Daniel Morales Escobar: «La muerte se asoma en la pintura (I): Valdés Leal, Jacques-Louis David, John E. Millais y Cráneo con cigarrillo encendido»

Sevilla es en el siglo XVII el puerto de Indias, es decir, la ciudad a la que llegan desde América, por el Guadalquivir, los barcos con las mercancías de nuestras colonias. Y se llena de riquezas y miserias, de habitantes, de nobles y conventos, pero también de mendigos y hambrientos, como nos muestra en sus escenas infantiles un pintor sevillano del momento, Bartolomé Esteban Murillo, que ha logrado un gran reconocimiento hasta nuestros días.

 

Uno de esos nobles, don Miguel de Mañara, miembro de la Orden de Calatrava y hermano mayor de la Hermandad de la Santa Caridad, logró la creación de un hospicio que albergara en las peores noches a tantos pobres como vagaban por las calles, así como, algo más tarde, su transformación en Hospital de la Santa Caridad, para la atención de indigentes enfermos. Y es en su iglesia, a ambos lados, nada más entrar, donde se sitúan las dos barrocas obras de Juan de Valdés Leal que centran nuestra atención.

En la primera, In ictv ocvli, un esqueleto se eleva sobre una montaña de objetos diversos, como armas, libros o coronas. Pisa sobre un globo terráqueo y porta un ataúd y una guadaña, mientras con su “mano” derecha apaga la vela (de la vida) “en un abrir y cerrar de ojos” —que es el significado del título—. No hay duda: se trata de la muerte.

Enfrente, Finis gloriae mvndi muestra un aterrador sepulcro donde yacen, putrefactos, un obispo y un caballero calatravo. Hay además, al fondo, un tercer difunto, totalmente reducido a sus restos óseos, y otros cráneos y huesos se amontonan a sus pies. Por encima una mano llagada sostiene una balanza con los dos platillos llenos. En uno están los símbolos del pecado y en el otro los de la bondad. Los textos ayudan a descifrar el significado. Abajo: “el fin de las glorias del mundo”. En los platillos: “ni más ni menos”, es decir, solo esto importa.

Porque ese es el significado de ambas: un rechazo de las riquezas y vanidades de este mundo, que de nada sirven ante el desenlace inexorable que a todos nos aguarda. Un mensaje, por tanto, en consonancia con la Hermandad de la Caridad y con todo el catolicismo contrarreformista de la época, que defiende la necesidad de las buenas obras para alcanzar la salvación, a diferencia del luteranismo, para el que lo imprescindible es solo la fe.

Mucho después, en 1793, Jacques-Louis David, el artista “oficial” de la Revolución Francesa, pinta La muerte de Marat, uno de los cuadros más representativos del Neoclasicismo. En él muestra a su amigo Jean-Paul Marat, fundador del periódico L’Ami du peuple y muy próximo a la facción jacobina de la Convención, asesinado en su propia casa por una mujer cercana a los girondinos y que cree, de esta atroz manera, contribuir a “la salvación” de Francia.

ARRIBA: In ictv ocvli. Iglesia del Hospital de la Caridad y Finis gloriae mvndi. Iglesia del Hospital de la Caridad. Sevilla AQUI: La muerte de Marat. Real Museo de Bellas Artes. Bruselas

La obra, de una gran sobriedad, muestra, no obstante, todo lo esencial que rodea al delito. Primero, el cuchillo ensangrentado de la asesina, pero también la pluma que aún sostiene el moribundo, que es el arma del periodista. La caja de madera haciendo de mesa nos habla de su pobreza. Y sobre ella dos documentos: una especie de cheque y el papel en el que ha escrito que se le entregue a una madre sin recursos y con su esposo en la guerra. Además, haciendo un último esfuerzo, Marat mantiene otro en su mano izquierda, que indica la fecha del crimen, el nombre de quien lo comete y las palabras que destina a su víctima: “il suffit que je sois bien Malheureuse pour avoir Droit a votre bienveillance”. Por encima solo una pared oscura, porque por encima de la vida no hay nada.

Y de una muerte “histórica” a otra “literaria”, la de Ofelia, pintada en 1851 por uno de los jóvenes prerrafaelistas, John Everett Millais, cuando en su Inglaterra natal ya está culminada la primera Revolución Industrial. La muerte acecha, en esta ocasión, a un personaje de ficción, aunque nada más y nada menos que la prometida de Hamlet, el príncipe de Dinamarca en el gran drama de William Shakespeare. La tragedia la cuenta la Reina a Laertes al final del cuarto acto:

“REINA.- (…). Tu hermana se ha ahogado, Laertes.
LAERTES.- ¡Ahogada! ¡Oh! ¿Dónde?
REINA.- Inclinado a orillas de un arroyo, elévase un sauce,… Allí se dirigió, adornada con caprichosas guirnaldas… Allí trepaba por el pendiente ramaje para colgar su corona silvestre, cuando una pérfida rama se desgajó, y, junto con sus agrestes trofeos, vino a caer en el gimiente arroyo. A su alrededor se extendieron sus ropas, y, como una náyade, la sostuvieron a flote durante un breve rato. (…). Mas no podía esto prolongarse mucho y los vestidos cargados con el peso de su bebida, arrastraron pronto a la infeliz a una muerte cenagosa,…”.

Ofelia, de John Everett Millais. En la Tate Gallery de Londres

Millais reproduce con gran fidelidad la escena y parece mostrarnos a Ofelia con un último suspiro de vida, como traslucen sus manos. Alrededor, un idílico paisaje natural lleno de flores, muy alejado al que empieza a verse en bastantes zonas del país pionero de la industrialización pero tan del gusto de esos artistas, contrarios al materialismo y al maquinismo que imperaban en la nueva sociedad, capitalista y urbana, que los rodea.

Por último, una pequeña “joya” realmente humorística: Cráneo con cigarrillo encendido, pintada en Amberes entre 1885 y 1886, aunque hoy se encuentra en Amsterdam. Su autor, un holandés que asiste aburrido en la ciudad belga a las clases de la Real Academia de Bellas Artes, la crea como burla de la metodología de las mismas, donde eran constantes y rutinarios los estudios de esqueletos para empaparse de la anatomía humana.

El tono, por tanto, es sarcástico: sobre un fondo negro una calavera fuma, “sonriente”, un cigarrillo. Hay quien propone que se trata, incluso, de un especie de autorretrato, puesto que también el artista era fumador empedernido y de débil salud. Sin embargo, muy pocos años después, ya en la Francia de los impresionistas y los postimpresionistas, de Monet, Renoir, Gauguin, Cézanne y tantos otros, creará muchos de los cuadros más coloristas de toda la historia de la pintura, aunque bien es cierto que algunos igualmente inquietantes. Pero finalmente no murió de adición al tabaco, sino de un disparo de pistola que él mismo se pegó después de legarnos esos numerosísimos cuadros, que no logró vender, y que hoy día figuran entre las obras maestras de los mejores museos y colecciones del mundo. Porque ¡efectivamente! nuestro pintor holandés no fue otro que “el loco del pelo rojo”: el genial y desafortunado Vincent van Gogh.

Cráneo con cigarrillo encendido. Museo Van Gogh, Amsterdam

VER TAMBIÉN:

«La muerte se asoma en la pintura (I): Miguel Ángel, detalle del Juicio Final de la Capilla Sixtina (Roma)»

 

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Daniel Morales Escobar,

Profesor de Historia en el IES Padre Manjón

y autor del libro  ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)

 

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