Juan Santaella: «El difícil arte de educar»

Sin embargo, como muy bien dice Fernando Savater, en su obra “El valor de educar”: “Mientras que la función educadora de la autoridad paternal se eclipsa, la educación televisiva conoce cada vez mayor auge ofreciendo sin esfuerzo el producto ejemplarizante que antes era manufacturado por la jerárquica artesanía familiar”. Es decir, la autoridad en la familia, y también en la escuela, se han oscurecido; los valores tradicionales de respeto a la autoridad,  de esfuerzo continuo y  de voluntad permanente se ocultan en favor de otros valores nuevos; la crisis familiar en sus diferentes modalidades genera demasiados niños  solos que están todo el día en la calle, con sus motos, sus cascos y su móvil.

Muchas familias han hecho dejación de su responsabilidad y la entregan a los Centros educativos: el 40% de los padres reconocen no saber cómo educar a sus hijos.  Demasiados padres se acercan a nuestras tutorías interesados sólo por el rendimiento académico de su hijo, sin preguntar siquiera por su comportamiento: si es generoso o egoísta, si es sociable o arisco, si es alegre o triste, si es comprensivo o intolerante, si es pacífico o agresivo…

Hoy, casi nadie educa, a excepción de  la TV y de los diferentes mass media. La sociedad se ha hecho excesivamente permisiva, sólo hay derechos y no se habla de obligaciones porque nadie quiere frustrar a los niños ni a los jóvenes, y por ello  la autoridad les permite irresponsablemente el botellón, sin valorar las consecuencias que para la salud de los jóvenes tiene; muchos padres practican la sobreprotección con sus hijos que, en palabras de Ortega y Gasset, consiste en “no exigirles nada, darles cuanto pidan y no negarles lo que deseen”. Éstos son los típicos niños mimados, que tanto abundan y que reproducen a lo largo de su vida el síndrome de Peter Pan: poseen una personalidad débil, tienen incapacidad para asumir responsabilidades, son  inmaduros emocionales, albergan  miedo a la soledad, no toleran la crítica, no se adaptan al trabajo ni, cuando la tienen, a la pareja, visten siempre como adolescentes, cambian de compañera buscando una más joven; además, junto a ellos, siempre precisan una Wendy, que es la que toma decisiones y asume la responsabilidad.

¿Pero cómo es la juventud que nos ha tocado educar? Según Javier Elzo, en una  reciente encuesta, tienen poco compromiso social; sólo les interesa divertirse y prepararse para trabajar; el grupo es fundamental para ellos, sobre todo el del fin de semana, que puede estigmatizarlos; si antes el ocio estaba supeditado al trabajo, hoy lo han sacralizado (el ocio es vital para el 92%: bares, TV, radio, botellón, música…); si la adolescencia era antes un tránsito hacia la edad madura, hoy  se ha convertido en una etapa propia y prolongada, que a veces excede de los treinta años, y a los que Eduardo Verdú denomina “adultescentes”.

Por todo ello,  Elzo entiende que los jóvenes de hoy están marginados: unos por abandono de sus padres, otros por mimados, y muchos por ambas cosas. A los mimados (la gran mayoría) les están atontando, incapacitando y arruinando su futuro, con la colocación de una escayola permanente, que es la protección paterna, cuando ésta sólo es necesaria durante algún tiempo, después, cuando el miembro está curado o el joven puede ser autónomo, o se le quita o lo inutiliza para siempre. Antes, a pesar de las carencias,  era más fácil ser joven porque teníamos menos cosas y el camino lo teníamos prácticamente trazado; hoy se enfrentan a la vida sin referentes y con un mundo que les ofrece tantos atractivos que los lleva por donde a ellos les gusta y no por donde debieran.

Por todo ello, como escribe Gabriel Celaya, los profesores que se entregan sin reserva a la siempre difícil pero apasionante tarea de educar  descubren que su trabajo nunca ha sido estéril, sino que se prolonga en  los alumnos, sobre todo en una sociedad que ha marginado la más sublime de las actividades que es  educar :

 “Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes
 hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos
seguirá nuestra bandera enarbolada”.

Los que, además,  hemos tenido la experiencia gozosa y triste a la vez de pasar a la etapa de jubilados, si hemos amado nuestra actividad y nos hemos volcado en educar  a nuestros alumnos en valores sólidos, en un mundo inconsistente y líquido, como afirma Muñoz Molina en su último libro, sólo nos quedará como a Laertes, rey de Itaca y padre de Ulises, seguir siempre el consejo de su padre Polonio, referido a esos alumnos por los que tantos desvelos  hemos tenido: “Al amigo de amistad probada sujétalo a tu corazón con ganchos de acero”. Así quedan para siempre, en efecto,  sujetos a nuestro  corazón cuando  iniciamos una nueva e ilusionante andadura por el mundo.

 

Juan Santaella López 

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