Quienes pronosticaban el final del libro impreso con la expansión de internet, erraron por completo. Muy al contrario cada vez hay más libros que tuvieron su origen total o parcialmente en las red de redes. Este es el caso del libro ‘Antonio Machado, un hombre bueno’ del profesor y poeta, Pedro López Ávila (Granada, 1952), quien, tras seis poemarios, ha publicado este ensayo dedicado a su admirado don Antonio con motivo del octogésimo aniversario de su muerte.
Los diez artículos de su serie ‘Machado, la encarnación el ideal humanista’ que semanalmente publicara, entre el 9 de marzo y el 18 de mayo, en el suplemento educativo y cultural IDEAL EN CLASE, ven ahora la luz de la mano de Editorial Alhulia en una cuidada edición con epílogo de Miguel González Dengra (Almería, 1960), doctor en Filología Hispánica y catedrático de Enseñanza Secundaria de Lengua y Literatura Españolas. Lo presenta el martes, 22 de octubre, en el Centro Artístico donde estará acompañado por Antonio Sánchez Trigueros (20 h).
«Merece la pena, aunque sea sucintamente, tratar la figura humana que impregna toda su obra», explica López Ávila en las Notas del autor que preceden su ensayo, donde también resalta que «el objetivo fundamental para el que fueron confeccionados estos artículos, obedecían más a fines divulgativos, con carácter pedagógico que a fines estilísticos, estructurales o lingüísticos, aunque nunca estuvieron exentos de apreciaciones muy personales». Así pues, se trata de «un acercamiento cordial a un hombre bueno» para aquellos admiradores del magistral poeta y lúcido prosista que prefiere el tacto del papel a la pantalla del ordenador y que bien podría ser de gran utilidad para el profesorado que quiere provocar entre sus estudiantes un mayor conocimiento y aproximación a la figura machadiana.
En el primer capítulo, ‘El hombre bueno’ se justifica la publicación al coincidir este año con el 80º aniversario del fallecimiento del poeta, en Colliure (Francia) el 22 de febrero de 1939. Poeta del que afirma es «una de las mentes más lúcidas, preclaras, inteligente y de más hondo sentido humanista que ha dado el pensamiento español». Tras el breve recorrido biográfico, en el segundo capítulo se detiene su paso por Soria donde conoce a Leonor «la niña que yo quiero» y la profunda desazón que le causará su temprana muerte que le llevará incluso a rondarle la idea del suicidio: «cuando murió mi mujer, pegué en pegarme un tiro. El éxito de mi libro [Campos de Castilla] me salvó y no por vanidad».
En el capítulo tercero nos sitúa al «sobrio poeta y soberbio prosista» en Baeza donde todavía los recuerdos con su amada ya fallecida le hacen mantener con ella diálogos como si aún estuviera presente, llegando a solicitarle la mano para pasear para concluir «Por estos campos de la tierra mía,/ bordados de olivares polvorientos,/ voy caminando solo/ triste, cansado, pensativo y viejo». En el siguiente capítulo aborda «el cristianismo machadiano» que «jamás se atiene a una religiosidad oficial, sino que sus textos están impregnados de una profunda fe de interpretación propia del cristianismo». Le siguen los capítulos ‘Del individualismo a lo colectivo’, analizado a través de sus obras más reconocidas especialmente ‘Campos de Castilla’ y ‘Soledades’; al igual que en ‘Andalucía y Antonio Machado’ en el que se detiene en la influencia de los recuerdos de la niñez del poeta ligados especialmente a los jardines sevillanos, con su patio y limoneros, junto con los paisajes de Jaén y Córdoba, inspiradores de varios poemas de ‘Nuevas canciones’.
Igualmente se detiene en la figura de Guiomar, un amor de madurez, a la que conoció hacia 1927-1928 y que aparecerá en sus ‘Canciones a Guiomar’, publicadas en la Revista de Occidente de 1929. Finalmente Guiomar quedaría identificada como Pilar Valderrama, una mujer casada, conservadora y ultracatólica que toca el corazón del poeta en unos momentos de su vida en los que se sentía tremendamente solo y con la que tuvo una relación estrictamente intelectual. En los últimos capítulos, López Ávila analiza la obra en prosa de Machado y su dramaturgia en colaboración con su hermano Manuel, para terminar con la poesía y el exilio donde le llegó la muerte «ligero de equipaje, /casi desnudo, como los hijos de la mar».