Nos ocupamos hoy de un granadino que durante siglos estuvo enterrado en el olvido y al que afortunadamente en estos últimos años se le está tributando el homenaje que se merece. Este granadino se llamaba Abu Ishaq Es Saheli.
Es Saheli nació en nuestra tierra granadina,(no discutiremos si en Guadix o en Granada), durante el reinado del soberano Mohamed II allá por el año 1290. Se crió en una familia acomodada ya que su padre era el «amín», (alamín; para que nos entendamos mejor, equivalía a ser el jefe o presidente de un gremio), en este caso de los perfumeros granadinos. Terminados sus estudios trabajó en la notaría de la Alcaicería, que como se sabe era el mayor centro comercial de Granada donde se realizaban infinidad de importantes operaciones comerciales de las que él daba fe. Precisamente el notario que le dio su primer trabajo era el padre de Yawdar, el hijo ilegítimo del notario que luego se convirtió en amigo inseparable de nuestro protagonista. Más tarde sucedió en el puesto al padre de su amigo y tanto fue su prestigio que se convirtió en alto funcionario del «diwan»-cancillería- de la Alhambra. Grandes fueron sus dotes de poeta, y a la poesía se dedicó con ahínco, no digo en cuerpo y alma porque ambas partes de su ser las entregaba a una vida bohemia que se repartía entre noches de placer, vino, drogas y algunas composiciones poéticas heréticas como la que tituló: «La leyenda de la caverna».
A propósito de la droga, todos los autores citan al “anacardo” como la droga de moda en la Granada de aquel momento. Imagino que los autores se limitaron a copiar al primero que utilizó el nombre de esa semilla sin dar más precisión. El anacardo que conocemos no entró en Europa hasta el siglo XVI en el que los portugueses lo introdujeron procedente del Brasil que era el país de origen llevándolo en primer lugar a la India, donde se comenzó a cultivar. Lo que se utilizaba como droga en Granada era una planta llamada “ al baladur”y que se tradujo como “anacardo oriental” que nada tenía que ver con el anacardo occidental o común. Se atribuía a esa planta el poder de reforzar la memoria y consumida en grandes cantidades llevaba, al que la tomaba, al paroxismo.
A nuestro personaje se le perdonó toda una serie de escándalos, pero lo que no se podía perdonar era la herejía o las ofensas a la religión y de ello se le acusó cuando dio a conocer : “La leyenda de la caverna”. De no tratarse de quien se trataba hubiera terminado probablemente con una condena a muerte, pero por tratarse de quien se trataba, (hubo intervenciones al más alto nivel de la Alhambra), solo fue condenado a 10 años de destierro.
Acompañado de su inseparable Yawdar, embarcó en Almuñécar, viajando por medio mundo. Se estableció en El Cairo, donde conoció a la poderosa familia de los “Banu al Atir” que lo tomó bajo su patrocinio. Comenzó a brillar otra vez como poeta, y a ser solicitado por todos los grandes. Su afán viajero hizo que saliese de nuevo a los caminos provisto de una carta de presentación y recomendación para el historiador Al Umari , gran canciller de los mamelucos en Damasco. Tras pasar una temporada en aquella capital, protegido por los salvoconductos que se le entregó, continuó viajando hasta llegar a Bagdad y quizás, arrepentido por su mala vida peregrinó a La Meca. Aquel viaje de contrición fue el comienzo de su gloria imperecedera, porque allí conoció a otro peregrino, uno más, igualado entre otros miles por los dos trozos de tela blanca que cubría su cuerpo pero que luego resultó ser el Mansa Musa, emperador del Sudán,(bilad sudán, país de los negros), o imperio Songhai. No confundir con el actual Sudán sino con una región situada en la curva del Níger y que englobaría en la actualidad a países como el Malí, norte de Guinea, parte de Níger, Nigeria, El Chad y parte de Burkina Faso.
Aquí merece la pena que hagamos un pequeño inciso para ver quién era este emperador.
Mansa Musa nació en el año 1280, pero no llegó al poder hasta el 1312. En el momento de su coronación se convirtió en el décimo mansa, “rey de reyes” o “emperador”. En ese momento gran parte de Europa se encontraba sumida en cruentas guerras, lo que propició el florecimiento de numerosos imperios africanos. Durante su estancia en el poder Mansa Musa expandió enormemente las fronteras de su Imperio: para ponernos en perspectiva, llegó a dominar gran parte de las modernas Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea, Burkina Faso, Mali, Níger, Nigeria y Chad. Gran amante de la cultura, las ciencias y las artes. Devoto musulmán, gran protector de lo pobres y de los estudiantes. Sin duda un gran hombre y un gran rey.
