Hoy vamos a intentar resumir la vida de un gran personaje que vino a este mundo para conocerlo mejor. Me refiero a Ibn Battuta, Muḥammad ibn ʻAbd Allâh. Nació en Tánger (Marruecos), el 25 de febrero de 1304. Se le considera uno de los mayores viajeros de todos los tiempos, pues con los parcos medios que se conocían en la época recorrió más de 120.000 km por medio mundo.
Nacido en el seno de una familia en la que su padre era juez, aprendió de él nociones jurídicas. A los 21 años, Ibn Battuta abandonó su casa natal en Tánger con el propósito de cumplir con uno de los cinco mandamientos de la fe musulmana, la peregrinación a La Meca, y ya de paso ampliar sus estudios jurídicos en Egipto y Siria. «Me decidí, pues, en la resolución de abandonar a mis amigas y amigos y me alejé de la patria como los pájaros dejan el nido», escribiría más tarde. No volvió hasta después de cumplir los 45 años, y sólo para partir de nuevo a otros dos viajes, por al-Andalus y el sur del Sáhara por lo que era el Imperio Songhai
Durante casi treinta años, entre 1325 y 1354, viajó, desde el norte de África hasta China, recorriendo el sureste europeo, Oriente Medio, el centro y sureste de Asia, Rusia, India, Kurdistán, Madagascar, Zanzíbar, Ceilán o, en el Occidente, los reinos de Aragón y de Granada y el de Mali, que visitaría en viajes posteriores. En total, como hemos dicho anteriormente, recorrió más de 120.000 kilómetros y conoció a más de 1.500 personajes, a muchos de las cuales cita puntualmente en su libro de viajes.
Lo poco que se sabe de este viajero excepcional está recogido en su Rihla, el relato de su viaje. Sobre su persona, su formación y su familia, Ibn Battuta nos dice apenas que peregrinó cuatro veces a La Meca y se casó y se divorció en varias ocasiones durante su periplo. Cuando inició su andadura los navíos aragoneses, venecianos y genoveses controlaban el Mediterráneo, pero a lo largo de su travesía sólo pisó tierras cristianas en Cerdeña (perteneciente a la Corona de Aragón) y Constantinopla, capital del Imperio bizantino.
Ibn Battuta alabó la belleza de varias ciudades, entre ellas Alejandría: «Esta ciudad es una perla resplandeciente y luminosa, una doncella fulgurante con sus aderezos…», aunque le decepcionó el mal estado en el que se encontraba su famoso faro. Tras visitar El Cairo y recorrer el Nilo aguas arriba, atravesó la península del Sinaí camino de Palestina y Siria, hasta llegar por primera vez a La Meca en septiembre de 1326.
Después emprendió viaje hacia las regiones de los actuales Iraq e Irán, donde visitó ciudades como Tabriz, Basora o Bagdad. De nuevo en La Meca, donde pasó tres años, preparó un nuevo viaje que le llevaría por Yemen y Omán hasta la costa oriental africana y el golfo Pérsico. Al llegar a las desembocaduras de los ríos Tigris y Éufrates dio testimonio de la riqueza de la agricultura mesopotámica.
Gracias a su excelente memoria y a sus buenas dotes de observación, en todos los lugares recogió anécdotas, impresiones del paisaje y toda clase de noticias sobre formas de vida. Comía y dormía donde podía, unas veces en suntuosos palacios, gracias a la hospitalidad de sultanes y cadíes asombrados por sus aventuras, y otras en humildes albergues y zawías (ermitas). Actuó prácticamente como un misionero, fomentando la fe musulmana, Ibn Battuta se quedó asombrado de las costumbres de los jinetes tártaros, los mejores del mundo, que bebían la sangre de sus propios caballos mientras galopaban. En la India asistió horrorizado a la cremación del cadáver de un hombre cuya viuda se arrojó a la misma pira como era la costumbre en algunas castas y lugares.
Viajó a la «Tierra de las Tinieblas», el noreste de Rusia,; cruzó los mares más lejanos, como el Caspio y el Aral; recorrió una parte de la Ruta de la Seda, y alcanzó las costas de las islas Maldivas, al sur de la India
En la isla de Ceilán le aseguraron que la huella del pie de Adán se encontraba allí, en el monte Sarandib, y le contaron extrañas historias sobre sanguijuelas voladoras, cuyas picaduras se curaban con limones, o sobre monos con bastones que dialogaban entre sí. En la India, donde estuvo siete años, vio por primera vez un rinoceronte y le llamaron la atención las plantas del alcanfor y el clavo.
