En mi artículo en IDEAL EN CLASE del 6 de este mismo mes, dedicado a los maestros que se han jubilado, ya advertía que en el mundillo de la enseñanza la realidad desde que empezó la epidemia no está siendo trágica, como en las residencias y en los hospitales, pero sí triste y difícil.
Y entre los más afectados están los alumnos que terminaron Bachillerato en el fatídico 2020, tuvieron que enfrentarse con gran ansiedad a unas pruebas de selectividad muy excepcionales y este curso han empezado sus estudios universitarios, siempre ilusionantes, pero sin apenas tener acceso a las facultades, a las aulas y al ambiente estudiantil que todos los que hemos pasado por él recordamos con tanto cariño. Por eso, este artículo está dedicado a ellos, los actuales “novatos de la UGR”.
He recurrido a mis alumnos de Historia del Arte del año pasado, a los que no veo desde marzo, y les he pedido por WhatsApp que me dieran su opinión sobre estas cuestiones: cómo fueron para ellos los últimos meses de 2º de Bachillerato, cómo se enfrentaron a las pruebas de Acceso a la Universidad y cómo están llevando su actual vida en la institución académica granadina. Por suerte me han contestado tres de ellos, encantados de poder contar la experiencia y que se han extendido generosamente en sus respuestas. Son Laura Benavides Pérez, que estudia Magisterio de Infantil, Stella Díaz Alaminos, matriculada en Idiomas, y Fernando De Luis Pareja, un futuro historiador.
Sobre la primera cuestión, relativa al final de sus estudios en el instituto, Laura recuerda que la cercanía de algunos profesores, “los de Humanidades concretamente”, hizo más llevadera la situación tan complicada durante el estado de alarma. Pero también opina que esa situación les obligó a tener una mayor responsabilidad e implicación y a una mejor organización como estudiantes. Stella, en cambio, afirma que el confinamiento rompió completamente su rutina de estudio y que en esos meses no sintió un aprendizaje real en la mayor parte de las asignaturas. Critica que “hubo profesores, en plural, que se desentendieron por completo y no volvieron a dar clase, ni siquiera se cómo fueron capaces de calificarnos en la tercera evaluación si no tenían ni un solo ejercicio de referencia”. No obstante, como Laura, admite que otros profesores se preocuparon mucho y “nos facilitaron el trabajo”, especialmente los de asignaturas específicas, donde “éramos menos, hablando concretamente de la clase de Letras”. Fernando, por su parte, echó de menos sobre todo el trato social: el “tú a tú” de siempre, los debates que surgían en torno a los temas que se trataban y, en definitiva, “esa espontaneidad que tanto caracterizaba a nuestra clase”.
En relación a la selectividad, para Stella era muy preocupante el riesgo de contagio, ya que convive con personas de alto riesgo y se imaginaba las aglomeraciones que podrían producirse, mientras que Fernando resalta la incertidumbre hasta la semana antes sobre cómo iba a ser cada examen, lo que dificultaba mucho el estudio. Se acuerda, igualmente, de las altas temperaturas, propias de unas fechas tan tardías para estas pruebas, celebradas por primera vez en el mes de julio. Era difícil compaginar la intensidad del estudio con esa incertidumbre y el agobio provocado por el calor.
Ya en faena Stella no tuvo más remedio que aceptar todos los peligros: la separación personal no fue la necesaria, las salidas eran en masa y las concentraciones de alumnos frecuentes al término de cada prueba. Asimismo, las ventanas de las aulas no estaban abiertas y la distribución de geles no fue la adecuada. En suma, “las instalaciones dejaban mucho que desear en cuanto a medidas de seguridad”. Laura añade a todo ello que tuvieron que llevar la mascarilla en todo momento, cuando “no estábamos muy acostumbrados a ella”. Hoy les costaría menos. Sin embargo, confiesa que su experiencia final fue buena, porque no le pareció tan difícil y “temida”, además de que los días de exámenes pudo reencontrarse con los compañeros, a los que no veía desde hacía más de tres meses. Y Fernando reconoce que al final se les facilitó bastante el desarrollo de los exámenes, lo que “también hay que valorar”.
Por último, en cuanto a su recién estrenada experiencia universitaria, este joven lamenta que algo que debería ser completamente nuevo para ellos “no está siendo más que la continuación del encierro del curso pasado”. Laura, que dice haber asistido solo cuatro días a clases presenciales, esperaba encontrar una enseñanza en la que “hubiera más práctica” pero, por el contrario, se ha encontrado “con todo teórico” y unos profesores más distantes, si bien puede ser porque no ha podido conocerlos: “muchos de ellos ni nos han visto la cara”. Y Stella, finalmente, echa en falta esa “magia” que tiene la universidad (su ambiente de trabajo pero a la vez de disfrute), que ahora no puede lograrse. Más en su caso, porque estudiar Idiomas de esta manera hace imposible hacerlo con gusto. Por eso su actual etapa le está pareciendo desalentadora: “no he sentido un cambio real, es una monotonía continua”; pero acepta que, aunque algunos profesores dejan que desear, en general son bastante buenos.
Solo me queda agradecerles sus respuestas y las fotos que me han enviado. Veo en ellas cierto simbolismo, porque la Capilla Real fue una de las últimas visitas que hicimos, en febrero del año pasado, y les gustó. ¿Querrán decirme algo con el arco? ¿O con los maceros? Les deseo, de corazón, que pronto puedan lograr la “magia”, como a todos los que están en su situación, ¡buscando! la universidad a través de una fría y solitaria pantalla de ordenador.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)