Orantes comentó que «la inmensa mayoría de nuestras alumnas y alumnos cuando eran pequeños no pudieron ir a la escuela porque tenían que ayudar a sus familias en las tareas campesinas y labores de la casa. No tenían tiempo de aprender. Trabajaban de sol a sol en las sierras y campos de la Alpujarra. Ir a la escuela era un lujo inalcanzable para los pobres. Muy pocos iban a la escuela. Los maestros ganaban poco. Los jornaleros, los que carecían de fincas, mucho menos. Eran otros tiempos».
Abogados, médicos…
«Si hace décadas se les hubiese podido dar la oportunidad de aprender a la gente de la Alpujarra, hubiese salido una cantera enorme de maestros, abogados, médicos, empresarios, etcétera. Porque son listísimos –continúa el director del centro–. A todos y todas les gusta mucho aprender».
Los Centros de Educación Permanente son unos instrumentos, según Orantes, que la Administración pone a disposición de las zonas rurales. «Bajo mi punto de vista, los centros no llegan a aprovecharse al cien por cien. Es decir, que no acude toda la gente que debería. A mí me gustaría que la gente colaborara y participara mucho más, porque estos centros no son sólo para la gente que no sabe leer ni escribir, ni mucho menos. Estos centros son creados por la Administración para toda la sociedad. Para los jóvenes y para las personas mayores.
Las clases tienen que llenarse porque en estos lugares se enseñan muchas cosas, y a muchos jóvenes de 18 a 26 años ha de interesarle, porque todavía no tienen ningún titulo de Educación Básica. Y en estos centros rurales se les ofrece la oportunidad de conseguir esos títulos gratuitamente».
El profesor de los centros de Torvizcón y Notáez, Francisco Pino, da clases a 38 mujeres y 2 hombres. «A mí me gusta mi profesión hasta más no poder. La vivo y la siento. Enseño, pero a mí también me enseña esta gente tan buena. Los adoro. También hacemos viajes, una revista, actividades culturales, gastronómicas, festivas, etcétera. Todo sale a la perfección. Ahora todas mis alumnas y alumnos están muy motivados por aprender a manejar un ordenador. Todas y todos aprenden a dar sus primeros pasos en los once ordenadores que tenemos, a manejar el ratón y el teclado, en principio».
La segunda oportunidad
Algunas de las alumnas de Torvizcón, como Ana Fernández, no tuvieron la oportunidad de asistir a la escuela cuando eran unas niñas. «Estuve menos de dos años, porque tenía que ayudar a mi familia que vivía en un cortijo del ‘Molino el moyo’, y porque la escuela más cercana se encontraba bastante lejos». Angelina vivió una situación similar. «Me pillaba muy lejos la escuela del cortijo que teníamos en el término de Almegíjar. Salía andando a las nueve y llegaba casi a las once a la escuela que estaba en ‘El Cerrajón’». María Rodríguez se crió en un cortijo de la Sierra de la Contraviesa. «Yo no pude ir porque estalló la Guerra Civil, y cuando terminó tuve que empezar a trabajar porque la vida se puso más mala todavía. Lo poco que aprendí fue gracias a una prima mía. Y, claro, pude cartearme con mis hermanos cuando estaban en la mili». Isabel, Araceli, María, Carmen, Cristina, Encarna, Aurora, Teresa, Plácida, etcétera, tampoco pudieron ir mucho a clase. Ahora sí que lo hacen con mucha entrega e ilusión.
Clases de teatro
Un grupo de mujeres de Órgiva, además de dar clase en el Centro de Educación Permanente, aprenden a ser artistas de teatro. Exactamente aprenden la obra ‘Maribel y la extraña familia’ de Miguel Miura, de la mano de la profesora orgiveña, Mónica Rubí. «Yo soy maestra de adultos –dice Mónica– y los viernes tengo el taller de teatro en Órgiva. En Soportújar tengo un grupo bastante grande de mujeres con muchas ganas de aprender.
La profesora lanjaronense Isabel López (hija del recordado José López ‘El Mendi’) da clases en Órgiva. «Tengo 15 alumnos en el nivel uno y otros 15 en el Graduado de Secundaria. Mucha gente, aunque dejó los estudios, puede volver a aprender y a sacarse el graduado en estos centros. También quiero manifestar que los adultos vienen a clase con muchas ganas de aprender. Cosa que a la gran mayoría de los niños y niñas no hacen.
Enrique Alonso lleva trabajando en Ugíjar 24 años. Da clase a personas mayores, de mediana edad y jóvenes que están intentando obtener el título de Graduado de Secundaria en las pruebas libres. «Tengo alumnos muy mayores que comenzaron conmigo en 1984. Dicen que le han tomado mucho cariño a la escuela, y no quieren dejar de ir», reconoce.
Sin duda una labor nada desdeñable, conseguida a través del esfuerzo de cientos de profesionales de la docencia y a un factor indispensable, la ilusión de todos los alumnos que cada día asisten a clase como si fuese el primero.