Enrique Morón, el poeta que se reinventa cada otoño

Los que conocemos bien a Enrique Morón nos preguntamos qué sería Enrique Morón sin el otoño o cómo sería el otoño para nosotros sin Enrique Morón. Porque, Enrique, siempre nos descubre en esta estación, a través de sus versos con toda su carga emotiva y simbólica, mucho más de lo que a veces sabemos de nosotros mismos. Pero, sobre todo, nos descubre nuestra fragilidad, la fragilidad humana. Y, cómo no, fiel a su cita, en este mes de noviembre, un nuevo poemario nos presenta hoy bajo el título: «Umbral de Invierno«.

Cuando una gran parte de autores, llegado un tiempo, abandonan su producción poética y nos manifiestan que eligen otros géneros de expresión artística, porque entienden que ya tienen poco que decir en el ámbito de la poesía o, tal vez, porque determinados discursos poéticos se hayan agotado ya; sin embargo, nuestro poeta se mantiene perseverante en su propuesta lírica como una necesidad redentora para mitigar su dolor, su nostalgia, su miedo o su soledad.

Y es que cuando existe una larga trayectoria cultivando este género, el poeta se vicia y es muy frecuente que utilice las mismas técnicas y las mismas fórmulas, y hasta es probable que se le agote la vena poética. Sucede, entonces, que esto suele llevar al aburrimiento del lector, que llega a pensar ¿para qué voy a leer otra vez lo mismo?

Sin embargo, Morón, en cada libro se reinventa y utiliza otras prácticas, otras fórmulas u otras formas de mirar nostálgicamente el paisaje desde el fondo de su alma.

Pues bien, en esta nueva propuesta, Enrique Morón, con lenguaje universal, llano, sencillo y asequible abandona el metro y la estrofa tradicional (el soneto, por ejemplo tan frecuento en su itinerario poético) para adentrarse en los verso blancos o libres, algo que no es en absoluto ajeno a él, pero no de forma sistemática como en este «umbral de Invierno«.

Y es que en la poesía la forma es algo fundamental: el poema es una unidad armónica y el ritmo es algo imprescindible, hay que llevar al transcurso del poema un compás. Si no se lleva la música poética, el poema se cae al suelo y entonces se tiene muchos problemas de conexión con el lector. Por esto, a mi parecer, mantener el ritmo y la cadencia en el verso libre es más complejo; No obstante, a pesar de todo, en la poética de Enrique Morón tanto la estrofa clásica como la versificación libre están apresados en él de forma innata con la maestría de los mejores.

Pero es que, además, en el recorrido de su obra al transcurso de su vida, la forma de mirar al mundo y la naturaleza cambian también con el paso del tiempo como en este «Umbral de Invierno«. Su añoranzas, sus quejas existenciales, su dolor ante el desamor o la nostalgia que le provoca un tiempo que ya no vuelve y en el que las cosas ya no son lo que eran, le acarrean un profundo desajuste vivencial y existencial.

Pedro López Ávila con Enrique Morón, Blas López, Fernando de Villena y Pepe Lupiáñez

Pues bien, entrando de lleno a realizar algunos comentarios sobre «Umbral de Invierno», tal vez con menos rigor que justicia, diremos se encuentra estructurado en 4 partes: De la naturaleza, Palabra de amor, Intimidad y Extraños tiempos.

En la primera parte, «De la naturaleza», En sus primeros versos ya queda claro uno de los temas más insistentes a lo largo de su extensísima trayectoria literaria: el paisaje, especialmente, el paisaje otoñal que forma parte de su propia tesitura melancólica. El otoño para nuestro poeta aparece siempre como un eco al transcurso de sus diferentes épocas y de sus distintas posturas estilísticas. Así nos dirá:

No sé qué sería de mis versos
sin la brisa otoñal
que me melancoliza (…)

Con la caída de la hoja
siento y amo
el resplandor de mi pena.

Pero claro, dentro de esta temática tan característica y tan constante en la obra de Enrique, en «umbral de invierno» el paisaje otoñal adquiere un sentido más abarcador y universal: el amor y la fugacidad del tiempo hasta llegar al descalabro fatal, simbolizado en la caída de la hoja.