Durante su travesía pasó hambre y sed. En una ocasión fue atacado por rebeldes hindúes pero consiguió salir con vida; después, una tormenta hundió el barco en el que viajaba rumbo a Java y tras ser rescatado de las aguas fue asaltado por un grupo de piratas.
Ibn Battuta pudo escapar de la Peste Negra en Siria purgándose de la fiebre con una infusión de hojas de tamarindo, aguantó una diarrea provocada por un atracón de melones, estuvo a punto de morir por una intoxicación en Mali, conoció de cerca las barbaridades destructivas de los mongoles y padeció los rigores del invierno ruso cuando recorrió las tierras de la Horda de Oro (Rusia, Ucrania, Uzbekistán y Kazajistán), una parte del viejo Imperio mongol, en descomposición tras la muerte de Gengis Kan en 1227
Ibn Battuta fue un viajero incansable, un observador atento y un peregrino piadoso que improvisaba en función de los acontecimientos. Su inquietud por el conocimiento le llevó más lejos de lo pensado y lo hizo desviarse de su destino original en muchas ocasiones. Recorrió tres veces más distancia que Marco Polo, el veneciano que viajó por el Imperio mongol a finales del siglo XIII, y muchos más kilómetros también que otros grandes viajeros medievales como el granadino Abu Hamid y el valenciano Ibn Yubayr (ambos del siglo XII), el tunecino Ibn Jaldún (unos decenios posterior) o el diplomático español Ruy González de Clavijo, que visitó la corte de Tamerlán en Samarcanda a principios del siglo XV.
En 1349 regresó a Marruecos; pero aún emprendió un tercer viaje, que le llevó a recorrer la España musulmana. En realidad se alistó como voluntario para defender Gibraltar de los ataques de Alfonso XI de Castilla, pero al morir el rey víctima de la peste negra, ya no fue necesaria su presencia en aquella ciudad por lo que se dedicó a viajar por el Ándalus y parte del reino de Aragón. Más tarde emprendería un cuarto viaje por los reinos subsaharianos del África negra. Desde 1354 vivió en Marruecos ejerciendo como cadí (juez )
En 1355, Ibn Battuta recibió del rey Abu Inan, el encargo de recopilar por escrito todas las experiencias de sus viajes. La obra resultante, aunque con un título diferente, pasó a la historia con el nombre de ‘Rihla’, (El viaje). El texto fue dictado por Ibn Battuta a un poeta granadino que había conocido tiempo atrás, Ibn Yuzayy, quien incorporó a la obra citas literarias de su cosecha, poesías y seguramente elementos imaginarios.
El propio viajero, que había perdido en Bujará (Uzbekistán) el cuaderno de viaje que llevó hasta entonces, tuvo que hacer un esfuerzo para recordar episodios que podían remontarse hasta treinta años atrás. Tal vez por esa razón la obra carece de la vivacidad, frescura y espontaneidad de los relatos escritos al hilo de las experiencias. Pese a ello, la Rihla de Ibn Battuta es un documento excepcional sobre el estado del mundo musulmán en una de sus épocas de plenitud y sobre la pasión exploradora del mayor viajero de la historia del Islam. Murió en Tánger se cree que en el año 1377.
Entre otros lugares, Ibn Batuta visitó Granada, a la que califica como “capital del país de Al-Andalus, novia de sus ciudades” y de la que dice que “sus alrededores no tienen igual entre las comarcas de la tierra toda, abarcando una extensión de cuarenta millas, cruzada por el famoso río Genil y por otros muchos cauces más. Huertos, jardines, pastos, quintas y viñas abrazan a la ciudad por todas partes”. Refiriéndose a la Fuente de Aynadamar, la extraordinaria obra hidráulica fechada en el siglo XI, señala que entre los parajes más hermosos de Granada “se cuenta la Fuente de las lágrimas, un monte donde hay huertas y jardines, sin parecido alguno posible”, “Granada, aquella ciudad cuyas riquezas no tienen rival”.
Cuando Ibn Batutta visita Granada era Rey “el Sultán Abu l-Hayyay Yusuf, (Yussuf I, el fundador de la Madraza y constructor del Palacio de Comares), quien no pude ver a causa de una dolencia que sufría. Su madre, la pura, piadosa y distinguida, me envió unas monedas de oro que me fueron necesarias”. Aunque no pudo conocer al Rey, sí pudo mantener contactos con los hombres más distinguidos de la ciudad. También encontró en Granada “un grupo de faquires persas que se radicaron en ella por similitud con sus tierras de origen”.
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autor de las novelas históricas ‘La casa del cobertizo’,
‘Babuchas negras’ y del ensayo ‘Tres sinfonías’