Lo acabo de leer (José María Carabante, ECD, Hannah Arendt): “Pensar por uno mismo significa introducirnos en ese antiquísimo método, más moral que intelectual, del diálogo interior, sin excusas ni subterfugios de ningún tipo”.
A la filósofa y teórica de la política, Hannah Arendt (Linden-Limmer, 1906 – Nueva York, 1975), una de las mujeres más influyentes de nuestros tiempos, el autor del artículo le atribuye –y bien, por cierto– una concepción de especial singularidad: la de la necesidad de “defendernos frente al poder despótico de los tiranos en miniatura”, destacando el valorado juicio sobre el reconocimiento de los “actos propios”, al mantener que no debemos “seguir en nuestra conducta lo que marca el poder, las tendencias sociales o las redes, ni suscribir valores sin convicciones” (…) “el rostro del mal puede ser anodinamente burgués y burocráticamente gris, no demoniaco”.
Y es que –no lo dudéis–, por múltiples razones, el despotismo, ilustrado o no –el “abuso de superioridad, poder o fuerza en el trato con las demás personas” (RAE)– está refloreciendo, fuera de todo tiempo y congruencia, en nuestra tierra, como si el “ordeno y mando” fuese la única solución para arreglar las diferencias de criterio, juicio o método.
Quien opte por volver a adoptar los “discursos paternalistas” de infausto recuerdo tan sólo puede tener un fin: alcanzar el cesarismo de las ideas y las acciones, para consumar un empoderamiento fachendoso, opresor de la libertad.
Los límites entre el uso y el abuso no están sujetos al dinamismo unipersonal y caprichoso de cualquier poder –por muy validado que esté en las urnas–. Cumplir con lo “prometido”, siempre que sea unívoco y que esté inserto en la realidad social, es inexcusable, aún si las causas sobrevenidas marcan otros espacios (lo que es aplicable a los hechos personales y colectivos).
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de
Ramón Burgos
Periodista