José Pallarés: «Yo, de Granada no me he ido nunca: aunque lleve muchos años sin vivir en ella de forma continuada»

Si las mejores esencias se guardan en frascos pequeños, también en breves poemarios podemos hallar bellísimos poemas como los salidos de la pluma de José Pallarés Moreno (1956) en su último poemario ‘Claro del tiempo’ (Esdrújula Ed.). El poeta aunque granadino de nacimiento reside en Sanlúcar de Barrameda donde ha trabajado como profesor de Lengua y Literatura en uno de los institutos de esta ciudad y en la UNED (Cádiz). Ahora regresa a Granada para presentar en el Cuarto Real, (martes 28, 18:30 h) este poemario compuesto por 25 poemas que giran alrededor de dos ciudades: Granada, su tierra natal, y Besançon, ciudad francesa en la que residen su hija y sus nietas, “entre el rumor del agua y el rumor del viento”. Acto en el que estará acompañado por el poeta y autor del prólogo, José Carlos Rosales y su editora, Mariana Lozano.

– Está claro que a usted los viajes y espacios visitados se convierten en fuente de inspiración, lo decimos porque su anterior poemario nos transportaba a Lisboa y este a la ciudad francesa de Besançon, y dado que vive en Cádiz, también a la ciudad de Granada ¿es así?
– Puede que esto tenga que ver con mi costumbre de pasear, en la que no desdeño nunca los espacios urbanos. Efectivamente, el libro anterior era fundamentalmente un paseo por la ciudad de Lisboa y el de ahora lo es por Besançon, “la ciudad del tiempo”, y por Granada. Aunque habría que decir que el paseo por Granada lo es desde el recuerdo, pues la Granada que aparece en él es la de mi infancia y juventud. Yo de Granada no me he ido nunca: aunque lleve muchos años sin vivir en ella de forma continuada, nunca he dejado de venir con frecuencia, nunca he perdido el contacto con ella, con mis amigos, con mi familia… Pero la Granada que aparece es, como le digo, la ligada a los años de mi infancia, del colegio, de la facultad…, hasta que el trabajo me llevó a la provincia del Cádiz, un paisaje que me era familiar (mis padres eran gaditanos) y en el que me siento muy a gusto. No se olvide además de que en Sanlúcar se cría la manzanilla, sin duda uno de los mejores vinos del mundo… Y esto puede que también influya.

– ¿Los poemas los compone durante el trayecto o después del regreso?
– Los dos primeros libros llevaban en su título la palabra “cuaderno”. Y esto era así porque las ideas iniciales, algunas imágenes, algunos esbozos de poemas… los recojo en algún cuaderno que suelo llevar siempre encima. Pero la reelaboración, la construcción del poema, es generalmente posterior, desde el recuerdo. Lo que sí suele haber en mis poemas es un motivo real (un paisaje, un cuadro, unas palabras…) que antes ha quedado anotado en algún sitio, en un cuaderno, en la servilleta de un bar o, simplemente, en la memoria.

– ¿Cómo conoció a su amigo, primer lector y prologuista del poemario, José Carlos Rosales?
– Cuando yo empecé a estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras, José Carlos estaría a mitad de la carrera. En el mundillo de las actividades culturales y en otros era un compañero bien conocido, pero con el que yo no tuve apenas contacto. Como he contado alguna vez, José Carlos y yo nos hicimos amigos a raíz de la publicación de su primer libro, “El buzo incorregible”. Antes nos conocíamos, pero apenas habíamos hablado. Fue en la librería Al-Ándalus, que entonces llevaba con acierto Rafael Juárez, grandísimo poeta y grandísimo amigo. Leí en ella los breves poemas de “El buzo” con tanta sorpresa y emoción que no puede menos que acercarme a José Carlos para felicitarlo y darle las gracias por haber escrito ese libro que, hoy, me sigue resultando muy apreciable, al igual que el conjunto de su obra. Empezó entonces una conversación que se ha mantenido hasta ahora. Para mí es muy gratificante que José Carlos acompañe mis poemas con sus palabras.

