Llega un pistolero (The Fastest Gun Alive, Russell Rouse, 1956) no suele figurar en las listas de mejores westerns de la historia. Probablemente, de haber llevado la firma de alguno de los especialistas en el género (John Ford, Anthony Mann, Howard Hawks), habría conseguido el reconocimiento y difusión que merece.
Russell Rouse fue un escritor conocido por la originalidad de los guiones que desarrolló para varias series televisivas y películas de suspense de los años cuarenta y cincuenta entre las que destaca Con las horas contadas (Rudolph Maté, 1949). Director ocasional, Rouse se interesó por una historia de Frank D. Gilroy –prestigioso autor que ganó el Pulitzer en 1965–, titulada The Last Notch, publicada en 1954. Finalmente, Gilroy también se involucró en el proyecto y colaboró con Rouse en la adaptación cinematográfica.
George Temple (Glenn Ford) y su mujer, Dora (Jeanne Crain), llevan una vida tranquila en el pequeño pueblo de Cross Creek, donde hace años decidieron establecerse y abrir una tienda. Un día, un grupo de ciudadanos se reúne al llegar la diligencia para escuchar del conductor las últimas noticias sobre Vinnie Harold (Broderick Crawford), el jefe de una banda de atracadores que cuenta sus duelos por victorias y cuya rapidez con el revólver se compara con la de Wyatt Earp o Billy el Niño. El relato de tales hazañas produce corrillos en la calle y reuniones en la cantina en las que los vecinos, absolutamente fascinados, repiten la misma historia una y otra vez. La originalidad de Rouse surge precisamente en ese momento, cuando la película se aleja de los convencionalismos del género y se convierte en el profético retrato atemporal de una sociedad insatisfecha y desilusionada (avancemos cien años, conservemos la taberna, el público y cambiemos el pistolero por un futbolista). Sin embargo es ese parloteo constante unido al hastío y a la voz interior que castiga al débil Temple lo que lo impulsará, de nuevo, a desprenderse de su disfraz de ciudadano corriente.
Rouse aúna sencillez y precisión para componer un emocionante ejercicio cinematográfico que humaniza la figura del héroe y nos adentra en su mente, hasta el punto de conseguir que juzguemos continuamente sus decisiones, comprendamos sus dilemas y sintamos su rabia y sus miedos. Apoyada en un ritmo inquietante al que contribuye la pegadiza partitura de André Previn, en la excelente fotografía en blanco y negro de George J. Folsey (trece veces nominado al Oscar) y, sobre todo, en la impresionante interpretación de Glenn Ford, Llega un pistolero se descubre como un maravilloso western psicológico que describe la lucha interior de un hombre por huir de su pasado.
Apenas un par de detalles afean el resultado final. El primero es un número musical concebido para lucimiento de Russ Tamblyn, que ya había demostrado su destreza como bailarín y acróbata en Siete novias para siete hermanos (Stanley Donen, 1954) y que más tarde repetiría en West Side Story (Robert Wise, 1961); la escena resulta simpática, pero ralentiza un poco el desarrollo de la trama. El segundo detalle discutible es la elección de Broderick Crawford como villano. Porque, aunque defiende su personaje de forma digna, el actor, algo envejecido y con unos kilos de más, no parece la mejor opción para interpretar a un peligroso pistolero, a un matón provocador que disfruta demostrando su rapidez con el revólver.
Por su particular planteamiento, o por el tratamiento que Rouse dedica a la figura del héroe, no resulta descabellado pensar que este pequeño filme haya podido influir en otros westerns, o en obras más actuales como Una historia de violencia (David Cronenberg, 2005) o John Wick (Chad Stahelski, 2014). Llega un pistolero es un exquisito ejemplo de cine como entretenimiento puro, una joya aún no descubierta por buena parte del público y por la que siento una especial debilidad: me gusta tanto esta película que mi segunda novela (El hombre de la gasolinera, Esdrújula Ediciones, 2017) se basa en parte en la figura de un personaje tan misterioso y envolvente como el George Temple que interpreta Glenn Ford.
F I N
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