Julio Grosso Mesa: «Granada me duele»

Granada tiene el atardecer más bello del mundo, el segundo monumento más visitado de España y uno de los poetas más universales. Tres datos muy relevantes para el turista, pero del todo inútiles para la vida diaria de los granadinos. A la ciudad de la Alhambra hace años que no llega un tren. Es una de las ciudades de España con el aire más contaminado. No tiene suficientes parques ni espacios verdes. Y lo peor de todo, tampoco ofrece trabajo para sus jóvenes, casi todos universitarios.

La paciencia de los granadinos parece no tener límites y creo que se ha convertido en uno de sus rasgos distintivos. Llevo más de 30 años viviendo en esta ciudad y sigo sorprendiéndome cada día de la enorme capacidad de aguante de sus 232.000 vecinos. Y he llegado a pensar que esa excepcional capacidad de espera se ha convertido, finalmente, en un sentimiento popular de total resignación, un conformismo cercano a la indolencia, que ha superado incluso a la mítica ‘malafollá’.

Cuando llegué al Camino de Ronda a mediados de los ochenta, Granada era una ciudad emergente, universitaria y diversa. Una ciudad abierta que parecía dejar atrás las peores décadas de su historia. Su ayuntamiento estaba gobernado por un profesor que tenía solo 33 años, pero muchos planes de futuro. La Universidad de Granada era una de las grandes universidades de España. La Alhambra, un monumento unido a la ciudad, donde los granadinos solían pasear los domingos. Granada era la típica ciudad de provincias de tamaño medio, cómoda y barata, donde se podía almorzar con las tapas de un par de cervezas.

Ese joven alcalde, nacido en Murcia, mandó construir un palacio de congresos, un palacio de deportes y una ronda de circunvalación. Poco después, otro alcalde inauguró el primer Parque de las Ciencias de Andalucía, recuperó para la ciudad la Huerta de San Vicente, consiguió la declaración del Albayzín como Patrimonio de la Humanidad y la celebración del Mundial de Esquí.

Todo estaba entonces por hacer y la alternancia entre partidos resultaba de lo más natural. Un tercer alcalde afrontó la reforma del centro de la ciudad y logró que nos visitaran por este orden, el presidente de los EE UU, Bill Clinton y los siete astronautas del Discovery, incluido el ahora ministro Pedro Duque.

Pero, todo cambió hace ahora 20 años. En 1998 la Junta de Andalucía presentó el primer boceto de un tranvía ligero para unir la capital con Armilla y Albolote y mejorar los crecientes problemas de movilidad del área metropolitana. El proyecto enseguida se complicó con la llegada de un nuevo alcalde, ahora imputado, y los granadinos tuvimos que sufrir lo impensable y esperar nada menos que 19 años y 6.684 días para que aquel proyecto, rebautizado como Metro de Granada, viese por fin la luz.

Algo similar sucedió con la llegada del AVE. Una infraestructura que el Ministerio de Fomento inició en 2000 y que ha sufrido durante 18 años continuas demoras y zancadillas políticas. El resultado es que el AVE no llega y que, además, Granada lleva tres años y medio sin tren. A muchas horas de autobús de Sevilla y Madrid. A expensas de un compañía aérea de bajo coste para llegar a Barcelona.

Los granadinos llevamos también veinte años esperando a que se inaugure la Segunda Circunvalación, una autovía de 29 kilómetros que algún día unirá Alhendín con Calicasas y aliviará el tráfico de la actual circunvalación, superior a los 130.000 vehículos diarios.

Esta enorme densidad de tráfico ha conseguido que Granada sea la capital andaluza, y una de las cinco de España, más contaminadas. Los granadinos respiramos ahora el aire más contaminado de nuestra historia. Los niveles de polución superan muchos días el máximo permitido en dióxido de nitrógeno, ozono y partículas en suspensión. Es obvio que hay demasiados coches y muy pocos parques y espacios verdes para depurar la atmósfera. Y para nuestro esparcimiento.

Por si fuera poco, el Ayuntamiento de Granada es uno de los diez de España que más cobra por las tasas municipales. Solo el IBI ha subido más del 50% durante la última década, situándose en una media de 300 euros por habitante. Sin embargo, los servicios municipales son cada vez más deficientes. Nuestros gobernantes decidieron un día entregar la ciudad al turismo y priorizar los servicios de las zonas turísticas sobre los de los barrios: limpieza, transporte y seguridad. Colocaron los intereses de los hosteleros sobre los de los vecinos. Permitieron que aceras y plazas estuvieran completamente ocupadas por terrazas de bares y restaurantes.

Y lo peor de todo: los únicos trabajos que ofrece la ciudad son de camareros, limpiadoras, cajeros del Mercadona o dependientes de alguna franquicia. Por todo esto, los jóvenes granadinos, casi todos universitarios, se están fugando a Madrid, Barcelona y el extranjero.

Yo no nací en Granada, como mi madre y mis abuelos, pero me siento granadino de adopción. Como los miles de jóvenes de Almería, Jaén, Málaga o Cádiz que un día llegamos a esta tierra con la misma ilusión por estudiar. Los mismos que hemos contemplado desde San Nicolás el atardecer más bello del mundo, hemos paseado por los bosques de la Alhambra y hemos leído a Lorca. Los mismos que hemos vivido la decadencia de esta bella ciudad y cómo la paciencia se ha convertido en resignación. Y la espera en indolencia. Por todo esto, me duele Granada. Cada día más.

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JULIO GROSSO MESA

Periodista y Profesor del

Departamento de Información y Comunicación

de la UGR. Autor de la tesis doctoral:

Ciencia en televisión: Las estrategias divulgativas del programa Redes 2.0 de Eduard Punset (TVE, 2008-2013) (.1673 Mb)

 

 

 

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