Así que a partir de aquella fecha se abordó la idea de seguir reuniéndonos, de seguir en contacto, para lo cual se abrieron cuentas en las redes sociales a nombre de la Promoción y a las que se invitó a todos los miembros de la misma.
Esperidón, nuestro para siempre delegado, ha hecho posible la continuidad gracias a su capacidad de cohesión, de organizador y, sobre todo, por creer en la amistad que une al grupo. Gracias, amigo, por tu esfuerzo y dedicación.
La dispersión y los quehaceres de cada uno hacen imposible que las reuniones posteriores sean numerosas, pero se mantiene un grupo muy cohesionado y suficiente para que siga vivo el espiritu del reencuentro.
A partir de entonces se han llevado a cabo viajes culturales-gastronómicos, como las visitas a Montefrío y Carchuna, o encuentros puramente gastronómicos. Pero, sobre todo, se ha institucionalizado una reunión semanal: San Jueves, que hace posible que nos veamos cada semana y compartamos unas cervecitas y mucha charla. Sin olvidar la confección de un libro-documento sobre todas estas actividades y las opiniones, vivencias y relatos vertidos por integrantes del grupo en diversos escritos, así como fotos de aquella época y una orla con nuestros rostros actuales.
Contado esto así resultaría una simple enumeración de acontecimientos. Nada más lejos de la realidad. Las reuniones, ya de por sí gratas, van más allá en su contenido, en su esencia, que explican su continuidad.
Estos encuentros poseen un poderoso imán que nos atrae. A ellos se acude con alegría e ilusión. El tiempo transcurre en un suspiro. Ahora no hay biombo separador y hombres y mujeres vivimos en comunión con nuestra auténtica personalidad fraguada a lo largo de tantos años y con la satisfacción de encontrarnos compañeros y compañeras cuyo punto en común es haber pasado aquellos años en la Normal.
Nuestros encuentros constituyen una terapia de evasión, una liberación de problemas de toda índole que en muchos casos entorpecen nuestras vidas
Es hora del intercambio de ideas, de hacer confesiones que en aquellos tiempos no hubiésemos sido capaces de hacer porque el rubor, la timidez y el misterio de los años jóvenes no nos permitían hacerlo. Ahora, con la edad madura, se reviven momentos, amores pasados, conversaciones que antes serían íntimas y que a estas alturas de la vida resultan divertidas, carentes ya de la magnificencia que antes se les otorgaba.
Son muchos años transcurridos, toda una vida profesional dedicada al trabajo y a la familia. Ahora toca revivir, recordar, es decir, volver a vivir aquellos tiempos duros, difíciles, sacrificados, que han marcado nuestras vidas, pero colados por el tiempo que hace de catarsis providencial. Siempre hay algo que contar, algo nuevo que traer a cuento.
Ahora toca conocernos tal cual somos sin los paripés y el cortejo que se establecía entonces.
Llegados a este punto de la vida, en nuestros encuentros, nadie pregunta por la vida de nadie. El pasado de cada uno no cuenta. Cuenta el presente, se acepta a las personas tal cual son, sin más averiguaciones.
El paréntesis del 68 a nuestros días, no importa. Nos aceptamos como somos en el presente. Hay un acuerdo tácito de no hacer preguntas que no vengan a cuento. Queremos vernos, cuantas más veces, mejor. Si alguien quiere contar algo lo hace voluntariamente, sin presiones y los demás estamos dispuestos a escuchar y a solidarizarnos con cualquier historia, libremente, como en una improvisada terapia de grupo. Nos interesa la persona. Nadie pregunta por afiliaciones de ningún tipo. Evitamos discusiones que puedan distanciarnos. Nos queremos tal cual, sin adjetivos, con un platonicismo concreto.
Sí, amigos, nuestros jueves, nuestras excursiones, no son solo momentos para tomar una cerveza. Van más allá. Son momentos liberadores, paréntesis dorados que hacen revivir, echar fuera preocupaciones y alegrar nuestras vidas.
Ahora empezamos a reconocernos con sinceridad, con la perspectiva que dan tantos años desde aquellos pasados en la Normal. Ahora retomamos, libres ya de compromisos, la amistad interrumpida por tantas y diversas historias vividas por cada uno de nosotros. Historias con más o menos fortuna, pero historias llenas de intensidad que han servido para fortalecer nuestra personalidad.
Ahora toca vivir intensamente lo que la vida nos ofrec
e a diario. Nuestro futuro está aquí, en el presente. Un presente esperanzador que hay que aprovechar a tope, sin misericordia para el tiempo.
Ha pasado un año, pero el espíritu de la promoción se mantiene vivo.
Carpe diem, amigos, mañana será otro día y puede ser tarde.
Paco G. Espinola
La Zubia, 11 de julio de 2014