– ¿Se considera un privilegiado por compartir colección con estos poetas y profesores granadinos?
– El verdadero privilegio ha sido trabajar con una persona de la calidad humana de Mariana Lozano. Su cariño, su dedicación y su profesionalismo me hicieron sentir que estaba en las mejores manos. A ella le debo estar en el mismo catálogo con amigos de la talla de Álvaro Salvador y Gracia Morales; no he tenido la suerte de conocer personalmente a Ramón Repiso, pero compartir colección con ellos es un verdadero lujo. De lo que no había caído en la cuenta hasta ahora es que todos estos poetas son además, profesores. Se trata de una coincidencia que obedece a cierta lógica: si la poesía no es económicamente rentable, es natural que muchos poetas elijan una profesión que no los aleje demasiado de lo que más les interesa y les permita, de paso, estar cerca de los más jóvenes.
– ¿Qué se considera más, un escritor que imparte clases de literatura o un profesor cuya pasión es la escritura? ¿Con qué actividad se siente más cómodo?
Sospecho que a la poesía le tiene sin cuidado cómo se gane la vida el poeta; la historia de la literatura está llena de poetas médicos, abogados y hasta contadores. Pero si algo tengo claro luego de tantos años de hablar de poesía en el salón de clase, es que no hay mayor placer que escuchar en boca de los estudiantes que no solamente les gustaba leer poesía, sino que incluso se animaron a escribirla. No se trata, entonces, de “enseñar”, sino de ayudar a “descubrir”.
– Imagine por un momento que va en una barca en la que lleva todos sus libros. Debido al oleaje tiene que abandonarla y sólo puede llevarse tres ¿Cuáles elegiría y por qué?
Si tuviera que pasar por esa pesadilla sería profundamente desgraciado, pues si me hubiera hecho la misma pregunta hace tres meses, los tres libros elegidos serían, sin duda, distintos a los que elegiría en este momento. Lo que quiero decirle es mis intereses son impredecibles y siempre cambiantes. En este momento elegiría El ruido eterno: escuchar al siglo XX a través de su música, de Alex Ross, El cuento del antepasado de Richard Dawkins, y Estancias de Giorgio Agamben. ¿por qué? Muy simple, porque a través de libros como éstos habla soterrada y calladamente la mejor poesía.
– Sigamos imaginando, ahora estamos en una gran biblioteca cuyos fondos conoce, entre los que se incluye las más prestigiosos obras de autores hispanoamericanos. Se produce un incendio y tiene la posibilidad de salvar tres libros ¿Cuáles serían y por qué?
– Su pregunta me recuerda la que le hicieron alguna vez a Jean Cocteau ¿qué rescataría de sus pertenencia si alguna vez se incendiara su casa? A lo que Cocteau contestó: “El fuego, desde luego, el fuego”. Más allá de la boutade, tal vez lo que Cocteau quería decir es que el fuego es necesario para comprobar si aquello que nos gusta ha sido capaz de ser parte de nosotros. Rescatar a Vallejo sería un desperdicio: lo puedo releer y revisitar afectivamente. Lo mismo a Neruda, a Huidobro, a Paz, a Girondo, y a tantos excelente poetas que podemos considerar con justicia clásicos de nuestras letras. Pero, fíjese usted: el mes pasado tuve en mis manos las obras completas del brasileño Drummond de Andrade y me di cuenta de que si quería seguir escribiendo poemas debía colonizar lenta y despaciosamente esos dos volúmenes. Esta misma mañana leí por primera vez al argentino Raúl González Tuñón y sé que me quedaré con el sabor de sus poemas por varias semanas. Siempre habrá un poeta esperando ser salvado para conocerlo en toda su belleza e integridad.
– Y como de imaginación se trata, ¿Existiría Fragmentos para incendiar la quimera si no hubiese sido por la petición del poeta mexicano León Plascencia y su idea de unir en un catálogo grabados y textos?
Todo libro tiene un punto de partida al que le atribuimos la responsabilidad de lo que vino después. Entre el poema escrito a petición del Plascencia y el segundo tuvieron que pasar más de tres años, en los cuales me embarqué en otros proyectos. Pero, ya sabe, el poeta propone y los poemas disponen: la semilla estaba germinando sin que me diera cuenta y, de un día a otro, me reclamó la compañía que necesitaba para configurarse en libro.
– La elección de la serigrafía de ‘La Bruja’ de Kayla Romberger para la portada ¿Obedece a que sigue negándose a mirarle?
Pregunta inquietante. Me gustaría saber si se atreve a negarle la mirada a los lectores que abran las páginas que hay detrás de ella. Si los mira, aunque sea de reojo, será mi venganza.
