Las cosas cambian. Lo que ayer estaba de moda, hoy ya no existe. Y solo nos queda el recuerdo y un puñado de cacharros viejos que no sabemos dónde meter. Con las cosas, también cambiamos nosotros, los humanos. Modificamos nuestros hábitos y dejamos atrás las viejas costumbres que, de repente, nos parecen anticuadas y obsoletas. Pasadas de moda. Y de esta forma, vamos mutando de piel cada año. Sin apenas darnos cuenta. Lleva ocurriendo siglos. Es ley de vida.
Pero los cambios no son siempre el resultado de la razón, ni de nuestra propia evolución como especie, ni de la mejora de la vida en el planeta. Atienden, principalmente, a intereses personales, políticos y comerciales. Y en ocasiones, los nuevos usos sociales nos pillan a contrapié. Sin tiempo para el ensayo. Sin la oportunidad de analizar sus pros y sus contras. Nuevos usos que se transforman, silenciosamente, en los hábitos dominantes. Que aceptamos de forma automática. Sin críticas ni cuestionamientos. Como parte de una nueva vida mejor.
La tecnología digital es desde hace algún tiempo el nuevo uso social. El hábito dominante. El gran icono de la modernidad. Nuestra nueva piel del siglo XXI, más joven y suave. En poco más una década un “tsunami tecnológico” ha logrado que olvidemos cómo era nuestra vida anterior, sin whatsapp, ni twitter, ni smartphones. No recordamos ya cómo era planificar un viaje sobre un atlas universal. Cómo buscábamos los términos en un diccionario. Cómo encontrábamos el conocimiento en las aulas, los maestros y las enciclopedias.
“En poco más una década un ‘tsunami tecnológico’ ha logrado que olvidemos cómo era nuestra vida anterior, sin whatsapp, ni twitter, ni smartphones. No recordamos ya cómo era planificar un viaje sobre un atlas universal. (…) ¿Pero cuáles son los contras de este nuevo mundo? Uno de los graves problemas es el deterioro de la comunicación personal.” |
La Red se ha vuelto en poco tiempo imprescindible para la vida personal y profesional de toda la población, no solo de los jóvenes. Todas nuestras actividades y servicios, nuestra vida entera, dependen ahora del acceso a Internet y a las nuevas tecnologías: al wifi, a la última versión de software, a la aplicación de moda, al próximo iPhone.
Los pros de este nuevo mundo son bien conocidos. Las multinacionales tecnológicas, los gobiernos y los gurús de la computación no se cansan de repetir el mismo mantra en sus discursos y campañas publicitarias: una sociedad hiperconectada, en continua actualización, con las tecnologías al servicio del hombre, donde el desarrollo de Internet, las telecomunicaciones y los robots lo van a hacer todo más fácil. El mundo cool de los anuncios de Apple.
Y en este punto, de enorme placer y fascinación, llegamos incluso a preguntarnos: ¿Cómo hemos podido vivir tan tiempo sin móviles inteligentes? ¿Sin redes sociales? ¿Sin mostrarle al mundo cómo nos divertimos? ¿Sin hacer fotos continuamente? ¿Sin criticar la vida de los otros desde el anonimato? ¿Sin insultar con total impunidad?
Un paso más allá, la Inteligencia Artificial está entrando de lleno en nuestras vidas y comienza a estar presente en todo lo que hacemos: ordenadores que hablan, electrodomésticos inteligentes, coches autónomos, sistemas que realizan un aprendizaje automático sin que nos demos cuenta. Nada que ver con el robot humanoide de la ciencia-ficción.
Estar conectado a la Red tiene, sin duda, múltiples ventajas. Entre ellas la inmediatez, las posibilidades de la educación en línea, el acceso directo a las fuentes de información y a un archivo mundial de imágenes. ¿Pero cuáles son los contras de este nuevo mundo?
Uno de los graves problemas es el deterioro de la comunicación personal. Hoy es casi imposible mantener una conversación fluida con alguien teniendo cerca un móvil. No podemos hablar en una reunión laboral, ni familiar, ni con nuestra pareja, sin ser interrumpidos por continuos mensajes y notificaciones. Las redes sociales tampoco respetan la carencia propia de una conversación. Y cualquier tema, por grave que sea, parece resolverse con un simple tuit. ¿No estaremos perdiendo nuestra capacidad de escuchar al otro y de debatir?
Otro gran problema es la falta de concentración. “La distracción es el gran enemigo del saber en nuestro tiempo”, asegura el filósofo estadounidense Michael J. Sandel, que se atreve a prohibir móviles, tabletas y ordenadores durante sus clases en la Universidad de Harvard. Sandel asegura que nadamos en un “océano de distracciones” que nos impiden comprender y reflexionar sobre nuestra propia vida. Nada que añadir.
En tercer lugar, está la comodidad. Poder comprar desde el sofá, sin pisar la calle, sin esperar largas colas, ni aguantar a un dependiente novato. No tener que hacer el esfuerzo de pensar cada día qué comer, ni perder tiempo en cocinar. Comparar todos los precios. Parecen grandes ventajas, pero son las mejores excusas. Nuestra comodidad también trae el sedentarismo, la mala alimentación, la pérdida de puestos de trabajo, el cierre de comercios. Y podemos añadir a esta lista de problemas la brecha digital, la privacidad, las noticias falsas o el ciberacoso.
Cada nueva tecnología promete aumentar el diálogo y el entendimiento, pero todas acaban sometidas a la lógica del mercado. Nuestro futuro digital puede ser muy positivo, pero también está trayendo actitudes perversas, multitud de abusos y ciertos riesgos que cabe la pena valorar de forma individual y colectiva. Cuestiones a debatir y regular en los Parlamentos. Pero también en el colegio y en cada casa. Antes de dejar a nuestros menores a merced de un móvil.
Hemos aceptado esta nueva vida con gran entusiasmo y esto nos ha hecho olvidar algunos valores que hasta ahora creíamos fundamentales: el respeto, la intimidad, los derechos laborales, la igualdad de oportunidades… Definitivamente, hemos caído en la Red. Estaremos siempre conectados. En línea. El nuevo hábito dominante. Pero lo más curioso de todo es que a la gente no parece importarle.
(P.D.: Este artículo de Opinión se publicó en la edición impresa de IDEAL, correspondiente al jueves, 15 de noviembre de 2018)
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