El pasado miércoles, 14 de abril, fue el noventa aniversario de la proclamación en España de la II República, por lo que he pensado que debía ir sobre ella el tema de mi artículo de hoy. Sin embargo, y pese al tiempo transcurrido, este periodo de la vida de nuestro país sigue siendo un asunto muy espinoso. Todavía, si eres de derechas, debes defender la monarquía y considerar que aquella república, particularmente, fue nuestro peor momento del siglo XX y que trajo, inevitablemente, la guerra civil. En cambio, si eres de izquierdas, la única opción es defender que aquel régimen fue el mejor que hemos conocido, superando en calidad democrática al actual, que no deja de ser heredero de la dictadura que acabó con aquella ejemplar experiencia.
Tanto unos como otros observan la II República desde una óptica politizada (o ideologizada) que no favorece su visión más objetiva y exacta, que es la que pueden proporcionar los historiadores que hacen bien su trabajo, analizando con absoluto rigor las fuentes adecuadas. Esta visión es la única que nos muestra sus luces y sus sombras, sus errores y aciertos, que de todo hubo, aunque fueran tan pocos los años en los que pudo funcionar sin estar inmersa en una horrible guerra que nadie debería justificar por lo mal hecho. Porque ningún crimen puede legitimarse por errores previos y no hay crimen mayor que una guerra fratricida.
Precisamente porque rompe todos los estereotipos, siempre me ha atraído la figura de don Niceto Alcalá-Zamora. Le pongo el “don” porque, habiendo sido el presidente de la República durante casi toda su existencia en paz, creo que viene a ser necesario, como lo es el “apellido” numérico con el que se identifica a los reyes, que no son otra cosa que jefes de estado en un sistema monárquico, como un presidente lo es en una república.
Don Niceto no era comunista ni ateo, como algunos muy equivocados consideran a todos los que fueron republicanos en aquellos años. Era un cordobés de Priego de Córdoba —donde puede visitarse su casa, que es un interesante museo del republicanismo— y vino a estudiar Derecho a la Universidad de Granada. Su oficio, por tanto, fue abogado, aunque pronto se dedicó a la política. Ya con Alfonso XIII llegó incluso a ministro en dos ocasiones, antes de la dictadura primorriverista. Pero, como a otros muchos políticos e intelectuales, el consentimiento del rey a esa dictadura lo desencantó de la monarquía y en el año 1930 se decidió por un régimen diferente, como pone de manifiesto que fundara un nuevo partido, llamado Derecha Liberal Republicana, y que participara activamente en el Pacto de San Sebastián, donde se acordó el procedimiento para traer la república.
Cuando esta se logró, aunque por un medio diferente al previsto, Alcalá-Zamora presidió el gobierno provisional, hasta que dentro de él estalló la cuestión religiosa. Y esta fue la elección de un tipo de república laica, donde existiera libertad de culto en el ámbito privado pero ninguna confesión privilegiada por el estado. Don Niceto, católico y disgustado con esta postura, abandonó el gobierno provisional; sin embargo, cuando en diciembre de ese año 1931 fue aprobada la constitución y a continuación había que proceder a designar al presidente de la República, los partidos que la habían logrado quisieron recuperarlo para la causa y lo eligieron para esa suprema magistratura, que ya desempeñaría hasta su destitución en abril de 1936 por unas Cortes en las que las izquierdas no le perdonaron la convocatoria electoral anticipada de 1933, que fue un fracaso para ellas, ni las derechas la también anticipada convocatoria de febrero de ese año 36, cuando fueron vencidas por el Frente Popular. El ya expresidente inició un viaje por Europa, durante el cual se produjo el golpe militar que sería seguido por la guerra, y jamás regresó de él, siendo uno más de los tantos que acabaron sus días en el exilio.
Pero antes, mucho antes, cuando todavía no se podía sospechar el dramático final de la República —aunque bien es cierto que ya se había producido el conato golpista del general Sanjurjo—, don Niceto estuvo en Granada de visita oficial, es decir, como jefe del Estado. Fue el 1 de octubre de 1933, que era domingo, y se hizo eco ese mismo día el flamante periódico Ideal, que titulaba así la noticia en la página 4: “El Presidente inaugura hoy la nueva Normal”.
Se trataba del gran edificio construido en la Gran Vía, frente al instituto, para Escuela Normal del Magisterio de Granada y que hoy, tras una reciente remodelación, sirve como sede de la delegación provincial de Educación y de la delegación del gobierno de la Junta de Andalucía. Su construcción había sido iniciada en 1924, con la monarquía; sin embargo, cuando se proclama la República y comienza su ambiciosa política educativa, en el Ministerio de Instrucción Publica, cuyo titular desde diciembre de 1931 hasta junio del 1933 es Fernando de los Ríos, catedrático en la Universidad de Granada y diputado del PSOE por esta provincia, el proyecto recibe los últimos impulsos que necesitaba, lo que permite su finalización para el curso 33-34.
La información de Ideal destaca también la aportación de Hermenegildo Lanz, profesor de Dibujo en la propia escuela, que diseñó el mobiliario realizado por los obreros del Sindicato de la Madera; alude, asimismo, a que el arquitecto autor del proyecto fue el “señor Flores” (Antonio Flórez Urdapilleta) y describe el edificio minuciosamente, deteniéndose incluso en esos muebles que llenan sus estancias. También recalca que para poder entrar en funcionamiento le falta la acometida de aguas, lo que es competencia del ayuntamiento.
Sin duda, debió ser un gran día para Granada: la visita del jefe del Estado para la inauguración de La Normal, después de casi diez años, no era un hecho rutinario. Y los dirigentes de la República ponían así de manifiesto que la enseñanza era una de sus más claras prioridades.
Ver artículos anteriores de
Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)
Soluciones al artículo anterior:
«¿Conoces estos campanarios de Granada?»
LOS CAMPANARIOS DE GRANADA
Nº 1: San Justo y Pastor.
Nº 2: San Ildefonso.
Nº 3: San Bartolomé.
Nº 4: San José.
Nº 5: San Pedro y San Pablo
Nº 6: San Cecilio