Pero si Mansa Musa ha pasado a la historia es por algo muy distinto a sus virtudes. Lo que le hizo famoso, incluso en Occidente, es que fue la persona más rica de toda la historia. Su fortuna está catalogada como la más grande de todos los tiempos. En cifras de hoy su fortuna estaría calculada en unos 400.000 millones de dólares, cuatro veces más que la persona más rica, en la actualidad, en el planeta.
El “rey de reyes” preparó su peregrinación a la Meca y llevó con él un séquito de 60.000 hombres y 12.000 mujeres . Cada persona portaba con ella un lingote de 1 kilogramo de peso de oro puro. Ochenta camellos iban por otra parte repletos de oro que el emperador iba repartiendo entre los pobres a lo largo de los seis mil kilómetros de viaje . Cada viernes construía una mezquita allí donde parase. Todo ello está perfectamente documentado .
Pero tanta generosidad, el aporte y reparto de tan inmensa cantidad de oro, provocó una desestabilización económica y un hundimiento de los precios del metal que repercutió en toda la región y en el Mediterráneo durante más de una década. En el famoso “Atlas Catalán” del siglo XIV aparece el Imperio de Malí representado por el mismísimo Mansa Musa sosteniendo una enorme pepita de oro en su mano como muestra de su riqueza.
La fama de Es Saheli como poeta había precedido a su llegada a la Meca; de modo que el emperador al ser conocedor de su llegada le invitó para oír sus composiciones y el hecho es que, después de oírle ,le tomó de la mano para no abandonarlo jamás.
Durante su estancia en El Cairo, Es Saheli, impresionado por las pirámides, se dedicó a estudiar su construcción y de allí nació su pasión por la arquitectura. Hablaba con el emperador de estos temas hasta que Mansa Musa le preguntó un día si sería capaz de levantar monumentales edificios que dejaran el sello que las pirámides habían dejado en Egipto. Es Saheli lo pensó unos momentos y le respondió:
«Poeta soy y la arquitectura no es más que la poesía del barro y la piedra. Canto y recito y ¿por qué no? algún día levantaré palacios y mezquitas»
Y así comenzó. En pago a la construcción de la Mezquita de Djingareyber en Tombuctú que maravilló al emperador, le fueron entregados a Es Saheli 170 kilogramos de oro. Hoy podéis ver sus obras en Tombuctú, Gao, Yenné, Diré, Gudam en fin en todo lo que fue el imperio.
Pero el Mansa Musa no solo lo empleó como constructor; dándose cuenta de su preparación, conocimientos y virtudes, (Es Saheli había olvidado para siempre aquella vida bohemia), lo envió como embajador para mediar en el conflicto entre el rey de Marruecos y el sultán de Tlemcen. Al parecer este último proyectó su muerte e intentó envenenarlo sin lograrlo, aunque cayó muy enfermo. Logró llegar a Fez y allí mientras se reponía, escribió su “Rihla” en la que cuenta su vida.
Estando en Fez estuvo a punto de retornar a su querida Granada, por la cercanía en la que se encontraba, pero, al enterarse de que su amigo Yawdar se encontraba enfermo en Tombuctú regresó para no separarse nunca más de él.
Un día de 1346, en el patio de la mezquita de Djinguereiber, descubrieron su cadáver. La muerte le sorprendió trabajando, tal vez proyectando alguna magna obra que ya no pudo llevar a término.
Nuestro granadino había cumplido su promesa, fue el poeta de la piedra y el barro, pues con materiales tan pobres como la tierra, la paja , troncos y agua levantó sublimes edificios que hasta hoy orgullosos lucen en todo su esplendor. Una arquitectura hecha por un poeta, declarada hoy Patrimonio de la Humanidad y que ha influido con fuerza en genios como Antonio Gaudí y Miguel Barceló. (Para más información se puede consultar mi novela “Babuchas Negras”)
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autor de las novelas históricas ‘La casa del cobertizo’,
‘Babuchas negras’ y del ensayo ‘Tres sinfonías’