Una de la mañana. Las calles desprenden soledad y carencias a partes iguales. En la esquina, junto a la parada del 11, un hombre malvive, rodeado de cartones.
Sentado en el asiento del conductor, contemplo las ropas desgastadas del mendigo, con tristeza e indignación. Seguramente aquel sufridor soñaría con una estufa vieja y un vaso de leche con unas galletas para acompañar.
De repente, alguien sale de su escondite, abandonando sus dependencias. Sostiene con fuerza una botella de coñac: medicina para combatir la gélida noche. Dubitativo, decide cruzar hasta el lugar en el que me encuentro. Entonces, el extraño toca con suavidad el cristal del vehículo.
– ¿Me podría dar unas monedas? – pregunta con la cabeza gacha-.
Aparco y acompaño al anciano a un bar cuya hora de cierre está próxima. Le pido al dueño del local algo de comida para los dos héroes de la noche. Antonio, regenta su negocio con una amabilidad digna de encomio.
Así, me dice que el personal ya se fue a casa, así como cerró la cocina, si bien hace algo que le ennoblece. Mandil bien colocado, saca una sartén y prepara unos huevos fritos con patatas, bien aderezados con unos ajos, así como un tarro de ali oli casero.
Hecho esto, da 10 euros al mendigo, así como insiste en no cobrar por los servicios prestados.
– No le cobraré, por mucho que insista. El espíritu de la solidaridad no ha de ser exclusivo en Navidad.
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Profesor de ESO-Bachillerato