Hace unos meses me llega, a través de correos, un paquete que tanto por sus formato cuanto por su apariencia externa todo parecía indicar que se trataba de un libro. Y, efectivamente, al abrirlo me dejó asombrado, pues me encontré de frente en la portada con la caricatura de Franco y debajo el título: ‘¡Es él! ¡Ha vuelto!’, publicado por Ediciones Insólitas y de cuyo autor, Víctor Aguirre, jamás había tenido noticias suyas ni las encontré por más que me afané en buscarlo en distintos buscadores de Internet.
El libro en cuestión es una historia narrativa, compuesta por 15 capítulos y un prólogo y que, fuer de ser sinceros, al leer el primer capítulo, tuve como primera impresión de que me iba encontrar con una irónica historia de homosexuales dirigida, fundamentalmente, a practicantes homófobos. Pero, como quiera que la narración me resultaba ágil, nerviosa y vivísima me fui introduciendo en ella, a tal punto, que he tenido la percepción de que los personajes que circulan por la obra los he visto y los he vivido, como si hubiera sido un testigo fiel de todos los episodios, anécdotas y digresiones que se producen en la novela.
A mi parecer la novela de Víctor Aguirre, no me parece en absoluto que sea una serie de divagaciones sobre determinados aspectos de la vida social, cual si se tratara de un ensayo. Muy al contrario, desde mi perspectiva de lectura, existe mucha más observación de la realidad política actual que invención, mucha más concepto que imaginación y mucho más sentimiento que ideología. Pero, claro, como estamos podridos de ideología y en su nombre ejercemos la crítica (como en este caso), valoramos en función a la afinidad o distancias ideológicas con el escritor. De hecho los juzgadores de la obra de arte siempre actúan con criterios distintos para lo sustancialmente idéntico. Lenin entendía que ciertos aspectos del pensamiento tolstoiano eran una excusa para su obra revolucionaria. Pero el mérito de Tolstoi, apenas traduce otras ideas que su patriotismo, que a la postre no es una idea, sino un sentimiento. Véase por ejemplo «Guerra y paz».
Pues bien, lo mismo le ocurre en esta obra situada en un municipio cualquiera del interior de España (Alcázar de San Dimas), extrapolable a cualquier otro o, quizá, incluso, a todo el país. Cuando el nivel de endeudamiento de esta localidad había alcanzado todos los límites potenciales, el desempleo cotas gigantescas y la pobreza se hacía endémica, aparece el protagonista del relato: un hombre de avanzada edad, de una insólita fortaleza física y de una extraordinaria capacidad mental, Teódulo Andrade Bahamonde, que alcanza la alcaldía de Alcázar de San Dimas, con mayoría más que sobrada, para ejercer su cargo sin solemnizar lo obvio. Teódulo (para el narrador omnisciente no es Franco, a pesar de su parecido físico) es capaz de transformar la vida ciudadana, por medio del cooperativismo, de las inversiones exteriores y del trabajo individual y colectivo («la única aristocracia que merece la pena») en el lugar más próspero del área mediterránea de la Unión Europea, con una tasa de desempleo del 0,2 por ciento de la población activa.
“Desde mi perspectiva de lectura, existe mucha más observación de la realidad política actual que invención, mucha más concepto que imaginación y mucho mas sentimiento que ideología” |
Teódulo representa un sistema democrático más participativo y menos chanchullero; sus intereses son los intereses de sus vecinos por encima de los suyos propios, destierra la demagogia de los grupos de oposición frente a la realidad. «la realidad es la que es y no como les gustaría que fuera» a los grupos ‘Unidos Todos y Todas’ y a ‘Podremos Más o Menos’. Como diría Ortega: «Hay que pactar con la realidad». De ahí su estrecha relación con el viejo socialista nonagenario, José Roda, en mantener los principios básicos en la cosa pública de «justicia, moralidad y buena administración», pero con concepciones ya distantes sobre las ideas de igualdad y libertad.
Víctor Aguirre, o quién sea, con esta narración demuestra ser un verdadero artista, pues nos deja el testimonio de la persona, del narrador o narradora que sabe sobreponerse a los condicionamientos de su tiempo, y la libertad del autor es también libertad ideológica. Lo importante para Aguirre es que el historiador, el filósofo, el sociólogo o el político puedan acercarse a esta excelente obra, sin que ello signifique que cada cual abandone sus posiciones y analizar la misma como le venga en gana. Esta narración se mantendrá siempre en pie, porque no necesita justificarse como actividad literaria, como tampoco necesita de los apoyos oficialistas fuera de sí misma. Solo la fortaleza del andamiaje sobre el que se sustenta el talento individual del autor o autora, le permite ser rebelde ante los condicionamientos impuestos por una sociedad que exige servicios a una causa (cada vez más agotada) y fe a unos principios muy partidistas y, francamente, secuaces.
Hoy nos parece francamente triste cómo que para entender ‘La Celestina’ sea necesario sumergirnos en la situación de angustia en la que vivían los judíos conversos de la época en Castilla. Por esto, hoy, aspiro a que me firme un ejemplar de su ‘¡Es él! ¡Ha vuelto!’ Víctor Aguirre o como se llame.
(NOTA: Este artículo de Opinión de Pero López Ávila se incluyó en las ediciones de IDEAL Almería, Jaén y Granada, correspondientes al lunes, 21 de agosto de 2018, pág. 21)
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