Pues bien, este Salobreñero ingresó en 1965 en el Colegio de los Agustinos, aun recuerdo el primer día como si fuera hoy; mi madre, bendita entre todas las mujeres, me preparó el cesto de mimbre con la comida, tortilla de patatas y pollo frito, con un plátano del Camino de Lobres riquísimo.
Justo a las 11 de la mañana tocaron el timbre para el recreo y yo creía que era la hora de la comida, pobre de mí, todos me miraban extrañados y yo sentado y tímido en un rincón del patio di buena cuenta de la deliciosa comida, claro está luego a la una tuve que mirar al resto de compañeros.
Creo honradamente que fui buen estudiante y sobre todo colaborador con los Frailes hasta el punto de que siempre estaba apuntado para faenas extras.
Compartiendo la furgonetilla
Era 5 de mayo de 1968 y lo sé perfectamente porque el día 7 se celebraba el Patrón del Colegio, yo estaba realizando un mural con algunas poesías, ya entonces me tiraba la literatura y me quedé en el Colegio hasta las siete de la tarde con lo que perdí la Alsina que me llevaba al pueblo, así que el padre José Antonio Parra me dijo que la única opción era que me llevara él en la furgonetilla que tenían los curas.
Lógicamente dije que sí, pero había un inconveniente, tenía que esperar otra hora, justo hasta las 8, pues era cuando finalizaba la misa y a esa misa asistía la soberana reina de Bélgica, su Alteza Fabiola de Mora y Aragón.
En ningún momento me sentí nervioso, ni siquiera turbado por tal presencia, más aun lo vi como una cosa normal, más teniendo en cuenta que los Agustinos eran quien atendían sus necesidades espirituales.
Justo a las ocho salió la reina y se subió en el asiento delantero de la furgonetilla, el padre Parra conducía y a mí me pusieron detrás junto a un señor y una señora que nunca supe quienes eran. Lo más significativo es que mi asiento era el último y mirando en sentido contrario a la carretera.
La reina preguntó quién era yo, entre mi timidez y tartamudez le conté toda mi vida, cómo me llamaba, quien eran mis padres, a que se dedicaban, le hablé del paseo de las Flores, de la playa, incluso del Bar Pesetas.
Y aquí viene lo mejor, pasado el primer candelón, en donde Ignacio tenía su taberna, había un pequeño desvío justo donde posteriormente se abrió el Puticlub JJ; allí la reina de todos los belgas hizo parar el vehículo y me puso al lado de la pareja en el sentido de la marcha, aquel detalle me llegó al alma, pues estaba comenzando a marearme y no sabía cómo decirlo.
Llegamos a la finca Astrida, lugar de residencia de los Reyes de Bélgica, muchos Guardias Civiles vigilando; la soberana se bajó y vino a la parte de atrás y me dio la mano, sí si la mano, comentando muy bajito ¡bonito pueblo el tuyo!
Bueno, cuando el padre Parra, me dejó en la Pontanilla fui corriendo a contarle a mi madre lo que había pasado y cómo su hijo le había dado la mano a la Reina de Bélgica, lógicamente no me creyó hasta que se lo juré y entonces los juramentos sí que servían no como ahora.
Y ese fue mi feliz encuentro con una reina, que a parte de su categoría real era humana, muy humana con éste salobreñero y su pueblo.
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