– ¿Y a Elena Laura, la autora de la portada e ilustraciones?
– Con ella pasó algo parecido, pero mucho después. Un día, en una de mis visitas a Granada, me encontré con su exposición “Ver Versos” en la sala de Gran Capitán. Una exposición excelente en la que Elena Laura cede de forma apasionada y generosa su pintura para que sirva de compañía a poemas que a ella le gustan. Y es que Elena es una gran lectora. Quedé seducido de inmediato por algunos de sus cuadros. Y, animado quizá porque muchos de los poemas lo eran de amigos míos, lo que indicaba cierta posible complicidad, tuve el atrevimiento de presentarme a ella, felicitarla y proponerle que me dejara utilizar su cuadro “Alhambra” para la cubierta de una edición de la “Historia del abencerraje y la hermosa Jarifa” que entonces estaba preparando a la limón con María Ángeles Pérez. No lo dudó un momento. Aceptó entusiasmada y, desde entonces hasta hoy. Las ilustraciones que acompañan a este libro, como las que acompañaron al “Cuaderno del cerco de Lisboa”, merecen un comentario aparte. He tenido mucha suerte, porque tanto Julia Lillo, que ilustró “El cerco”, como ahora Elena Laura, que ha ilustrado este “Claro del tiempo”, aportan con su obra una lectura precisa, inteligente y certera de los poemas. Y además nos ofrecen una obra bellísima. Habrá sin duda quien se haga con estos libros solo por las ilustraciones. Y acertará.

– Según su prologuista este poemario podría haberse titulado Cuaderno de tiempo (o Cuaderno del tiempo) ¿Pero de qué tiempo estamos hablando?
– Claro. José Carlos Rosales lleva razón. Cualquiera de esos títulos hubiera sido posible y, además, eran los previsibles. Esos o “Cuaderno de la memoria”, por ejemplo. Digo previsibles porque hacen referencia al tema básico de este libro y, además, porque guardarían una continuidad, muy de mi agrado, con los títulos de los libros anteriores. El tiempo es, como le digo, un tema esencial en este libro. Está por una parte un tiempo recordado (el de los poemas centrados en Granada) y hay, por otra parte, una reflexión sobre el tiempo hecha desde ahora, desde el presente (en los poemas de Besançon, pero no sólo en ellos). En los dos casos hay una presencia común, la de la infancia, concebida como un presente vivencial, en la línea de Claudio Rodríguez. No en vano hay una cita de este poeta al comienzo del libro. Y está por otra parte la noción machadiana de la poesía como “palabra en el tiempo” de la que me siento enormemente deudor. Tampoco la cita de Machado al comienzo del libro es casual.

– ¿Cuánto le debe el título a García Lorca?
– Enlaza esta pregunta con lo que estamos hablando. Los títulos que yo barajaba para el libro eran los que le indicaba hace un momento; pero una tarde, releyendo las “Primeras canciones” de Lorca, me encontré con el poema titulado ‘Claro del reloj’, en uno de cuyos versos aparece la expresión que he acabado utilizando como título para mi libro, porque me pareció que definía perfectamente lo que yo quería decir.

– El poema ‘Plaza de Alonso Cano. Encierro en la Curia’ fue escrito en abril de 1975 y el del Palacio de las Columnas el 25 de enero de 1977 ¿ya sentía por entonces la llamada de la poesía?
– Esos dos poemas, y algún otro, llevan como subtítulo, entre paréntesis, una datación cronológica. Pero no se refiere a la fecha de su escritura, que ha sido muy posterior, sino a los momentos que evocan: en el caso de “Plaza de Alonso Cano”, el encierro de los parados en la Curia, en abril de 1975, cuando aún estaba muy vivo el recuerdo de la terrible represión de 1970, que se saldó con tres obreros muertos en las calles de nuestra Granada; en el caso del otro poema, “Palacio de las Columnas”, la referencia cronológica nos sitúa en el día siguiente a la matanza de los abogados laboralistas de Atocha. Recuerdo las tristeza, la sensación de impotencia, con que nos encontrábamos en la Facultad de Puentezuelas y cómo el edificio entero se llenó de pancartas y carteles… En cuanto a la segunda parte de su pregunta, en aquellos momentos yo era un lector voraz, pero no me sentía con fuerzas o capacidad (sí con ganas) de escribir un solo verso.