Sin embargo, esa desazón en soledad que le provoca, quizá, no el hecho radical de desaparecer, sino la pena en faz tan cercana a la melancolía por el paso del tiempo -como nos dirá- sirven a nuestro poeta como refugio para contrarrestar la realidad ante su dolorida soledad en la que se encuentra inmerso.

Por esto vuelve a finalizar el poema con un paralelismo estrófico en el que nos dice:

No sé qué sería de mis versos
sin la brisa otoñal de tus suspiros.

Portada de ‘Umbral de invierno’ de E. Morón

Como podemos observar, claro está, desde mi perspectiva de lectura, aparece, imbricada al paisaje, no solo la caducidad de todo cuanto nos rodea, incluido el amor, sino la espera solitaria a la última adversidad del hombre.

Enrique Morón es un profundo conocedor de los clásicos, desde Garcilaso a Góngora o a Juan Ramón, Machado y Cernuda, pasando por Bécquer (por citar algunos cuyos ecos se dejan sentir en este «umbral de Invierno»). Por esto no solo domina a la perfección el metro, la retórica, el ritmo y la cadencia de los versos, sino que sabe perfectamente que la utilización de símbolos e imágenes confieren a las cosas, a la vida, al alma o a los colores una dimensión evocadora que va más allá de la realidad que se tiene delante de los ojos. De esta manera sus versos del otoño son un temblor amarillo de las alamedas de su Alpujarra, son serenas elegías de bronce; sus sensaciones son llantos de campanas; el paso por la vida con amor o esperanza deberían ser camino hacia la aurora, o caminos más allá del asfalto, porque vivir en la ciudad conlleva su divorcio con la naturaleza; o quizá, los suspiros y penas amarillas no dejan de ser sino elementos temporales sobre el paso del tiempo, cuando ya tan solo espera de la vida que se le acerque el bronce de los labios de la persona amada.

En la segunda parte, Palabra de Amor, la percepción del tiempo como amenaza destructiva le hace sentir al poeta la imperante necesidad de mirar hacia atrás. Pareciera que existe un conformismo atormentado ante su soledad. Soledad que trata de mitigarla en una continua llamada de complicidad amorosa, vía espiritual, a través del recuerdo y de las ilusiones pasadas.
Así nos hablará desde un temporal de crisantemos que azotan sus mejillas:

 

Nos hemos quedado, amor,
profundamente solos
y a los cristales llama el viento
con sus nudillos de aire.

Los hijos se marcharon
en desbandadas de aves
más allá del crepúsculo.

Ahora su mirada, su pena y su pesimismo se van a ver acentuados en su reflexión temporal sobre lo que ayer era y ya no es. Todo fluye, todo se va apagando y, por tanto, todo queda enquistado en el recuerdo de lo que se ha ido y ya no vuelve De ahí que Enrique ubique sus vivencias en el recuerdo y en el ensueño. así nos dirá que lo redime de tanta pesadumbre.

Por esto, ahora los colores, ante el desamor, la pérdida o las ausencias se tornan más sombríos, más oscuros, mas grisáceos y el amor adquiere un tono más elegiaco:

vivo en un estado en
que todo se nubla ante mis ojos»,

¡»abrázame, mi amor,
estamos solos ante el dolor del cosmos!,

¡Cómo ha pasado el tiempo

Un vendaval de pétalos se alejan
de nuestra juventud
¡Cuánta nostalgia!

Como podremos observar en esta segunda parte, el alejamiento, la separación, el olvido y la soledad más absoluta se yerguen como protagonistas no retóricos, sino vivenciales de su propia experiencia y refugia su soledad en la persona amada de la que solo necesita dos palabras para aliviar su pena: te quiero. El amor es en este momento el único y gran motivo que justifica su existencia.

Pues nos hemos quedado
profundamente solos. Estoy aquí
para cuidarte y aquí estás tú
para cuidarme. Amor, ponte la manta en las rodillas,
que hace frío. ¡Mucho frío!

