En 2019 se cumple el octogésimo aniversario de la muerte de Antonio Machado, o lo que es lo mismo, un 22 de febrero del año 1939 moría en Colliure una de las mentes más lúcidas, preclaras, inteligente y de más hondo sentido humanista que ha dado el pensamiento español. Cuando años atrás parecía que existía una corriente simpática y amable de reconocimiento a su integridad moral y a su magistral obra, tengo la percepción de que las nuevas generaciones no están dando la respuesta pertinente a aquel sobrio poeta y magistral prosista que llegó al máximo compromiso posible del intelectual que sucumbió con la Segunda República Española. Mientras los demás intelectuales de la época, se perdían o mantenían actitudes ambiguas, nadie como él, en los momentos más trágicos de nuestra historia, supo mantener la dignidad y altitud ética en su compromiso con los desposeídos y con España.
En este corto recordatorio que se escapa entre estas líneas, quisiera expresar que Antonio Machado ha sido y seguirá siendo figura de leyenda y la encarnación más difícil del ideal humanista: un hombre solitario en compañía. Es cierto que con nuestro poeta y pensador ha sido demasiado fácil la instrumentalización plagada de demagogia política, que unos y otros aprovecharon a través de su vida y su obra, en un momento de pasiones desatadas y oportunismos políticos; sin embargo, me parece pertinente destacar sus propias palabras, para un mejor conocimiento de su semblante comprometido, pero situémoslo, cómo no, en su contexto histórico: «Desde el punto de vista teórico, yo no soy marxista, no lo he sido nunca y es muy posible que no lo sea jamás… Tal vez porque sea demasiado romántico, por el influjo, acaso, de una educación demasiado idealista… Veo, sin embargo, con entera claridad, que el socialismo en cuanto supone una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia».
“Una de las mentes más lúcidas, preclaras, inteligente y de más hondo sentido humanista que ha dado el pensamiento español.” |
Estas ideas de Machado, un hombre bueno, fueron durante décadas utilizadas para denigrar o hacer caer en el olvido su nombre y su hondura reflexiva, ingeniando, en ellas mismas, cincuenta acciones perversas por la calumnia oficial, aunque se conociera su sentido de la responsabilidad que lo expresaba muy claro en su Juan de Mairena cuando nos dice: «Tomar partido no es sólo renunciar a las razones de vuestros adversarios, sino también a las vuestras; abolir el diálogo, renunciar, en suma, a la razón humana. Y eso es mucho más difícil de lo que parece».
Había nacido en 1875, en el seno de una familia culta de la mejor tradición liberal española del Siglo XIX, en Sevilla, segundo de cinco hermanos, todos varones. Vio la luz en el Palacio de las Dueñas, propiedad de los Duques de Alba, parte del cual estaba alquilado a varias familias y donde se hallaba el soleado patio del limoneros que en su obra recuerda una otra vez. A los 8 años pasó a vivir a Madrid, iniciando su educación en la Institución Libre de Enseñanza, que tanto contribuiría a su formación liberal y vive la época de entre siglos, presidida por el movimiento modernista. No cursó estudios universitarios en su juventud; tan sólo en 1899 obtuvo el título de bachillerato con calificaciones medianas, pues vivió la bohemia indolente hasta casi los treinta años. Eso sí, leyó con gran entusiasmo a todos los clásicos, los grandes nombres de las letras del XIX, los modernos poetas franceses e incluso quiso ser actor de teatro. Hombre de modestos recursos económicos, logra, a pesar de ello un viaje a París en 1899 y otro en 1902, siempre a remolque de su activo hermano Manuel, un año mayor que él. Solamente en 1906- tres años después de publicarse Soledades-, su primer libro, decidió emanciparse económicamente, opositando a la cátedra de francés, obteniendo la misma en 1907.
Pasado el verano de 1908, el poeta regresa a Soria para proseguir sus tareas docentes. Allí conoce a Leonor Izquierdo Cuevas, con quien se casa, una muchachita soriana casi 20 años menor que él, con la que contrae matrimonio el 30 de julio de 1909. De esta época dirá «si la felicidad es algo posible y real —lo que a veces pienso— yo la identificaría mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer, cuyo recuerdo constituye el fondo más sólido de mi espíritu». En enero de 1911 obtiene una beca para ampliar estudios y viaja con su mujer a París, colmándose así el sueño de su vida. Leonor enferma de hemoptisis, permanece todo el verano en una clínica de París, por lo que vuelve a Soria, una vez que le prestó el dinero para su regreso Rubén Darío, sin embargo, el 1 agosto de 1912 muere Leonor. Su reacción es profundamente apasionada y desgarradora: el poeta había pensado en la posibilidad del suicidio. Machado se traslada a Madrid y solicita la primera vacante que hubiera y el 15 de octubre se le concede la plaza del instituto de Baeza. Su abatimiento es tal que su madre se ha de trasladar con él para acompañarlo. Al año siguiente emprendió estudios académicos en la rama de filología en la Facultad de Letras de la Universidad de Madrid y logró licenciarse en 1918, poco después de publicar Poesías Completas. Baeza le deprimía y a veces le irritaba, pero sólo consiguió después de intentos baldíos llegar a Segovia en 1919, cuando ya era uno de los escritores más respetados de España. En 1932 impartió clases en el Instituto Calderón de la Barca, recién creado por la República.
En julio de 1936, al producirse el estallido de la guerra civil y el sitio de Madrid por parte de las tropas franquistas fue evacuado, junto con su madre por las autoridades republicanas a Valencia. Participa activamente en la «Alianza de intelectuales antifascistas». Colabora durante la guerra civil en toda clase de publicaciones republicanas, especialmente en «Hora de España», habla por la radio, firma declaraciones y es en Valencia donde declara taxativamente: «el porvenir lo defiende el pueblo; el fascismo es la fuerza de la incultura».
La guerra continua, Machado es trasladado a Barcelona en 1938, y en enero del año siguiente, siguiendo el inexorable destino de miles de españoles, cerca de la frontera, en Colliure, muere el 22 de febrero del 1939, tal y como había previsto ligero de equipaje, casi desnudo como los hijos de la mar, y con un último verso en el bolsillo de su chaqueta: estos días azules y este sol de la infancia. Dos días después fallecería su madre.
OTROS ARTÍCULOS DE PEDRO LÓPEZ ÁVILA
|
|