El castillo de La Calahorra, en cuanto a las vicisitudes de su propiedad a lo largo de sus más de cinco siglos de existencia, ha permanecido básicamente bajo la posesión de la familia ducal del Infantado, con cambios en la segunda mitad del XIX nefastos para su integridad. Una propiedad privada que dicha noble estirpe mantendrá ininterrumpidamente hasta 1841, año en que las casas del Infantado y de Osuna se unirán en una sola Grandeza, fruto de los sucesivos enlaces matrimoniales. Luego pasará en usufructo a la casa de Pastrana, más tarde solo a la de Osuna, que, a su vez, en 1900, lo traspasará a la casa de Benavente.
Siendo en estos años, de tránsito entre el siglo XIX y XX, cuando se harán palpables los primeros expolios y saqueos del valioso patio. Patio renacentista que, en 1913, estuvo a punto de ser vendido a un magnate norteamericano –tal como habría ocurrió en 1904 con el castillo de Vélez-Blanco (Almería)–. Una venta que quedó abortada gracias a la intervención del entonces duque del Infantado que consiguió convencer a su tía de la ruptura del trato ya concertado (en medio millón pesetas) y recuperarlo, así, de ese modo, para su familia, cuyos herederos siguen ostentando hoy día la propiedad del emblemático inmueble.
Una recuperación por la familia matriz del castillo que no significó el fin de los peligros para el patio, pues, el Duque concibió la idea de su traslado, vía ferrocarril, hasta la capital de España. Proyecto del que desistió gracias a la oposición frontal de algunos intelectuales granadinos como Manuel Gómez-Moreno, y de algunos eruditos locales, como el jerezano José Baldomero Muñoz Ruiz que, buen conocedor de la poderosa fortaleza, llegará a calificarlo, en una colaboración periodística, de “vandalismo artístico”. Donde, clamando por su protección, indicará que “las riquezas arrebatadas al Castillo de La Calahorra son su alma que se va y cuya pérdida hay que impedir a toda costa, en bien de la cultura, y en defensa de la riqueza artística de nuestra provincia” (1). Expolio del que, sin embargo, no se llegarán a librar numerosas piezas de gran valor (portadas, rosetones, gárgolas, escudos, zócalos, etc.) pero, que generarán una mayor sensibilización hacia su extraordinaria importancia artística y sobre las múltiples amenazas que le acechaban. Con su declaración como monumento nacional, el día 6 de julio de 1922, afortunadamente, algunas de ellas quedaron conjuradas.
Desde dicha fecha el castillo-palacio de La Calahorra ha permanecido en un tedioso olvido y siempre necesitado de unas restauraciones y conservaciones dignas de tan magno edificio. Siempre privado de propuestas serias de futuro, más allá de la renombrada y nunca concretada posibilidad de convertirlo en parador nacional.
En cuanto a las posibilidades reales que nos permitan salir de esta especie de limbo en que se encuentra el castillo de La Calahorra, se requiere, sin más dilación, de unas políticas públicas que pongan en valor el idílico espacio monumental. En mi opinión es imprescindible su paso inmediato a titularidad pública. Una encomienda tantas veces reclamada por ciudadanos e instituciones como frustrado su logro pero, que sigue siendo la única expectativa posible que evite su estado de postración y abandono –pese a que, por obligación legal, los dueños de la propiedad siguen garantizando la apertura pública un día a la semana–.
Otra posibilidad, mientras tanto, tal vez más real y cercana, podría ser la formalización de un convenio o patronato que aunara las potencialidades públicas y privadas que confluyen en este icono del patrimonio cultural del Marquesado (inserto a su vez, como vimos, dentro de la extensa comarca de la Accitania). Un convenio que, formalizado entre los dueños de propiedad y la Junta de Andalucía, permitiese una adecuada restauración y conservación del castillo, el acondicionamiento de sus accesos, su adecuada iluminación, su señalización, la dotación de parte del mobiliario, etc., que ofertara la posibilidad de su visita regular y organizada, la celebración de eventos culturales (conciertos, congresos, etc.), la simulación anual de momentos históricos (la rebelión morisca, por ejemplo)… Una iniciativa de desarrollo en la que la Mancomunidad de Municipios del Marquesado del Zenete, como entidad local que engloba al conjunto del territorio, podría y debería jugar un papel trascendental. Esperemos tener noticias próximas que nos anuncien la llegada a buen puerto de una fórmula viable.
Una puesta en uso concertada que, seguramente, rompería, de una vez por todas, la infrautilización socioeconómica y cultural, junto al triste languidecimiento del castillo de La Calahorra en los tiempos que vivimos, a todas luces incomprensible para una comarca tan necesitada de estímulos. Siendo unánimemente reconocido que, las actuaciones reclamadas en el monumento, catapultarían el desarrollo del turismo rural en los pueblos del Marquesado del Zenete; comarca que ya está ofreciendo grandes y múltiples posibilidades y que supondría la definitiva superación de la “España vaciada” en nuestro entorno. Por ello, concluiré con las palabras expresadas por Ricardo Ruiz Pérez en el prólogo de la obra colectiva coordinada por él mismo, ‘Las huellas de la Historia. El olvidado patrimonio del Marquesado del Cenete‘, en el sentido de no poder dejar de mostrar “la perplejidad que produce la contemplación del abandono de tanta belleza”. Esperemos que por poco tiempo.
(1) El Defensor de Granada, 14 de marzo de 1914, p. 1.
Leer otros artículos de
Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).
Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.
Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘
y ‘Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