios factores pero, sobre todo, por la limpieza y el orden [algo que se sucederá en todo el viaje por Taiwán, Japón y Corea del Sur]. Ni una loseta rota, ni una escalera averiada, ningún ascensor fuera de servicio y personal gestionando la masiva llegada de vuelos que serán reconducidos con el servicio ferroviario automático hasta la zona de retirada de equipajes, control migratorio y salida al exterior. Ni una molestia, ni un cacheo, ni una sola impertinencia y, en casa, rara vez logras pasar los filtros sin que algún que otro energúmeno te moleste. ¡La educación en nuestro país parece que se perdió en estas instalaciones y aquí, en el otro extremo del mundo, es lo básico: qué gran contraste!
Tras ser recibidos por el personal de la naviera fuimos reconducidos al autobús, apenas habían transcurrido cinco minutos y ya estábamos disfrutando de la visita panorámica por este único y sorprendente rincón del orbe; no te deja indiferente, tampoco la sensación de jirafa al tener que estar mirando siempre al cielo… y uno se acordaba de la gente que se quejaba de los rascacielos de Benidorm que al final serían una simple peca si comparamos con el panorama honkonita, la otrora colonia británica, no se durmió en los laureles y el hecho de ser una Región Administrativa Especial dentro de China la han convertido en más dinámica y competitiva.

La presencia de europeos en la época moderna arranca con el enclave cuando se firma el famoso Tratado de Nanking (1842), la isla quedaba bajo pabellón británico y sería rebautizada como Victoria, topónimo que se conserva y funge como capital. La sorpresa te la llevas con la cantidad de autopistas, puentes, cruces, ferries… han convertido su espacio en una populosa urbe cuyo crecimiento se arranca al territorio marino, de sus actuales casi 1.115 kilómetros cuadrados, casi la quinta parte se le ganó al líquido elemento y el proceso continúa: basta observar los centenares de excavadoras trabajando en el rebaje de montañas y las gigantescas rocas trasladadas para crear nuevos edificios que permitirán ir creciendo hacia el cielo. ¿Cómo se las arreglan cuando tienen un apagón?
Por supuesto, aquella cesión de Pekín en el siglo XIX no sería la última; la humillación infligida por su Graciosa Majestad con la Guerra del Opio (XIX) sería devuelta dos siglos después cuando esa lacra de la droga, el fentanilo chino, se expande por el orbe y destroza a miles de occidentales en los países, teóricamente, prósperos donde los que sucumben han de intentar vivir en un mundo sin esperanza. Recientes están las declaraciones de Donald Trump reconociendo 300.000 muertos al año en el gigante norteamericano.
El 1 de julio de 1997 el último Gobernador Británico, Christopher Patten arriaba la Union Jack y entregaba el testigo al presidente chino Jian Zemin con el compromiso de mantener, sin cambios, el sistema heredado. Políticamente la cosa no está tan clara pero la Región Administrativa Especial conserva su propia dinámica e incluso tiene sus elecciones [grandes carteles nos recibían por doquier], moneda, bandera o estilo de vida, aunque cada vez menos presencia del inglés, si no fuera por el detalle de la lengua y los rostros. Parecería que no has salido de casa.

Digamos que se mantiene “una ilusión” que sirve para vivir en la nube y en esos gigantescos edificios que crecen como hongos y donde la vida no descansa. Las 24 horas en plena actividad confirma el dinamismo que la distinguió: uno de los centros financieros y de comercio más importantes del orbe.
Si nos detenemos en analizar su tráfico marítimo, entonces nos sorprenderemos del constante flujo de navíos que entra y sale desde sus múltiples puertos. No en vano es el lugar de más tráfico marítimo del planeta.
Y para visitar este emporio, arquitectónicamente impresionante, lo más lógico será ir preparado con aquello que podrá abarcar en su tiempo de paseante porque, de lo contrario, tendrá que conformarse con una pincelada que le sabrá a poco. Hong Kong es un punto de atracción que no deja de sorprender al visitante. Por la superficie puede ser una titánica tarea, para rapidez y comodidad lo más lógico es utilizar la red de metro y los ferries para visitar los puntos de interés en varias de sus islas [casi medio millar, aunque no todas están habitadas].

Un buen mapa y paciencia nos permitirá llegar a aquello que uno quiere ver. Eso sí, es necesario tener precaución y llevar siempre escrito las direcciones, sobre todo si nos vemos obligados a utilizar el servicio de taxi [cada vez menos inglés, más chino mandarín -cuatro declinaciones y se complica aún más con el cantonés que usa ocho-] para no complicarnos la vida en un territorio que parece un inmenso puzzle.





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