Pedro López Ávila: «El gran pacto para la educación»

Es evidente que la estructuración de un sistema educativo es producto o resultado de la historia, de la propia historia de la escuela o del propio sistema educativo; pero, también, del cambio de las condiciones ideológicas, políticas, sociales y económicas de un país.

Por esto, todo sistema educativo intenta satisfacer las necesidades y propósitos de una sociedad concreta en un contexto histórico determinado. No obstante, puede ocurrir, y de hecho ocurre, que el sistema no satisfaga las necesidades educativas, o bien, que cambien las condiciones. Entonces habrá que cambiar las finalidades asignadas por la sociedad a la escuela, como referente último, ya que es esta la que debe legitimar al modelo. Así, se producen diferencias entre la estructura y el contenido del modelo educacional y la estructuras y escenario político, económico y cultural, dando como resultado la insatisfacción generalizada; materializada en una avalancha de camisetas verdes o en grandilocuentes discursos retóricos sobre el gran cambio que debe producirse en la educación. Eso sí, sin especificar demasiado en su contenido, por parte de los políticos, no vayamos a meter la pata.

Recordemos que en España en los últimos doscientos años, las reformas que se habían producido, en profundidad eran: La Ley Moyano de 1847, la I.L.E. (la institucionalización de la escuela única) en la Segunda República y la Ley General de Educación de 1970. Sin embargo, en los últimos veintisiete años hemos tenido cinco reformas educativas de calado legislativo, engendrada en los despachos y plasmadas en forma de leyes orgánicas: La LODE (1985), la LOGSE (1990) , la LOPECE (1995), la LOE (2006) y la LOMCE (2013). Todo esto sin contabilizar la LOCE (2004), que no llegó a desarrollarse en la mayoría de las autonomías.

Lo que al parecer, todo el mundo tiene claro es que se hace necesario un gran pacto en la educación, con el objetivo de que cada vez que se produzca un cambio de gobierno no lleve aparejado modificaciones sustanciales en la estructura u ordenación del sistema educativo, pero ¿cómo se hace esto sin modificar el currículo?.

Lo que, al parecer, todo el mundo tiene claro es que se hace necesario un gran pacto en la educación, con el objetivo de que cada vez que se produzca un cambio de gobierno no lleve aparejado modificaciones sustanciales en la estructura u ordenación del sistema educativo, pero ¿cómo se hace esto sin modificar el currículo? Cualquier cambio en la enseñanza lleva siempre aparejada una reforma del currículo, es decir, de las intenciones educativas y de las intenciones para su efectividad. Según Gimeno, «El currículum o currículo es la concreción de los fines sociales, culturales y de socialización que se asignan a la escuela». Tiene, por tanto, componentes ideológicos y políticos, hasta tal punto de que hay quien habla de ideologías curriculares.

Así las cosas, nadie en su sano juicio puede creer que pueda existir un entendimiento total bajo la luz de juicios severos y profundos en la que no haya siempre heridos. Los currículos están profundamente confrontados, alejados y distantes en sus idearios entre los grupos liberales, anticapitalistas o independentistas. Grupos, en cuyos intereses se pierden y se diluyen referentes sociales para ser sustituidos por otros, y en donde la simpatías ideológicas o las creencias religiosas prevalecen sobre el fin último de la enseñanza: un proceso que consiste en transmitir conocimientos, experiencias, valores, procedimientos, etc.. para enseñar a otros que no los tienen, y de esta manera hacer un igual a sí mismo.

Es verdad que las distintas comunidades autónomas adaptan los Reales Decretos de Básicos que establece el Ministerio a las características diferenciadoras de cada autonomía y los docentes de estas se encuentran facultados para realizar una concreción del currículum a la especificidad de colegios y aula: R/D 126 de 2014 por el que se establece el Currículo Básico de la Educación Primaria. Por tanto, se trata de un currículum abierto, cuya referida concreción en cada caso ha servido para que grupos secesionistas hayan podido instrumentalizarlo a favor de una determinada lengua como prurito para sentirse singulares o, en su defecto, por grupos ideológicamente armados contra la tradición y a favor de modelos sociales que pisotean a nuestra historia. En definitiva, lo que tenemos en la actualidad es un currículum único y prescriptivo, pero también abierto y flexible lo que da lugar a que la cultura y el conocimiento histórico quede secuestrado por intereses partidistas; entendiendo a la cultura en su sentido etimológico de cultivo y experiencias no especializadas, de informaciones y sensibilidades heredadas y aprendidas que dejan huella en el alma, condición imprescindible para ser hombre, para ser humano. Porque, un pueblo sin cultura es un pueblo conformista, y con un pueblo conformista no se puede sino llegar a la marginalidad y al aislamiento colectivo en manos de las clases privilegiadas que, en el fondo, me da a mí, es lo que interesa.

El gran pacto para la educación no es tarea fácil, vistas estas premisas. Para ser libres es necesario un esfuerzo colectivo, programas (como se decía antes) o un currículum que sea capaz desde la escuela y, no tanto desde los despachos, de consensuar modelos educativos basados en el saber y la cultura como el mejor sistema de autoprotección del que dispone el ser humano.

 

 

 

 

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