Francisco J. Sánchez y sus westerns imprescindibles (1): ‘El hombre que mató a Liberty Valance’

Obra crepuscular en la filmografía de John Ford, impregnada de una lírica fascinante y un preciosismo rara vez alcanzado en el cine, El hombre que mató a Liberty Valance no es solo un grandísimo western, sino en opinión de quien esto escribe, una de las mejores películas de todos los tiempos. Y lo es por la perfección de sus aspectos técnicos (guion, fotografía, música, interpretaciones), pero, sobre todo, porque condensa en una única historia el enfrentamiento entre dos formas de vida antagónicas: la supervivencia y la evolución.

En el primer caso lo hace a través de la violencia personificada en la figura del malvado Liberty Valance (Lee Marvin) y en el segundo gracias a los valores que representa el personaje de Ransom Stoddard (James Stewart), quien defiende de modo algo ingenuo la necesidad de leyes. El choque entre estas dos concepciones en un escenario como el Oeste sirve para mostrar la eterna lucha entre el bien y el mal, para retratar el salvajismo puro que en un principio parece imponerse, pero que sucumbirá inexorablemente ante el progreso: la llegada del ferrocarril, el crecimiento del número de escuelas, el avance del poder de la prensa o la expansión de la política. Porque El hombre que mató a Liberty Valance es en realidad una película sobre el fin del Oeste, sobre la formación de los Estados Unidos, rodada con admirable precisión poética.

El interés de John Ford por dirigir esta historia se inició tras leer el relato del mismo nombre de Dorothy Johnson, publicado por la revista Cosmopolitan en 1949. En él, Ford encontró elementos que le permitirían plasmar en la gran pantalla dos de sus obsesiones cinematográficas, el Oeste y el misterio.

Ford compró los derechos de la obra y presentó el proyecto a los responsables de Paramount; sin embargo, no contó con el apoyo suficiente. Su carrera había empezado a decaer y nadie en la productora creía que el filme fuera rentable. Únicamente accedieron a financiarlo si John Wayne lo protagonizaba. Y Wayne aceptó por hacerle un favor a Ford, porque de hecho nunca llegó a entender a Tom Doniphon, un personaje complejo, con demasiadas aristas y con el que apenas tenía ocasión de lucirse. Además fue un rodaje complicado. Ford, orgulloso y autoritario, se comportó de manera especialmente cruel con Wayne, tal vez para demostrar que no le debía nada.

Construida en torno a un largo flashback (un recurso que Ford ya había utilizado dos años antes en El sargento negro), con una puesta en escena concisa y enérgica, El hombre que mató a Liberty Valance se rodó en tres meses a finales de 1961 en pocos escenarios, debido en parte a la escasez de medios. Se trata de una película larga, densa, filmada con una fuerte carga lírica resumida en un elemento recurrente: una flor de cactus. Un símbolo de la desilusión por un hogar destruido; por la pena que produce el desamor y por el recuerdo de los sueños rotos.

Siempre que pienso en esta película me viene a la cabeza una de sus escenas más famosas. Liberty y su banda entran en un restaurante abarrotado de vecinos que comen y charlan amistosamente; de repente la acogedora atmósfera se interrumpe y acude el silencio. Valance es la personificación del mal: ojos de demonio, traje de cuero con tachonados de plata, revólver al cinto y un látigo en la mano para abrirse paso allá por donde va. En una de las mesas, Tom Doniphon, el único hombre al que Valance teme y respeta, permanece impasible, esperando a que le sirvan la cena. Pero resulta que quien le va a llevar el gigantesco chuletón es el licenciado en leyes, ahora camarero improvisado, Ransom Stoddard, a quien Valance casi mata de una paliza al principio de la película.

Y sucede así: el villano zancadillea a Stoddard, que cae con estrépito y con él, la cena de Doniphon. Craso error. Ford aguanta el plano para que por la derecha aparezca Doniphon, la mano rozando su arma, y ordene a Valance que recoja el bistec. Ambos se cruzan miradas desafiantes y Doniphon insiste: «He dicho que lo recojas tú, Valance». «Somos tres y tú estás solo», contesta éste. «Mi amigo Pompey está en la puerta de la cocina con un rifle», responde Doniphon. Entonces uno de los esbirros de Valance avanza unos pasos y trata de arreglar el estropicio, pero Doniphon le revienta la cara de una patada; luego se acerca a Valance y con tono firme vuelve a ordenar: «He dicho que seas tú. Tú recogerás el bistec». Valance y Doniphon permanecen mirándose, uno a medio metro del otro, hasta que Stoddard recoge el plato y lo deja en la mesa. Valance arroja unas monedas al suelo y opta por retirarse. Justo antes de salir se vuelve e intenta desenfundar, pero la voz de su rival lo disuade: «Inténtalo, Liberty, inténtalo». De esta forma, los forajidos abandonan el restaurante y nosotros recuperamos la respiración.

El hombre que mató a Liberty Valance  es un western extraordinario y atípico: hay un villano, pero dos héroes y solo una chica; hay un caballo en una asamblea de ciudadanos; hay frases memorables («Esta vez justo entre los ojos»); hay peleas y un duelo a muerte, aunque contado desde dos puntos de vista muy distintos. Y hay, por supuesto, un periodista que, aun sabiendo la verdad, prefiere imprimir la leyenda. No debe sorprendernos. Al fin y al cabo, eso es el Oeste.

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