“Todos soltamos un hilo, como los gusanos de seda. Roemos y nos disputamos las hojas de morera pero ese hilo, si se entrecruza con otros, si se entrelaza, puede hacer un hermoso tapiz, una tela inolvidable.”
(Manuel Rivas, de su obra: “El lápiz del carpintero”)
El advenimiento de la Segunda República, el 14 de abril de 1931, supondrá todo un hito social y una revolución pedagógica en España. Entusiasmo popular e intento modernizador que centrará todo su impulso en la cultura y en la enseñanza. Educación en su conjunto y profesión de maestro en particular que vivirán un cambio transcendental y único en la Historia de España.
El tránsito del régimen monárquico al republicano se habría logrado sin traumas, de modo festivo y, sobre todo, de forma pacífica; como puede comprobarse en las fotografías e imágenes de la época. La gran mayoría de la gente se echó masivamente a la calle con una alegría desbordante y siendo plenamente conscientes de que eran partícipes de un momento histórico. Recogiendo aquel momento de entusiasmo popular, en el que se abrían de par en par todas las esperanzas para nuestro país, el poeta Antonio Machado lo recordaría como: “un hermoso día de sol. Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros llegaba, al fin, la segunda y gloriosa República Española” (1).
En el Decreto de 23 de junio de ese mismo año, el Gobierno Provisional de la República ya dejaba claro, desde su inicio, que situaba en el primer plano de sus preocupaciones y desvelos a “los problemas que hacen relación la educación del pueblo” y que su aspiración era “transformar fundamentalmente la realidad española hasta lograr que España sea una auténtica democracia”. Y, seguidamente aclaraba, que ello no sería posible “mientras la inmensa mayoría de sus hijos por falta de escuelas, se vean condenados a perpetua ignorancia” (2). Así, existe total unanimidad en reconocer que, de todas las reformas puestas en marcha por la República, la prioridad será la enseñanza pues, consecuentemente, si “había que implantar un Estado democrático, se necesitaba un pueblo alfabetizado”.
Por ello, para luchar contra el analfabetismo reinante y combatir el déficit de escuelas públicas, desde un primer momento, se proyectó la construcción paulatina de miles de escuelas primarias. Desde el Ministerio de Instrucción Pública (3) se confeccionó un plan quinquenal para acoger a más de un millón de niños y niñas que se estimó estaban sin escolarizar en esos momentos; unas 27.000 escuelas. Construcción de escuelas en la que se preveía crear unas 7.000 el primer año y a razón de 5.000 en cada uno de los cuatro años siguientes.
Los maestros y maestras, por su parte, vieron dignificado su sueldo y se mejoró su formación y reciclaje didáctico
En ese primer impulso, emprendido durante el verano de 1931 en la provincia de Granada, ya se anunció la creación de 62 escuelas en el mismo mes de junio. A las que se incorporarían otras 80 más antes de acabar el mes de julio (4). Todas ellas se preveía que empezaran a funcionar con el comienzo del nuevo curso, a primeros de septiembre. Recintos educativos de nueva creación entre los que encontramos: diez en la capital granadina, ocho en Loja, siete en Motril, seis en Baza, Algarinejo, Alhama, Salobreña, Vélez de Benaudalla, Benalúa de la Villas, etc.
Los maestros y maestras, por su parte, vieron dignificado su sueldo y se mejoró su formación y reciclaje didáctico. Lógicamente, para esa inmensa ampliación del número de escuelas, se necesitaban maestros adecuadamente formados y capacitados. Para ello, se sustituyó el sistema tradicional de oposiciones por el de cursillos pedagógicos intensivos para la selección de maestros en el que los candidatos y candidatas recibirían una preparación y una orientación profesional siguiendo las directrices de la Institución Libre de Enseñanza (ILE). Finalmente serían seleccionados por un tribunal competente. Además, en la misma línea, para formar mejores maestros, se impulsó “la reforma de las Escuelas Normales (Decreto de 29 de septiembre de 1931) que fue uno de los jalones más significativos de la política educativa republicana” (5). Por todo ello, el proyecto educativo republicano fue acogido con entusiasmo por la gran mayoría de los maestros.
Respecto a su insuficiente retribución económica, se abordó con una política de ascensos de las diferentes categorías. Así, “estas primeras 7.000 plazas de maestros creadas por la República lo fueron con un sueldo de entrada medio anual de 5.000 pesetas” (6) y los últimos niveles del escalafón, que venían cobrando entre 2.000 y 2.500 pesetas, verán incrementadas sus retribuciones hasta las 3.000 pesetas.
En resumen, se trataba de implantar una escuela pública, laica, mixta y obligatoria, donde la actividad y su relación con el entorno más próximo fueran el eje principal de su metodología. A su vez, a las órdenes religiosas se les prohibió impartir enseñanza y a los maestros y maestras se les “liberó” de la obligación de dar doctrina religiosa en clase. Principios de secularización e ideas educativas renovadoras que difícilmente serían conciliables con la posición de la Iglesia respecto de la enseñanza y contra los que, desde muy pronto, levantarán su total antagonismo.
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(1) SANTOS JULIÁ (Coord.). República y guerra en España (1931-1936), Espasa Calpe, Madrid, 2006, p. 11.
(2) Gaceta de Madrid, nº 175, 24/06/1931. pp. 1612-1613
(3) El ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes del Gobierno Provisional será el maestro Marcelino Domingo y como director general Primera Enseñanza se nombrará a Rodolfo Llopis.
(4) El Defensor de Granada, 21 de julio de 1931, p. 3. Gestiones que realizará el diputado a Cortes e inspector de Educación, Fernando Sainz.
(5) PÉREZ GALÁN, M.: “La enseñanza en la Segunda República”. [www.juntadeandalucia.es/educación], p. p. 319.
(6) Ibídem.
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Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘
y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