Ahora que comienza la época estival y las clases quedan vacías, no es bueno que el alumno quede ocioso durante todo el verano. La lectura es una actividad recomendada por todos los pedagogos, al margen de que sean partidarios de la realización de más o menos deberes para los alumnos. En esto hay coincidencia general. Es más, la medida estrella del Plan de Fomento de la Lectura 2017-2020, del Gobierno de la Nación, con el lema “Leer te da vidas extra” es la exigencia de que los alumnos lean, al menos, una hora diaria, por “ser la lectura elemento central en el currículo escolar”.
Orwell, cuando pretende crear una sociedad al servicio del Gran Hermano, inventa una lengua nueva, confusa, destruye palabras, genera expresiones ambiguas y polivalentes, para que el pensamiento pueda ser dominado por el poder, gracias al analfabetismo y a la ignorancia. El mayor antídoto frente a eso es la lectura, que permite dominar la lengua, como medio de comunicación y de comprensión de la realidad. A una persona instruida, gracias a la lectura, es muy difícil manipularla, pues la lectura nos hace críticos y conocedores veraces de la realidad.
Francisco Ayala, en “Recuerdos y olvidos”, dice que “hay que leer por el placer de leer”… Desde pequeño “saciaba mis apetitos omnívoros de lector. Lo devoraba todo”. Kant entendía que el “hombre no llega a ser hombre más que por la educación”, cuya base esencial es la lectura.
El Dictamen Nacional de las Humanidades, de 1998, a cuya Comisión Permanente tuve el honor de pertenecer, junto a humanistas de la talla de Julián Marías, Carmen Iglesias o Carlos Seco, considera que la lectura, desde la más tierna infancia, debe desarrollarse en todas las asignaturas, tanto para poder acceder a cualquier disciplina científica, humanística o técnica -la lectura instrumental-, como para enriquecimiento personal –la lectura literaria-. Como muy bien afirmaba Robert Slavin, “la importancia de la lectura precoz es el principal predictor del éxito en la escuela y en la vida”.
Debido al escaso interés que muchas veces los alumnos sienten hacia la literatura clásica, hay que desarrollar la lectura de obras infantiles y juveniles, como La Guerra de Troya, Robinson Crusoe, La Cabaña del Tío Tom, Julio Verne, El Conde de Montecristo, Los Tres Mosqueteros, El Libro de la Selva, El último Mohicano, La Isla del Tesoro, Las Aventuras de Tom Sawyer, o libros más actuales como los de Gloria Fuertes, Menéndez Ponte, Ferrán Ramón Cortés, Elia Barceló, Ignacio Padilla, Fernando Lalana, Ana María Machado, Charo Ruano, Jordi Sierra, Alonso de Santos, Alberto Miralles, Luis Matilla, Laura Gallego, Fernando Marías, Martín Garzo, Leticia Costas, Alejandro Palomas, y tantos otros.
Todo buen libro de literatura infantil y juvenil ha de tener los siguientes rasgos: léxico adecuado al alumno; que cuente conflictos que le interesen; que colabore a la formación del pensamiento crítico y estético; que huya de la moralina y que cuente temas con verdad, con rigor y con calidad, sin renunciar a la calidad literaria, pues su lectura es una transición hacia la literatura clásica, “libros anzuelo”, como los llama Cassany; que sea útil para la formación de los jóvenes porque mejore su competencia comunicativa y literaria; que su lenguaje y su estilo sean naturales, sencillos, amenos, con ritmo; que sea una historia innovadora y original, cargada de valores y que se cuente desde una postura ética; en definitiva, que enseñe a vivir.
Juan Santaella
Publicado en Ideal, el jueves, 6 de julio de 2017