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Ramón Burgos.: «¿Reconciliación?»

Sentarse en los bancos de nuestros parques —actividad que, lo sabéis bien, considero imprescindible— es una de esas costumbres modestas que, sin embargo, enseñan más que muchos libros. Allí, entre sombra, murmullos y palomas inoportunas, uno tiene la oportunidad de asistir a pequeñas asambleas improvisadas donde lo cotidiano adquiere profundidad. Escuchar las preocupaciones, intuiciones y desacuerdos de quienes se sientan a conversar es, quizá, una de las mejores lecciones de vida que todavía nos ofrece la calle.

En una de estas tertulias espontáneas –a la que yo asistía impertérrito–, alguien lanzó una pregunta inesperada: ¿Es imprescindible una “reconciliación ciudadana” en nuestro entorno más cercano, en nuestra propia población?

La pregunta tenía más fondo del que aparentaba. Hablaba, claro, de la crispación creciente, de ese ruido que se cuela en nuestras conversaciones familiares, en las redes sociales y hasta en los saludos rápidos que antes eran cordiales. Hablaba de la sensación de que todo se ha vuelto más frágil, más susceptible de romperse.

Yo respondí casi sin pensarlo: no sé si “reconciliación”…, pero sí “despolarización”.

Reconciliación mantiene que antes hubo una ruptura total, un trauma insalvable, un abismo que exige el mayor de los esfuerzos para que las partes vuelvan a abrazarse. En cambio, despolarización es más honesta: no pretende borrar el conflicto –que es natural, incluso saludable, en democracia–, sino impedir que ese conflicto derive en hostilidad permanente. Despolarizar significa aceptar que podemos discrepar sin convertirnos en enemigos; significa rebajar la tensión para que las diferencias no degeneren en trincheras emocionales.

En España –en nuestros pueblos– conocemos demasiado bien esos ciclos de colisión convertida en resentimiento. Nos ocurre cada cierto tiempo. Parece que estamos condenados a vivir en una especie de péndulo emocional colectivo: momentos de convivencia tranquila seguidos de etapas de crispación que todo lo envenenan. Lo que antes era simple discrepancia ahora se vive como amenaza; lo que antes era opinión ahora se interpreta como ataque personal.

Ramón Burgos Ledesma

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