Cada día prolifera más gente que tienen tan buena opinión de sí mismo y un afecto tan desmedido de su valía, que vuelcan su vida entera en estimarse a ellos mismos en demasía y no estimar lo suficiente al prójimo. Son los que están infectados por el poder. Son capaces de todo, de despreocuparse de la familia, de no valorar justamente las cosas que poseen ni, incluso, de proteger su propia salud. Venderían su alma al diablo por tener un dominio sobre los demás en sus devotos esfuerzos por tener a las galaxias informadas de que en este mundo ellos son pan bendito. No les importa tanto la existencia como el conocimiento público que se tenga de ella; hasta tal punto hemos llegado, que persiguen la intelectualidad, el prestigio económico, político o social como una encomienda de todos los dioses, esperando siempre respuestas desde afuera que satisfagan su vanidad.
Si los que tienen clarividencia de horizontes y además son conocedores de autores griegos, latinos, filósofos, lingüistas, historiadores o de distintos campos de la ciencia y del saber, siempre tienen un fondo de discreción y de sabiduría, hoy, sucede todo lo contrario: cualquier «medio hidalgo de gotera» se permite el lujo, en sus «quebrancías intelectuales», a creerse cerebros tan preparados o privilegiados como para saber todo de todo, aun cuando sean incapaces de distinguir mínimamente al necio del discreto. Lo importante para ellos es que, para que su vida adquiera sentido, deben estar siempre exhibiéndose ante la mirada y la aprobación ajena; el resto les preocupa poco. Por esto, en los asuntos más profundos y transcendentes, se quedan con las manos vacías.
Una vez perdidos o no alcanzados los honores de la oficialidad y de la muchedumbre, estos individuos se muestran inconformistas ante el caleidoscopio vertiginoso de la realidad y nos descubren su otra cara arremetiendo contra el mundo, quedando a merced de un resentimiento avinagrado y ramplón para salvaguardar las apariencias de lo que fueron o de lo que no lograron alcanzar, porque entienden que la humanidad está siempre dispuesta a conspirar contra ellos sin ningún respeto a sus atropellados delirios de poder. |
Hoy la honra y la decencia son cosas menos importantes, el hombre se ha acomodado a que los valores se hayan invertido, y el motor de su conducta es ir detrás de lo que no se tiene y no valorar lo que se posee; sobre todo, gusta esa aura callejera y mediática ante el gran público multitudinario y desconocido, se vive más pendiente del que tiene foco frente al que no lo tiene, y se conecta más cercanamente con esa burguesía petulante que nos rodea, que se critica al mismo tiempo, que con los que están íntimamente enraizados a las necesidades y expectativas que depositan los seres más próximos y queridos. Al que ha tocado poder o lo intenta en el mundo social, político, literario, artístico, o cualquiera que fuere la actividad que ejerce, realmente, lo que le molesta y teme a su vez es que en el mejor día, o en la mejor ocasión, otro haga algo que estuviera bien, y es, entonces, cuando el individuo pierde la confianza en sí mimo y en sus condiciones, tanto en las verdaderas como en las falsas, pues siempre les habían sido válidas tanto las unas como las otras.
Una vez perdidos o no alcanzados los honores de la oficialidad y de la muchedumbre, estos individuos se muestran inconformistas ante el caleidoscopio vertiginoso de la realidad y nos descubren su otra cara arremetiendo contra el mundo, quedando a merced de un resentimiento avinagrado y ramplón para salvaguardar las apariencias de lo que fueron o de lo que no lograron alcanzar, porque entienden que la humanidad está siempre dispuesta a conspirar contra ellos sin ningún respeto a sus atropellados delirios de poder. En realidad, esta fauna que tanto prolifera y que logra su supervivencia gracias al haber dedicado su vida al fingimiento y al «postureo» (como se dice ahora), con el objetivo último de llegar al reconocimiento público, debe encubrir el relato de su propia vida; pues, todo hombre que ambicione algo debe disimular y esconder. En el fondo es el instinto es el que reina como en los animales. Siempre vemos aparecer las rivalidades y los celos, convertidos a veces en odios.
Personalmente esa vida no me parece agradable ni simpática. El ir hablando con saña de todo el mundo y derretirse en cólera al escribir sobre un político, sobre un escritor o del que fuere, porque tenga éxito me parece una maniobra artera. El caminar por esta vida siempre con reparos insidiosos sobre la manipulación a la que está sujeta todo el mundo menos el necio de turno, me resulta muy desagradable; ya que, en el fondo, se trata de gente muy absorbente, que está envenenada por el virus del poder y la gloria; que les gusta manejar a su círculos más próximos para aprovecharse de ellos. Son como dominadores ante los que hay que poner muros. Lo que sucede es que existen muchas personas de gran debilidad mental que les gusta que las dominen para no sentirse nunca abandonadas por los que se suponen tienen influencias, aunque ya hayan dejado de tenerlas. Claro que el peaje para soportar a estos tíos que tanto les pirra el poder es elevado, pues son tan pesados, al hablar de sí mismos, que no hay quien los aguante.
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Pedro López Ávila, nace en Granada. Consigue la plaza de Profesor de Bachillerato en la especialidad de Lengua y Literatura Españolas en el año 1979 y con posterioridad la cátedra en la misma especialidad. Ha ejercido como Jefe de Departamento durante 11 años y ha ocupado distintos cargos directivos, relacionados con la docencia en la administración pública. Así mismo, ha sido fundador de varias entidades privadas para el acceso a la función pública docente y ha coordinado múltiples actos literarios. Igualmente ha presentado a poetas, narradores, articulistas y ensayistas de la actualidad y ha dirigido talleres de poesía y teatro. Forma parte del equipo de redacción de la revista de letras Ficciones. Ha publicado cuatro poemarios: Amanecer en la Palabra (2008), Juego Peligroso (2009), El Azar de los Días (2011), en Editorial Alhulia y ‘A propósito del recuerdo y el olvido’ (Dauro). Es miembro cofundador de la Asociación Cultural «Granada 13 Artes» y realiza críticas de arte a relevantes pintores contemporáneos. En la actualidad publica artículos de Opinión en prensa escrita y digital y dispone de un espacio en Cadena COPE que lleva por título «La Rendija» |
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