El poeta José Pallarés y su último poemario ‘Claro del tiempo’

– ¿Cómo nacieron poemas como el dedicado a los vilanos o al nogal de Cenes?
– En el caso de “Vilanos” se mezclan dos momentos: el actual (la contemplación real de unos ‘bulanicos’, como decimos los granadinos) y el evocado (el recuerdo de una tarde, mirando otros ‘bulanicos’ por la ventana de una clase en uno de esos momentos de aburrimiento). El vuelo de los vilanos nos lleva a cualquier parte, nos evade, nos hace soñar, nos aleja en fin de esa “rutina de la tristeza” de la que tenemos que huir. Fue esa una de las grandes lecciones que aprendí de mi tío Paco Moreno, una de las personas más buenas y más nobles que he conocido. A él está dedicado otro poema, “Como el agua”, en el que aparece la misma expresión.  El poema titulado “El nogal de Cenes” tiene otra historia. Mi vida ha transcurrido, con algún que otro paréntesis más o menos largo, entre Granada y Sanlúcar, dos espacios básicamente urbanos, en los que los ciclos de la naturaleza no se perciben con mucha intensidad. Pero hace un par de años, por razones que no hacen al caso, estuve viniendo a Granada desde Sanlúcar prácticamente todos los fines de semana. Nos quedábamos mi mujer y yo en un pequeño apartamento de Cenes de la Vega, desde cuya ventana se veía un nogal majestuoso que, semana tras semana, iba cambiando de aspecto y modificando la visión del resto del paisaje. La gente de las ciudades no nos damos cuenta (o al menos yo nunca me había percatado tan claramente) de la maravilla que es el transcurso de las estaciones, el transcurso de la vida, un transcurso en el que la naturaleza sabe realzar siempre la belleza. Tenemos que estar atentos para disfrutar de ella.

– ¿Y el dedicado al Zaidín?
– El Zaidín era para mí un barrio totalmente desconocido. Sólo uno de mis amigos vivía allí, cerca del cine Apolo, que ya no existe. Pero, años después, conocí a la que hoy es mi mujer, que vivía en ese barrio. Posteriormente, empecé a trabajar en la Biblioteca Pública del Salón, mi primer trabajo con papeles. De esta biblioteca dependían las otras bibliotecas públicas de Granada y, por tanto, la del Zaidín, que siempre tuvo problemas. Estaba situada en una zona relativamente conflictiva del barrio y, además, tenía una dotación presupuestaria muy escasa. A pesar de eso, doña Ana Pardo, la directora de la Biblioteca, quería que estuviera abierta contra viento y marea y, así, abría siempre que se podía y se cerraba cuando no había más remedio. Estuve encargado de esa biblioteca durante varios periodos y fue una de las experiencias más interesantes de mi vida. Hace unos años el ayuntamiento de Granada decidió cerrar esa biblioteca, la Biblioteca de las Palomas, y los vecinos la mantuvieron en pie hasta lograr su reapertura. En la distancia, viví ese episodio con absoluta emoción. Entretanto, estaba en mitad de la carrera, tenía trabajo, me había casado y me había ido a vivir al Zaidín. En este barrio, en el mundo de la oposición al franquismo, conocí a personas entrañables, que trabajaban en cosas comunes y que asumían su compromiso político con naturalidad, sin sentirse protagonistas de nada, que estaban donde estaban porque creían que allí debían estar. Sus análisis eran sencillos, a veces esquemáticos, pero sinceros y en general sin dobleces. Me enseñaron mucho, sin pretenderlo nunca. Por eso les estoy tan agradecido.

– ¿Para qué cosas encuentra ‘claros de tiempo’ José Pallarés?
– En Granada utilizamos una expresión que es para analizarla, “tener un ratico de lugar”. Mis aficiones son bien sencillas: pasear, como le he dicho, la lectura, la charla con los amigos, aprovechar la vida… Decía Bergamín –cito de memoria- que “lo mismo da, porque es lo mismo,/ perder el alma que perder el tiempo”. Creo que llevaba razón. Somos tiempo y debemos encontrar esos “raticos de lugar” para compartirlo con quienes queremos, porque nuestro tiempo es a fin de cuentas lo único que podemos dar a los demás.

– ¿Desea añadir algo más?
– Simplemente darle a usted las gracias por su amabilidad y atención. Y, sí, también dejar constancia de mi agradecimiento a Mariana Lozano y Víctor Miguel Gallardo Barragán, que, al frente de Esdrújula Ediciones, están llevando a cabo una labor encomiable.

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