En la tercera parte de este poemario, Intimidad, el poeta se sitúa de lleno en el recuerdo intimo, cada vez más conturbado por el paso del tiempo y, sobre todo, porque la memoria también «comienza a traicionarlo». Solo existe -nos dirá- un edén en donde resplandece la memoria del hombre: el vergel de la infancia.

“El poeta ante el sentimiento de finitud, reconstruye el tiempo vivido, creando un mundo de emociones, claro está, con la colaboración esencial de la memoria”.

El poeta ante el sentimiento de finitud, reconstruye el tiempo vivido, creando un mundo de emociones, claro está, con la colaboración esencial de la memoria. Y aunque la memoria no es un mero receptáculo almacenador de recuerdos, lo vivido se agranda en el recuerdo. Sobre todo, al constatar que el tiempo pasado es irreversible. Pareciera que una fuerza interna y lo empujara, inconscientemente, a enaltecer retrospectivamente sus vivencias. De esta manera le puede devolver un sentido pleno a los instantes que en su día, probablemente, no había sido capaz de percibir con toda su intensidad; evidentemente, por no tener en esos momentos el sentimiento de que todo se acaba.

Y por este sentido de finitud, Enrique, reconstruye el tiempo vivido de su infancia, de su juventud y de su madurez aumentando, probablemente -como decimos- con su creatividad, lo vivido. De ahí, que aquí nos encontremos con un tono elegiaco, nunca fatalista, pero sí de derrota, por la amenaza del olvido y yo diría que por la amenaza también de la muerte. De ahí su desencuentro con la vida y sus promesas. Así, nos dirá:

pienso en mi juventud,
en los momentos felices entre nardos
o perfumes de albahaca en la mirada.

Yo recuerdo a los seres que amé.

Mas aquel brusco viento
se llevó para siempre aquella infancia
y aquella juventud en un velero.

Y es aquí, en esta la tercera parte, en donde me parece a mí que el sentimiento temporal y de melancolía están más presentes que nunca en el poemario, en tanto que el carácter fabricador de su memoria tiene mucho que ver con la dimensión temporal humana y su conexión irremediable con la muerte.

Enrique Morón y Pedro López Ávila, en un momento de la presentación :: ANA JIMÉNEZ

En la cuarta parte, Extraños tiempos, Enrique sigue añorando el pasado y, sin llegar a un proceso de creación de poesía social, si nos recuerda la pérdida de la solidaridad, de la intimidad; nos habla sobre la inmigración y el fracaso humano, sobre la envidia o sobre la avaricia entre otros poemas. Sin embargo, me llama poderosamente la atención la reivindicación que formula sobre la poesía de la diferencia, frente a la poesía realista de los «poetas modernos» que parece olvidaron el gesto azul de la naturaleza y, con una exquisita ironía, para rematar el estrépito de estos, nos dirá: cómo estos poetas modernos confunden las aves con las aspas de los ventiladores. Por esta razón finaliza proclamando para la expresión poética valores difícilmente tangible e inexplorados del alma, entre lo que se encuentran los sentimientos de amar de padecer o de soñar.

En fin, comentar, por último, que esta obra que presenta hoy Enrique Morón, si he de aquilatar mis asertos, diría que se trata de un poemario difícilmente superable por encontrarnos de frente con un poeta auténtico, en plenitud, errante y solitario, como lo fue Machado, que debe hacer frente a su vida en nostálgica soledad frente al recuerdo, con un pellizco de ternura en el amor. Y es que la poesía es también ternura y la ternura es una forma de esperanza. Además, la utilización del verso libre y el estilo sencillo de su lenguaje pueden ser percibidos con facilidad y cualquiera se puede sentir emocionado con estos versos. Aunque, claro, detrás de esa aparente sencillez y claridad existe una enorme complejidad y un hondo y reflexivo pensamiento y sentimiento como ingredientes indispensables de su experiencia poética . Estoy seguro y así se lo deseo los mejores lectores y las mejores lectoras a un hombre bueno con este sobresaliente poemario: Umbral de Invierno.

Texto de Pedro López Ávila para para presentación de ‘Umbrales de invierno.
Celebrada en el Centro Artístico de Granada, el 9 de noviembre de 2017.

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