– ¿Por qué se decidió por los poemas en prosa para «dialogar» con las obras pictóricas que tiene en su domicilio cuyos autores son Luis Valsoto, Miguel von Loenbenstein, Guillermo Linero, Pedro Pérez del Solar, Kevin Wright, Fernanda Guerrero y la anteriormente citada?
– Más que una decisión se trata de una devolución, de una manera de mantener la visualidad de ese diálogo. La prosa invita (aunque sea ilusoriamente) a esperar un argumento que puede, o no, darse. Pero también diseña en su formato un rectángulo verbal cuyo marco es el blanco de la página. De ese modo, cada fragmento se comporta (también ilusoriamente) como un cuadro.
– Destaca Álvaro Salvador que la crítica distingue en su poesía «su eclecticismo» ¿Está de acuerdo? ¿Se puede ser ecléctico en cualquier aspecto de la vida -incluida la creación poética- en los tiempos que nos ha tocado vivir?
– Tal vez la palabra correcta, más que eclecticismo, sea absorción. En una conferencia de 1993 el compositor húngaro György Ligeti decía: “Debemos encontrar un modo de ni volver ni continuar con la vanguardia. Estoy en una cárcel: una pared es la vanguardia, la otra pared es el pasado, y quiero escapar”. Alex Ross explica que la solución de Ligeti fue “abrirse a toda la música pasada y presente, absorbiendo todo, desde la misas renacentistas de Johannes Ockeghen a los saxos de Eric Dolphy, desde la escritura virtuosa para piano de Liszt a la polifonía rítmica de las tribus de pigmeos africanas” Ni inmolación ni revuelta, la absorción de Ligeti supone la renuncia a lo que en poesía sería el equivalente a lo que solemos identificar con la voz o el tono de un autor. Este necesario adiós al sueño de la “voz propia” no se explica —como muchos todavía creen— por una desesperada búsqueda de originalidad ni por una confusión generalizada ante la oferta de estilos, sino por la conciencia de que el poeta se encuentra atravesado por varios tonos que exigen varias miradas y, en consecuencia, varias posibilidades de escritura. Esta renuncia abre las puertas de la cárcel señalada por Ligeti y le permite a un artista reinventarse a sí mismo en cada una de sus obras. Eso es lo que ocurre conmigo.
– La inclusión de los «escolios» al final ¿Pretende centrar la atención en la obra y el texto y que no se disperse el lector?
– Ni lo uno ni lo otro. Si finalmente decidí incluir los escolios es porque ellos continúan de algún modo el espíritu de los fragmentos dando pistas acerca de su origen. Que sean verdaderas o falsas poco importa. Más que notas explicativas, son parte constitutiva del libro.
– Suele afirmar como lo hacía Billy Collins que lo malo de la poesía es que anima a escribir más poesía. ¿Con qué nos sorprenderá próximamente?
– No sé si sorprender sea la pala
bra adecuada, pues la sorpresa es un efecto más que una causa y uno no escribe poemas para sorprender, sino para conmover. Tengo un libro llamado Tetramorfos, escrito durante mi residencia italiana en el castillo de Civitella Ranieri en el verano del año pasado. Para abreviar la cosa, se trata de la reescritura de los cuatro evangelios a partir de lo que sugiere la imagen del Tetramorfos. Está dividido en cuatro partes, una para cada símbolo de los evangelistas: el hombre (o ángel) para Mateo, el león para Marcos, el toro para Lucas, y el águila para Juan. Me divertí mucho escribiéndolo, pues tenía muchas ideas en la cabeza y releí mucha bibliografía (evangelios canónicos y apócrifos, vidas de santos, bestiarios antiguos, devocionarios, historias de la pintura, canciones populares, obras musicales. etc.). El libro es muy especial porque mezcla libremente poemas con ensayos, cuentos breves, descripciones de pinturas, mini dramas, etc.
– Antes de finalizar le vamos a poner en un compromiso pues le vamos a pedir un par de argumentos para que los granadinos se animen a asistir a la presentación de su libro…
– Mariana Lozano me dice siempre en broma que soy un “granadino honorario”, y tiene toda la razón: tengo aquí excelentes amigos, y la publicación de un libro de poemas es un buen pretexto para volverlos a ver.
– ¿Desea añadir algo más?
– Que espero tener más buenos amigos luego de la presentación.
Título: Fagmentos para incendiar la quimera Autor: Eduardo Chirinos Arrieta Editorial: Dauro Páginas: 102 págs Precio: 12 euros.
«Una de las características fundamentales que la crítica distingue en la poesía de Eduardo Chirinos es su eclecticismo, cualidad que le ha llevado a prácticamente no repetirse en ninguno de sus libros, a experimentar en todos los terrenos posibles que la poesía ofrece y a sorprendernos de continuo. No obstante, ese virtuosismo sorprendente del poeta peruano no resta a sus obras un ápice de calor humano«.
Álvaro Salvador
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