Continuando con la serie de publicaciones sobre autores y personajes ilustres que algo tuvieron que decir sobre Granada, nos ocuparemos hoy de José Zorrilla. Nació en Valladolid (1817) y murió en Madrid en 1893. Tras varios años en Valladolid, Burgos y Sevilla, la familia se estableció en Madrid, donde el padre ejerció el cargo de superintendente de policía y el hijo ingresó en el Seminario de Nobles.
Estudió leyes en las universidades de Toledo y Valladolid con nulo aprovechamiento. Su atracción por el dibujo, las mujeres y la literatura de autores como Walter Scott, Fenimore Cooper, Chateaubriand, Alejandro Dumas, Victor Hugo, el Duque de Rivas o Espronceda arruinaron su futuro como abogado. El padre mandó que lo llevaran a Lerma a cavar viñas; pero cuando estaba a medio camino robó una mula, huyó a Madrid y se inició en su hacer literario frecuentando los ambientes artísticos y bohemios de Madrid, pasando mucha hambre.
En el entierro del suicida Larra, muchos amigos poetas recitaron sus versos. De pronto, se adelantó un jovenzuelo, delgado , demacrado que junto a la fosa abierta comenzó a leer:
“Ese vago clamor que rasga el viento
Es la voz funeral de una campana:
Vago remedo del postrer lamento
De un cadáver sombrío y macilento
Que en sucio polvo dormirá mañana.”
Había nacido un poeta.
Se casó con Florentina O’Reilly , viuda bastante mayor que él y con un hijo. No hubo felicidad en aquel matrimonio. Viajó a Francia asistiendo en París a algunos cursos de la Facultad de Medicina y relacionándose con Dumas, George Sand, Musset y Gautier. Ese mismo año murió su madre, dejándole sumido en una profunda melancolía.
De regreso en Madrid, se le nombró miembro de la Junta del recién fundado Teatro Español; el Liceo organizó una sesión para exaltarle públicamente; la Real Academia lo admitió en su seno, aunque sólo tomaría posesión en 1885. Pero la muerte del padre le causó un duro golpe: su progenitor se negó a perdonarle la huida y la boda, dejando un enorme peso en la conciencia del hijo.
Huyendo de su mujer, se estableció en París y luego en Londres a donde le acompañaron los inseparables apuros económicos. En París mantuvo un ardiente idilio con una escritora granadina, Emilia Serrano, la famosa Leila de sus pasionales versos
Embarcó, por fin, rumbo a México ( 1854-66), interrumpiendo su estancia allí para pasar un año en Cuba donde probó suerte en el tráfico de esclavos. Llevó en aquel país una vida de aislamiento y pobreza, sin mezclarse en la guerra civil, que dividía a federales y unitarios. Cuando Maximiliano ocupó el poder, Zorrilla se convirtió en el poeta de su Corte y fue nombrado director del Teatro Nacional.
Muerta su esposa, regresó a España. El fusilamiento de Maximiliano, abandonado a su triste suerte por el Papa y Napoleón III, le produjo una profunda crisis religiosa.
Casado de nuevo con Juana Pacheco, se hizo famoso dando recitales públicos y obtuvo numerosos honores entre los que sobresalen su nombramiento de cronista de Valladolid y su coronación como poeta nacional en Granada (1889). Murió en Madrid tras una intervención quirúrgica para extraerle un tumor cerebral. Su entierro fue un gran homenaje de admiración.
El amor constituye uno de los ejes fundamentales. Entre sus obras , además de sus trabajos de poesía ,citaremos algunas como ‘A buen juez mejor testigo’, ‘Vivir loco y morir más’, ‘El capitán Montoya’ o ‘Traidor, inconfeso y mártir’. Y cómo no, el inmortal, ‘Don Juan Tenorio’.
Sobre nuestra Ganada, escribió:
«Salve, oh Ciudad en donde el alba nace
y en donde el Sol poniente se reclina,
donde la niebla en perlas se deshace,
y las perlas en agua cristalina:
donde la Gloria entre laureles yace,
y cuya inmensa antorcha te ilumina!»
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