En un magnífico reportaje, en IDEAL, la periodista Ángeles Peñalver analiza la enseñanza innovadora de muchos colegios de Granada, -basada en proyectos, y teniendo presente la neurociencia-, cuyo objetivo básico es revolucionar la enseñanza tradicional. Entre otros, cita los colegios Sierra Nevada de Güéjar Sierra, San Isidoro de Deifontes y Padre Manjón (Cartuja) y Alcazaba de Granada.
Estamos en un mundo variable, incierto, complejo y ambiguo, y la sociedad cambia con tanta rapidez que no sabemos qué transmitir y cómo transmitirlo. La educación no ha cambiado en los últimos 200 años y su transformación es necesaria. Una de las aportaciones que puede enriquecer la forma de enseñar es la neurociencia. Ya en 2002, la OCDE afirmaba que la pedagogía está aún en periodo precientífico, por eso hay que utilizar la neurociencia y las nuevas tecnologías.
Para Francisco Mora, doctor en neurociencia por Oxford y autor del libro “Neuroeducación. Sólo se puede aprender aquello que se ama” (duodécima edición), esta disciplina, que estudia cómo aprende el cerebro, está dinamitando las metodologías tradicionales. Según él, hay que redefinir la forma de enseñar, pues, el cerebro necesita emocionarse para atender y aprender. En medio de la monotonía diaria, hay que despertar la curiosidad y la emoción en el alumno, para facilitar el aprendizaje y la memoria.
Hay que despertar la curiosidad y la emoción en el alumno, para facilitar el aprendizaje y la memoria. |
Las clases, que no deben sobrepasar los 50 minutos, para mantener la atención, deben comenzar con algún elemento provocador: una frase o una imagen chocante, para salir de la monotonía. Desde que somos mamíferos, hace más de 200 millones de años, solo nos mueve la emoción. Son los elementos desconocidos, que nos extrañan y sorprenden, los que abren la ventana de la emoción, imprescindible para aprender. El profesor, cada 15 minutos, debe romper el discurso con un elemento disruptor: una anécdota, una pregunta, un video…
Si uno de cada seis alumnos dice odiar la escuela, los neurocientíficos se preguntan si no estaremos fomentando una escuela hostil al alumno y a su cerebro. De acuerdo con ello, Rosalind Picard manifestaba que la actividad del cerebro de los alumnos durante una clase magistral es más baja que cuando están dormidos.
María Acaso y Clara Megías, Profesoras de Universidad, basándose en la neurociencia e inspirándose en el arte, escribieron “Art Thining. Transformar la educación a través de las artes”, donde afirman que la escuela mata la creatividad: “hay que acabar con la pedagogía tóxica, y aplicar nuevas fórmulas para despertar el deseo de los estudiantes por aprender”. Su propuesta consiste en incorporar el arte a la educación, en cualquier asignatura, para generar emoción, y, así, conseguir mayor aprendizaje. Para activar el deseo de aprender, hay que encender una emoción y, para ello, es fundamental despertar la curiosidad, que se logra mediante cuatro elementos que el arte encierra: un tipo de pensamiento divergente (crítico), diferente al pensamiento lógico; una experiencia estética basada en el placer, que genera una emoción positiva; una pedagogía activa; y una forma de aprendizaje basada en proyectos y en trabajo colaborativo.
El ser humano está diseñado para prestar atención a lo que no es habitual. Una situación nueva, que no sabes cómo resolver, te atrae. Atención, emoción y aprendizaje: ese es el orden lógico de la neuroeducación. Hoy, en la escuela, se aprende a través de la memoria, sin reflexionar, con lo que llegamos a la edad adulta sin pensamiento crítico, reproduciendo lo que otro dice. Para cambiar esa dinámica, hay que modificar el proceso y el contenido de lo que aprendemos.
Juan Santaella
Publicado en Ideal, el jueves, 29 de junio de 2017
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