La propiedad privada no está bien protegida en España, o simplemente, no está protegida como lo estaba en la cueva 13.000 años a. C en el Paleolítico
Si hiciéramos un pequeño esfuerzo con el único objetivo de penetrar y progresar en el absurdo, cada día encontraríamos más leyes absurdas aún que se emparentarían con la realidad. Por ejemplo, si cualquier persona honrada saliera de su domicilio dispuesto a tomar un café, se pudiera dar el caso (no infrecuente) de que aprovechando tal ausencia momentánea, una serie de individuos que lo han estado vigilando, se valieran de tal circunstancia y tomaran posesión de la vivienda en cuestión. Y ya está. Por tanto, el propietario legítimo de la propiedad debe aprender que los tiempos no están para mucha tontería: no se puede ir a tomar café así como así, sin asumir el riesgo de que al volver cualquiera pudiera encontrarse sin su hogar de la noche a la mañana. El único requisito necesario de los nuevos moradores consistiría en el pequeño atrevimiento de derribar la puerta o simplemente cambiar el bombín de la cerradura, enganchar la luz y el agua directamente a la red sin pasar por el contador, claro está, y ya se dispone de vivienda el tiempo que fuera necesario. Por el contrario, el dueño fidedigno de la vivienda no solo debe soportar un desesperante proceso jurídico-administrativo proceloso e insoportable, sino que también debe seguir abonando una hipoteca -si la tuviere-, pagar la contribución, por supuesto, y observar con mucho sufrimiento cómo unos tipos desgreñados y andrajosos le destrozan todos sus enseres, le agujerean las paredes, las tuberías de la vivienda, se beben su vino y hasta destruyen sus más íntimos recuerdos.
Sin embargo, para rematar el estrépito, si algún mortal dispusiera de una segunda residencia (tipo chalet) en la playa o en la montaña, al tratarse de “un burgués insolidario” (así lo definirían los ocupas), ya no existe medida alguna en “la toma de posesión” de la finca. Estos patanes repulsivos se instalan bien ataviados con sus bañadores, bikinis, se bañan en la piscina, toman el sol, se echan cremas, hacen sus barbacoas, se beben el whisky del que se supone que es el propietario, arrasan el jardín, la vivienda y la biblia en pasta, pero, ¡cuidado!, instalan videocámaras con el objetivo de que nadie les moleste; y si el propietario se atreviera a molestarlos, solicitándoles simplemente que abandonen su propiedad, entonces, a este le puede caer una buena rociada de imprecaciones, de insultos y de maldiciones, además de alguna denuncia por la enojosa contrariedad de sentirse acosados probablemente por gente honrada y trabajadora que reclama lo que le pertenece.
Habría que conceder un premio, para que lo estudien psicológicamente, a quien fuera capaz de comprender cómo es posible que en pleno siglo XXI, en un país como el nuestro haya que pactar con estos parásitos ocupacionales el abono de 10 noches de hotel y un taxi en la puerta para que desalojen un chalé propiedad de una pareja británica que ya veía arruinada sus vacaciones sine die. Y si queremos llegar al esperpento generalizado, habría que preguntarse cómo es posible que antes de hacer entrega de llaves de una promoción de viviendas nuevas, sea ocupada por estos virtuosos de la vagancia (organizados en mafias), para desplumar al promotor, requiriéndole el pago de determinadas cantidades por cada piso, si quiere verlos desalojados y no verse abocado a la quiebra.
Está claro, por tanto, que la propiedad privada no está bien protegida en España, o simplemente, no está protegida como lo estaba en la cueva 13.000 años a. C. en el Paleolítico. Si alguien se acercaba a un asentamiento o clan al que no pertenecía me parece a mí que salía mal parado. Hoy no sirven para nada las escrituras de propiedad ni las notas simples actualizadas del Registro de la Propiedad. Esto pinta mal. Ah, disculpen que ocupas lo escriba con la grafía C.
(NOTA: Este artículo de Opinión de Pedro López Ávila se publicó en la edición impresa de IDEAL correspondiente al jueves, 30 de julio de 2020)
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